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20

 

The final countdown

 

Janet había comenzado una nueva vida en el Madrid de 1984 compartiendo piso junto a Mario y Jorge, con el que no cabía ninguna duda ya de que habían comenzado una relación seria.

Mario consiguió trabajo de lo suyo tras buscar sin parar por toda la ciudad. En los años ochenta había que presentarse personalmente en vez de hacerlo online (internet era algo propio de la ciencia ficción y no existía en los hogares). A pesar de no poder enseñar ningún título oficial ni contrato, sí que mostraba los grandes conocimientos y demostraba la experiencia que requería un científico para trabajar en una gran empresa de la capital del país. Además, comenzó a escribir libros sobre descubrimientos suyos y sobre otros que en un futuro no muy lejano se descubrirían, adelantándose a algunos. Y, sobre todo, no dejó de investigar e investigar sobre sus viajes en el tiempo y sus consecuencias, sin descartar el retomarlo en un futuro no muy lejano… sobre todo si querían ver a Roxy con frecuencia.

Tras el concierto de Banzai, le prometió que se reencontrarían pronto, pero no supo decirle cuándo, y ésta y Carlos tuvieron que regresar a 2052.

Por supuesto, con el paso de las semanas, el pelo de Mario fue creciendo hasta ir consiguiendo una buena melena que más tarde se volvió a cardar. Para muchos jóvenes, resultaba raro que un hombre que pasaba los cuarenta años escuchara música que por entonces escuchaban chicos y chicas entre veinte y veinticinco años y repudiada por la mayoría de adultos de su edad.

Janet, por su parte, tuvo que comenzar de nuevo sus estudios básicos. No los había terminado en 2052, y aunque lo hubiera hecho, no habría servido de nada porque el título oficial no le habría servido. Comenzó a estudiar para terminarlos en una escuela de adultos, donde conseguiría su título de EGB.

Además, Janet no perdió su colección de discos y vinilos: Mario guardaba una fórmula que tomó y con la que consiguió transportar la estantería entera a su nuevo hogar de 1984, a pesar de que Janet hubiera empezado de nuevo su colección, comprando los vinilos nuevos y en versión original, en Madrid Rock, según salían a la venta año tras año.

Jorge, por otro lado, también consiguió trabajo, siendo éste y Mario los que aportaban lo necesario para que los tres vivieran como una familia en un mismo piso, mientras Janet estudiaba, siendo la más joven. También Jorge tuvo que compaginar su vida en Madrid con sus habituales visitas a Estados Unidos para ver a la familia que le quedaba. Aunque físicamente era un joven de veintidós años, para su padre y para su documento de identidad, eran dieciséis, ya que era la edad que debería tener en 1984.

Los tres disfrutaban la década yendo a todos los conciertos posibles y viviendo el movimiento con cada novedad que salía, como si fuera la primera vez que escuchaban cada disco el día que era lanzado, a pesar de sabérselos más que de memoria.

Al mismo tiempo, el trío hizo todo lo posible por concienciar a los demás para valorar y luchar por la libertad y no caer en el represivo 2052 que Janet y Mario conocieron.

***

En el verano de ese primer año que estaban viviendo, en uno de los viajes que Jorge tenía que hacer a Estados Unidos, le acompañaron Janet y Mario. Tener que viajar a dicho país, siendo amantes del hard rock y en los años ochenta, para ambos era toda una gozada.

Jorge les presentaría a su familia: su padre y su hermano, que residían en California.

Los tres cogieron un vuelo desde Madrid directo a Los Ángeles, donde les recibiría el padre de Jorge: un hombre totalmente calvo y delgado, que les dio la bienvenida y lo primero que hizo fue invitarles a su casa.

Alucinó al ver a su hijo hecho todo un hombre después de tanto tiempo (se suponía que tenía 16 años y aún vivía con sus tíos), pero luego no le dio mucha más importancia al tema y continúo conversando con ellos con naturalidad.

–No, gracias, hemos cogido un hotel para estos días –contestó Janet, sonriente.

–Además –intervino Jorge hacia él– el mismo en el que se queda Quique estos días, papá. Viene su novia y se quedan en el hotel.

Quique era su hermano mayor que le sacaba casi diez años.

–¿Que se quedan en hotel, dices? –le preguntó a su hijo.

