
8
Iniurs
Pasaban los minutos mientras la cara de Jay mostraba más y más preocupación. Max no se contuvo en empezar a hacer preguntas con impaciencia.
–¿Pero qué ha pasado? ¿Quién se ha adelantado?
–Sí que se nota que tienes sangre nuestra –dijo. Max esbozó una pequeña sonrisa–. Ser un verne lo merece únicamente quienes sientan, al menos, una moderada solidaridad y quieran ayudar a combatir el sufrimiento. Y tú sientes que quieres ayudar a los demás, pero no puedo permitírtelo ahora. Te hemos juzgado y puedes formar parte de nosotros, pero de momento no eres un verne hasta que tú no lo decidas.
–¿Cómo que lo tengo que decidir yo?
Jay avanzó hasta el final del despacho, donde encontraban las dos cabinas de cristal.
–¿Ves estas cabinas? –preguntó, y Max asintió. Después tocó su madget y en el cristal de una cabina apareció el símbolo de los tres círculos superpuestos. Después, en el otro apareció el planeta Tierra–. Cuando estés preparado, te dejaremos elegir entre quedarte con nosotros y formarte, o volver a la Tierra, olvidando todo lo que sabes hasta ahora, incluidos los juicios y déjà vus cuando falleciste y fuiste al Paraíso.
Max se quedó dudando. Eran tantísimas las preguntas que quería hacer, que no sabía por dónde empezar.
–¿Qué significa ese símbolo? –preguntó, señalando el que había en el cristal de la cabina izquierda.
–Éste es el Equilibrio de Fuerzas –explicó Jay, señalando los tres círculos, y pasó un par de páginas del libro que había abierto encima de la mesa–. Mira –permitió enseñarle. Max lo observó y allí estaba impreso, en grande, el símbolo que había visto en la puerta que permitía el acceso a Vermat: el símbolo de los tres círculos superpuestos con el campo que compartían de color verde–. Dime si te sientes identificado con lo que pone dentro de cada uno. Es nuestra ley de vida; es lo que los vernes debemos defender por encima de todo.
En el interior del círculo inferior a la izquierda aparecía la palabra «Justicia». En el de su derecha aparecía la palabra «Igualdad». En el superior ponía «Libertad».
–Ya lo entiendo –dijo Max–. ¿Y cómo has dicho que se llama?
–Equilibro de Fuerzas. Es el símbolo de los vernes, es nuestra ley a seguir, defendiendo a todo ser vivo bajo tales criterios. Además, te diré que no apoyamos la violencia bajo ningún medio, solamente para defendernos, o las diosas herederas de Verne que simbolizan el Equilibrio de Fuerzas no nos darán su plena confianza para saldar nuestra Deuda Eterna.
Max abrió mucho los ojos, descolocado totalmente por lo que estaba oyendo.
–Vale, no tenía que haberlo dicho. Eso es otra historia. Ya lo descubrirás más adelante… –explicó, bajando el tono de voz en las últimas palabras.
–¿Y qué es el campo verde que comparten los tres? –preguntó Max, señalándolo con el dedo.
Jay y Max levantaron la cabeza a la vez, mirándose a los ojos.
–La utopía –sonrió–. El equilibrio entre los tres. Es nuestro objetivo: caminar hasta encontrar el mundo ideal, el que quiso Verne antes de dejarnos.
Después, un fuerte estruendo resonó cerca de la habitación.
–Atrás –indicó Jay, adelantándose dos pasos y estirando el brazo donde portaba el madget. Dudó y volvió la cabeza atrás–. Escóndete debajo de la mesa por si acaso.
Max se escondió. Después, se atrevió a preguntar:
–¿Pero qué ocurre?
–Energía negativa. Los iniurs han logrado atravesar la frontera antes del día veintiuno, para el cual faltan dos días aún.
Las preguntas estallaban en la cabeza de Max una tras otra, arrepintiéndose de haber preguntado.
Jay se acercó a la puerta en tensión, que abrió y apuntó con agilidad a la derecha e izquierda del pasillo. Luego bajó su arma.
–Sal, Max. No hay nadie por el momento.
Pero tras recitar aquello, se oyó cómo una pared se rompía en pedazos y un cuerpo se le echaba encima. Max vio a un hombre de piel rojiza encima de Jay, los cuales tenían, de repente, unas espadas en las manos y estaban haciendo fuerza por alcanzar al otro. Max pudo diferenciar que ahora del madget de Jay había salido el largo y potente filo que acababa de descubrir.
Acto seguido, Jay dio un fortísimo impulso repentino que hizo al demonio levantarse y retroceder, alzándose el joven verne detrás.
–¡Max, corre! ¡Sal por donde has venido! –exclamó, señalándole la cabina que había al principio del pasillo.