–Sí, si algo te conté. Duerme aquí con su novia –explicó sin darle más importancia al tema.

–Yo no lo he visto casi en lo que llevamos de año –añadió.

–Porque ha estado muy liado con el trabajo, papá.

Atravesaron el enorme aeropuerto y más tarde se despidieron del padre de Jorge.

Cuando llegaron al hotel, subieron por el lentísimo ascensor. Para Jorge y para el resto de gente que entraba y salía, aquel hotel les parecía una maravilla: muy moderno. Para Janet y Mario era antiguo, el ascensor iba lento y le faltaba una buena reforma. Era lo que tenía haber cambiado de época.

Un buen rato después de subir a la habitación que habían reservado, Jorge mencionó a su hermano.

–He quedado con Quique ahora, aquí abajo. Es posible que hayan llegado ya. ¿Vamos bajando?

Padre e hija asintieron, cansados del viaje pero contentos por estar en pleno centro de Los Ángeles. Janet se moría de ganas por visitar Sunset Strip.

No obstante, ninguno de los dos fue consciente de lo que les iba a ocurrir a continuación.

–Janet, yo estoy vaciando la maleta –comentó Mario mientras sacaba la ropa y la colocaba en un armario cercano a su cama–. Estoy terminando ya, pero si queréis ir bajando, yo iré en nada. A mí me quedarán cinco minutos.

Jorge y Janet asintieron y bajaron hasta el vestíbulo.

Allí había otro joven muy parecido a Jorge, con el pelo largo y moreno, ropa rockera y aparentemente con unos años más. A su lado había una chica castaña con el pelo no muy largo y, al costado de ésta, otra pareja amiga de ellos que también se quedaba en el hotel.

Al encontrarse los dos hermanos, se dieron un abrazo, quedándose Janet detrás.

–¿Qué tal, tío? –exclamó su hermano, casi como una afirmación.

Luego Jorge le presentó a Janet, y éste les presentó a Lorraine, su novia.

Pasaron a la siguiente pareja, amigos de Quique. Parecía que ya conocían a Jorge. Janet se quedó un poco atrás y tuvo que dar dos pasos para saludarles. Conoció primero a Bruce, el varón, y luego se acercó a la fémina…

–¡Hola! –saludó ella, una joven de cabellos rubios y cardados, a Janet, en inglés.

Janet abrió mucho los ojos al ver a aquella muchacha delante de sus narices; no entendía por qué, pero parecía como si estuviera empezando a alucinar. Como si se sintiera en uno de sus primeros viajes en el tiempo en que pensaba que tenía algún trastorno.

Esta vez, más que un trastorno, se sentía como si se estuviera mirando al espejo…

–¡Ah, sí! Janet, te presento a…

Pero Quique se quedó mirándolas a las dos, pasando la vista de derecha a izquierda mientras pasaba de dibujar una mirada de incredulidad a otra de sorpresa.

Jorge, que miraba la escena un poco alejado, se llevó las manos a la cabeza, como si acabara de percatarse de algo muy importante que se le había olvidado hasta aquel instante.

Después, Quique continuó hablando, alucinando con lo que estaba viendo.

–¡Janet, te presento a Janet! Es cantante de un grupo de hard rock formado únicamente por mujeres que acaba de empezar aquí, en Los Ángeles, se llaman Vi…

Pero antes de que terminara la última palabra, la joven Janet se cayó hacia atrás. Todavía tenía los ojos bien abiertos y su cara era de extrema alucinación. Estaba completamente petrificada.

La pareja se quedó mirando a la muchacha sin entender por qué había perdido el conocimiento de repente.

¡Pues claro! ¿Cómo había podido ser tan tonta? Cuando Jorge en la Sala Canciller le contó que su hermano trabajaba en cine y que había producido una película donde había debutado un grupo desconocido, se refería a la película Hardbodies, donde apareció Vixen por primera vez. Y fue allí cuando conoció y se enamoró de Janet Gardner, en un 1984 alternativo sin que viviera con Mario y Janet.

La joven rubia que quedaba en pie miró a su novio y, en inglés, le dijo:

–¿Qué le ha pasado? Parece que se haya desmayado al verme. ¡Ni que fuera alguien importante o famoso!

–Pues te puedo asegurar que para ella sí… –respondió Jorge en español mientras se agachaba al lado de su pareja.