Max se acercó hasta que diferenció cómo del madget de Jay, ahora, en vez de una espada, salía un potentísimo y grueso rayo de luz azul que sustituyó su filo. Alcanzó al especímen rojizo, cayó al suelo y desapareció.
–¡Ahora, corre! –gritó, dejando espacio a Max para que alcanzara la cabina de cristal. En medio de la pequeña batalla, pudo contemplar que Jay, ahora, se enfrentaba a tres demonios, donde rayos de color amarillo golpeaban paredes y techo, cayendo algunos escombros.
Max tocó el botón inferior dentro de la cabina, la puerta se abrió y apareció en el vestíbulo, donde no había nadie. Salió al exterior, percibiendo pequeñas batallas. Entre ellas, varios demonios escalaban un alto edificio, mientras vernes, desde ventanas del mismo, lanzaban pequeños hechizos de color azul que hacía que los iniurs cayeran uno tras otro.
En la superficie, Max observó un grupo de chicos y chicas de diez personas, con otro de ellos adelantado a la congregación.
–¡Milicia! –gritó, volviéndose al conjunto mientras caminaba hacia atrás–. ¡Defendamos la justicia, libertad e igualdad! ¡Defendamos la vida! ¡Defendamos la felicidad! ¡Defendamos todo lo que hemos conseguido y lo que nos queda por progresar! –el grupo vitoreó a su Capitán–. ¡Guardianes, preparad vuestra vista de lince y vuestra mejor defensa! –y tres chicos vitorearon, levantando su madget en lo alto–. ¡Lanzadores, preparados para lanzar los rayos más potentes y precisos en la lejanía! –y otros tres chavales volvieron a vitorear de la misma manera que los Guardianes–. ¡Y Luchadores, preparados para atacar en el mayor cuerpo a cuerpo y corta distancia que jamás hayan presenciado los vernes! –y, una vez más, los tres restantes vitorearon levantando el madget.
–¡Capitán, preparado para dirigir! –exclamó el resto del grupo a una misma voz, dándose cuenta Max de que se trataba de un ritual que seguían siempre antes de comenzar a luchar.
–¡Clan G5, por Verne! ¡A por ellos! –concluyó el Capitán, y corrieron gritando en manada hasta dirigirse a un grupo de demonios.
Max siguió asustado y confundido. Observó su alrededor, viendo cómo algunos iniurs (a los que podía distinguir de los vernes por su piel rojiza y sus hechizos de color amarillo) escalaban edificios y otros se enfrentaban a diversos vernes en la superficie. Algunos habían sacado las espadas de sus madget y peleaban cuerpo a cuerpo en rápidas luchas. A su vez, se defendían de rayos amarillos que les llegaban de terceros.
De repente, algo estalló cerca de Max: un demonio le había lanzado un potente hechizo, golpeando la pared del edificio. El muchacho se tambaleó y perdió el equilibrio hasta tener que posar las manos en el suelo para no caerse de boca. Instintivamente corrió hacia delante, viendo cómo un iniur le seguía disparando. Un rayo más alcanzó los pies del joven, que evitó por los pelos al dar un salto. Para huir, se adentró en una feroz batalla que se estaba disputando delante de sus narices: grandes golpes de espada, rayos de colores azul y amarillo que agujereaban el suelo y los edificios, y gente yendo y viniendo en todas direcciones. Todo un caos.
–¿Cómo puede ser –preguntó a todo volumen una mujer a otro verne de su clan– que se hayan adelantado y que hayan sido dos días?
–¡Ocurre a veces! –respondió el otro–. ¡Pero hacía décadas que no se habían adelantado tanto tiempo!
Max siguió corriendo hasta que alguien lo lanzó al suelo, posándose un Guardián en el lugar en que una milésima de segundo antes se encontraba el chico. El verne mantuvo firme el madget con las dos manos a modo de defensa, similar a un escudo con el que se protegió de un potentísimo hechizo amarillo que hubiera alcanzado a Max. Se trataba de Nolan que, al verle defendiendose extraordinariamente con el madget, descubrió que era Guardián.
–¡Corre! ¡Sal de aquí!
Max se levantó y siguió avanzando para evitar la batalla. Se adentró en la inmensa ciudad que no conocía, donde iban y venían vernes en todas direcciones que se preparaban para disolver a los iniurs. Luego giró en un cruce y el chico se encontró con un centenar de demonios que corrían hacia él.
–Oh… ¡Mierda! –exclamó, y salió corriendo por el camino que había venido. Sin embargo, en esta ocasión encontró una cruel batalla por la que era imposible avanzar.
Aún asustado, cogió una tercera vía y avanzó con algunos iniurs detrás de él. En mitad de la carrera distinguió en el cielo celeste tres brillantes estrellas fugaces que, después, se perdieron en la lejanía.