Y es que allí se encontraba ni más ni menos que la verdadera Janet Gardner, ya cantante de unas desconocidas Vixen e ídola absoluta de la joven Janet, razón, además, por la que llevaba tal nombre.

En aquel momento, se abrió la puerta del ascensor y Mario pisó el vestíbulo.

Jorge, agachado aún al lado de la pálida Janet, susurró un «Oh, no…» haciendo referencia a que la escena se iba a repetir.

Y efectivamente: Mario se acercó, saludó al hermano de Jorge y éste le presentó a su novia y a la otra pareja.

Pero cuando Mario le dio la mano a la mujer rubia, a la vez que Quique susurraba su nombre («Ésta es Janet…»), no se percató de quién era hasta que recitó su apellido:

–…Gardner –concluyó con algo de miedo.

Mario dejó de sonreír mientras le daba la mano. Se puso pálido, reconociendo a la mujer. Ésta le sonrió, pero el varón no le devolvió la sonrisa y se cayó al suelo de espaldas, al lado de la Janet joven, también petrificado con los ojos abiertos, y con la misma cara de alucinación que su hija.

Se hizo el silencio. Los cuatro se quedaron de piedra al ver la escena. Jorge, agachado aún al costado de Janet, negó de nuevo con la cabeza con tranquilidad.

–¡Pues no lo entiendo! –exclamó en inglés Janet Gardner– ¡Algo raro está pasando y quiero saber el qué!

Pero Quique no supo responder. En su lugar, fue el hermano de éste quien rompió el silencio:

–Y dad gracias a que no están aquí Roxy y su padre, y ya lo que nos faltaba –exclamó Jorge para sí mismo, en voz alta y en español, consciente de que todos lo oían aunque Janet Gardner no lo entendiera.

***

La joven Janet aún estaba recuperándose del viaje a Estados Unidos en el que habían estado unos días y había conocido a la verdadera Janet Gardner, cuando comenzaron a estallarle las preguntas como fuegos artificiales; mil cuestiones que todavía tenía pendientes y que con la emoción de todo lo ocurrido todavía no se había atrevido a preguntarle a Mario.

La muchacha preguntaba impaciente. Su padre no contestó a ninguna, al menos no directamente, sino que comenzó a explicarle paso por paso todo lo que aún quedaba por aclarar.

–Janet, ¿sabes qué? –dijo a Janet con una moderada sonrisa–. Al parecer, solamente ha habido una persona que, ante todo y aunque suene irónico y chocante, se ha creído durante todos estos años mis proyectos de científico chiflado.

Janet lo miró asombrada.

–¿En serio?... ¿Pero, quién?

–Tu madre –Janet levantó una ceja, sin entenderlo –. Fue la única. Fue la razón por la que quería divorciarse tarde o temprano, y a la vez la razón por la que se casó conmigo.

Janet no le quitaba ojo y escuchaba atentamente. Luego, Mario prosiguió.

–A ver: ella sabía que yo era un gran científico y que no paraba de investigar. Le contaba multitud de experimentos e intenciones que tenía para progresar, y creyó que algún día idearía algo con lo que nos hiciéramos… multimillonarios.

»Por Dios, fíjate… ¿Desde cuándo a ella le gustan los melenudos con lo mal visto que estamos en mitad del siglo veintiuno? ¿Y con lo conservadora que es toda su familia y cómo ha sido ella desde siempre? Solamente me quería por el dinero. Ella sabía que andaba detrás de algo gordo al estar tantos meses fuera de casa…

–Pero, papá –interrumpió su hija–, son suposiciones, ¿no? –Mario empezó a negar con la cabeza mientras Janet seguía hablando–. O sea, vale, es posible: es una posibilidad y quizá sólo te quería por el dinero… Pero te quería, ¿no?

Mario seguía negando.

–Cariño, me sorprendes hablando tan bien de tu madre con todo lo que le dijiste la última vez que la viste. Esto está confirmado por su psicólogo, lo supe el otro día investigando e intentando ver qué ha pasado después de marcharnos –Janet se asombró–. En serio, tu madre no me quería. Solamente le importaba el dinero, hablando claro. Y sabía que, como andaba siempre fuera de casa y que las cosas cada vez iban a más, podía dejarme en cualquier momento y buscarme lo peor cuando tuviera una excusa, fuera por experimentar locuras, o por mi imagen antisocial y por escuchar heavy metal. Y al final, ha usado todas las excusas posibles para acusarme: tanto por mi imagen, por mi música y por experimentar contigo.

Se produjo un breve silencio. Después, continuó.

–Lo que ha pasado ella lo tenía en mente desde que nos casamos, hija. Hasta qué punto puede llegar la mente retrógrada del ser humano…

Pero Janet no quería oír más. Irremediablemente se le humedecieron los ojos.

No le bastaba con no aguantar a Flor desde que era pequeña y ahora entendía por qué, sino que, además, había intentado incluso hacerle la vida imposible a Mario si no ganaba dinero o si, simplemente, le apetecía y se cansaba de él, sabiendo perfectamente que encontraría una excusa que seguro que podría acusar a su marido fácilmente.

–Janet, hija, no llores…

Pero era tarde y ya se le estaban cayendo las lágrimas. Luego el varón prosiguió.

–Tranquila, ya estamos a salvo de todo. Vamos a hacer nuestra vida de nuevo de la mejor forma posible y lo sabes, ¿verdad?

Y la muchacha asintió con la cabeza mientras se secaba las lágrimas.

–Claro que sí –asintió Mario con una sonrisa, sin quitarle ojo.

–¿Y qué ha sido de mamá? –preguntó.

–Está en la cárcel.

Janet, aún con los ojos humedecidos y rojos, levantó la cabeza, poniendo mucha atención.

–Sí, hija. O, en todo caso, después del instante en que nos fuimos, ella entró en la cárcel. La han metido después de un examen psicológico a la que fue obligada… y a la que acusaron de estar mal de la cabeza. De estar loca, en pocas palabras.

Janet sintió una mezcla extraña entre tristeza y alegría; era su madre y no podía alegrarse, pero tampoco podía entristecerse debido a todo el daño que les había causado.

–¿Y a ti no te darían una amnistía si la persona que te ha acusado de ello ha sido metida en la cárcel?

Mario sonrió.

–Ojala –asintió–, pero no existe ninguna amnistía en 2052 y mi delito está ahí, a pesar de todo. Seguiría siendo perseguido hasta el final.

Se quedaron los dos en silencio, mirándose mutuamente a los ojos.

–Ahora entiendo muchas cosas –añadió Janet–. Ahora entiendo por qué nunca me llevé bien con ella: porque salí a ti en vez de a ella. También entiendo por qué este último verano todo se había torcido más que nunca: porque sabía que cada vez tenía más cerca la excusa para separarse de ti, y en el momento en el que los viajes en el tiempo llegó a su límite y se lo contaste…, no tuvo ninguna piedad.

Continuaron contemplándose. A Janet se le volvieron a humedecer los ojos, pero de felicidad.

–Que conste –narró ella– que nosotros hemos ganado y ella ha perdido. Al final, el tiempo pone a cada uno en su lugar: mira dónde está mamá y dónde estamos nosotros... En la cárcel de 2052, nosotros en el Madrid de los años ochenta, ni más ni menos.

Se volvieron a quedar mirando con todo en silencio.

De repente, se olvidaron por completo de Flor; como si un petardazo estallara en la cabeza de ambos y la dejaran atrás, al igual que su vida del futuro.

Fue tal la felicidad que sintieron, que comenzaron a carcajear mutuamente, a la vez.

–Anda, hija, ven y dame un abrazo –sugirió Mario.

Y se abrazaron los dos.

–Vamos a hacer nuestra vida de nuevo, ¿de acuerdo? –murmuró él, y Janet asintió.

Así estuvieron durante un rato hasta que Mario sacó su portátil con todos los experimentos escritos y se pusieron manos a la obra, a investigar de nuevo, y es que no había ni un solo día en que Janet no hubiera echado de menos a Roxy.

A pesar de todo, tan sólo estando su padre y su chico a su lado, Janet se sentía emocionada y alegre, sin miedo ante nada, como había aprendido los últimos días que tuvo que enfrentarse a 2052 y que le ayudaron a convertirla en una mujer nueva, madura y valiente y a perder, por encima de todo, la ingenuidad.

La joven había conseguido quedarse para el resto de su vida en la época para la que había sido hecha y había llegado al mundo. Tantos años divinizando la dorada década habían dado resultado: Janet ya no estaba perdida en los 80.

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