En tierra, siempre que alguien era alcanzado por el rayo de un iniur o un verne, caía al suelo con la mirada perdida y desaparecía, sin comprender Max qué era lo que les ocurría exactamente.
Sus piernas parecían cansarse en cualquier momento de recorrer más y más calles, girando instintivamente de derecha a izquierda para evadir hechizos negativos.
De repente, creyó haberse perdido. Se vio inmerso en la soledad; ya no le perseguía ningún iniur, pero tampoco había ningún verne que lo protegiera en caso de que le atacaran. Paró en seco, miró asustado y preocupado a un lado y a otro: allí no había ni un alma. Pero había corrido tanto que estaba muy, muy lejos del punto de partida donde sí había vernes. Aun así, prefirió no pararse: si lo observaba algún iniur desde la lejanía y le atacaba, estaba perdido. Para colmo, no sabía si podía salir de aquel mundo ni cuál era el método de regreso. Parece ser que había llegado a aquel extraño lugar en el peor momento.
No obstante, al llegar a un nuevo cruce de caminos, Max se escondió en una esquina al encontrar a dos iniurs conversando tranquilamente al otro lado:
–¿Y después? –oyó que decía una voz masculina.
–Estarán confusos y perdidos. Todo se habrá acabado –comentó la voz de una joven.
–Ojalá que sea así –comentó el otro iniur.
–Lo será. Me ha dicho Dante que sin él no sabrán cómo actuar. Después la bomba mágica explotará y destruirá todo Vermat…
–…y el territorio nuestro avanzará hasta arrasar con todo, ocupando también nuestro dominio en las emociones humanas y, así, cumplir con nuestro cometido. Posiblemente también ocurra alguna catástrofe de la misma índole en el Mundo Físico. ¡Uniur estaría orgulloso! ¡En el siglo veintiuno por fin lo hemos conseguido!
–No cantes victoria –dijo la mujer–. Tiene que colar hasta que llegue el veintiuno de diciembre. Van a alucinar éstos con lo que les viene encima…
–Vernes… –recitó con una mezcla de asco y desprecio–. Hemos tenido suerte con este adelanto de la apertura del muro, y lo mejor es que pensarán que es lo que peor les va a ocurrir, si supieran que… Espera, ¿quién está ahí?
Max se apartó de un sobresalto. Había intentado mirar a los dos iniurs y el último que hablaba había conseguido verle. El joven se ocultó de nuevo con el pulso a mil mientras oía los pasos de los dos iniurs acercarse.
–Mierda –dijo en voz muy baja, y salió corriendo.
–¡Dale, dale! –exclamó la demonia a su compañero, mientras lanzaban fuertes y rápidos hechizos al chico, que explotaban en el sólido suelo.
Max corrió y corrió, caminando en zig-zag y dando saltos; esquivándoles dentro de sus posibilidades.
Tras un rato de una lucha física contra sí mismo para aguantar, continuó avanzando mientras miraba hacia atrás e intentaba evadir a los demonios que lo perseguían. Pero poco después, aunque creía que la calle estaba despejada, chocó con alguien mientras tenía girada la cabeza.
Max se había dado contra un tipo enorme, el cual no se inmuntó cuando el chico, sin embargo, había rebotado y había caído al suelo. El muchacho miró de perfil el rostro de aquel individuo que mediría dos metros, tenía fuertes brazos y piernas, un largo cabello moreno, liso y descuidado por la cintura, piel rojiza y ojos que imponían e hipnotizaban. Se giró lentamente para ver quién se había chocado con él. Max no sólo se encontraba más cansado que nunca, sino que estaba tan asustado que no fue capaz de mover un músculo mientras el labio inferior le temblaba.
El gigantesco hombre observó que estaba indefenso y sin madget y no atacó a Max, sino que posó su tenebrosa mirada en el chaval mientras una manada de iniurs llegaba y hacía un círculo entre ambos.
–¿Qué razón hay por la que estás indefenso? –preguntó, vacilante e imponente a Max con una fría voz. El joven no podía responder. Jamás había sentido tanto terror como en aquel instante. El gigante miró la muñeca izquierda del joven–. ¿Por qué no llevas el símbolo como los demás? –el demonio pareció dudar un segundo. Después, concluyó levantando su madget en lo alto–. Da igual. No estás conmigo, por lo que estás contra mí.
¡BUM!
Algo golpeó a los dos, que salieron disparados en direcciones opuestas cada uno.
Un hombre canoso y tan grande como el iniur, había lanzado un hechizo que separó a ambos. Tras él, un centenar de vernes aparecieron y empezaron a atacar a los demonios, tanto en la lejanía con rayos de luz, como en el cuerpo a cuerpo con espadas.
–¡Recoge a Max! –exclamó Asla a Jay, que habían aparecido a pocos metros del chico y le protegieron después.