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12

 

Now you’re gone

 

Menudo verano. Cada día que pasaba era más surrealista que el anterior.

El domingo amanecieron las dos amigas como si acabaran de jugar un combate de boxeo: aún vestidas, sudadas y sin ganas de ponerse en pie siquiera.

Un buen rato estuvieron despiertas mirando al techo, sin decir ni una sola palabra y sin apenas moverse, pero dándole vueltas a la noche de la que habían regresado.

Después, por fin, Janet fue la primera en hablar.

–Te toca contarme dónde narices te metiste anoche.

–Digamos que me fui con Juli –sonrió Roxy.

–¿Pero fuera? Porque en la sala no te vi durante las últimas horas.

–Pues a ver, que recuerde… Estuvimos gran parte de la noche en la sala. Luego nos fuimos fuera un rato y…

Se quedó callada y pensativa.

–¿Y? –insistió Janet para que continuara.

–Y nos piramos por ahí, sin más.

–¿Juli y tú? ¿Solos?

–Sí. Nos fuimos por ahí a dar vueltas, lejos de las miradas de la gente y donde pudiéramos hablar tranquilamente. Total, no te iba a perder de vista; nos íbamos a encontrar aquí sí o sí.

Y volvió a reír. Janet prosiguió:

–Dando vueltas los dos… Claro, seguro que como niños buenos que se portaban bien, por eso queríais estar solos. ¿A que sí? –enunció Janet con ironía. Roxy carcajeó y no le contestó–. No, pero dime –insistió ella.

–Imagínatelo tú sola y ya está –concluyó Roxy como punto y final sobre el tema, entre risas, pero sin querer contar más.

***

Aquella misma tarde, Janet cogió el vuelo de vuelta a Zaragoza. Allí la esperaba su padre, que pronto le cogería su maleta de mano.

–Oye, Janet –preguntó Mario mientras conducía de vuelta–, al final los exámenes, ¿cuándo te dan la nota?

Janet se quedó callada por unos segundos. Ya se le había olvidado por completo.

–¿Janet?

–Sí, Mario. Te oigo. Pues…

Y se volvió a quedar pensativa, pero no sabía qué decirle. Solamente podía serle sincera.

–Pues verás… Siéndote sincera… Me quedé durmiendo y no fui.

Y se produjo un silencio en el coche. Janet ya pensaba que Mario se cabrearía y le echaría la bronca.

Pero no. En su lugar, se preocupó e incluso parecía molesto consigo mismo.

–¿En serio? –preguntó– Pues vaya faena… ¿Entonces no los hiciste?

–No, Mario. No los hice. La verdad es que estaba muy cansada… –varios segundos de silencio incómodo regresaron a la escena–. ¿Para qué te voy a engañar? Sí, estaba muy cansada. Ni me enteré cuando me sonó el iPhone, pero mi intención era presentarme.

–Ay, Janet, qué voy a hacer contigo –finalizó, aún preocupado pero sin irritarse–. Pero no le digas nada de esto a tu madre, ya me encargaré de hablarlo tranquilamente esta noche o mañana con ella.

***

Al día siguiente, Janet miraba por la ventana desde su casa de ladrillo a aquellos altos edificios de acero que divisaba. La vida en aquella época era muy diferente a la de los ochenta; bien era verdad que había muchas comodidades según todo había ido avanzando en setenta años. Pero otras, la gran mayoría, las echaba de menos, empezando por la música que predominaba.

Tampoco había día que no pensara en Jorge. Ya no era un anónimo a quien estaba conociendo; se había convertido en mucho más. Ahora sabía lo que él sentía y, por lo que le dio a entender, estaba loco por ella y era capaz de dar cualquier cosa.

¿Quién le iba a decir a ella que aquel chico que se quedó mirando en el metro llegaría tan lejos? Pero Janet no lo podía evitar: estaba enamorada de él de manera irremediable e inintencionada. Cuando llegara el próximo fin de semana, aunque no había quedado con Roxy, lo más probable es que volviera a despertar en los ochenta. Al menos, eso esperaba. Y, esta vez, tendría que darle una respuesta y explicación como le prometió que haría.

¿Qué le diría? ¿Le tomaría en serio si le contaba la verdad?

Así estuvo la joven, día y noche dándole vueltas al tema y preparándose para cuando llegara el fin de semana. También hablando con su mejor amiga por Skype todos los días, contándole lo que sentía y sin tener claro qué excusa ponerle o acceder a él y contarle toda la paradójica verdad.

Janet se había olvidado ya de lo surrealista que era aquello de despertarse en los ochenta. Ya no era una mera obsesión como pensaba al principio, ni tampoco un vulgar sueño. Estaba viviendo aquellos años una y otra vez. Estaba creando una doble vida que le importaba más que la suya propia.

Daba igual dónde se quedara dormida. ¿Por qué ahora se despertaba en Madrid aunque estuviera en Zaragoza?

Parecía que el destino quisiera que cada fin de semana se desvelara en la capital del país para que fuera a la Sala Canciller a ver a su chico.

La semana fue larga, muy larga. Janet le daba vueltas a todo, pero no podía decirle nada claro a Jorge si ella tampoco tenía en mente la razón de todo aquello, aunque tenía la sensación de que pronto acabaría descubriéndola. Mientras tanto, sólo le quedaba disfrutar; era lo único que sabía.

Cuanto más se acercaba el fin de semana, más nerviosa estaba. El corazón se le aceleraba sólo de pensarlo y le costaba dormir, dándole vueltas a todo. Para colmo, los discos que escuchaba a diario le estaban marcando más que nunca. ¿Hasta dónde merecía la pena llegar? La joven era consciente de que aquello le estaba tocando profundamente de por vida y, cuando acabara, ella ya no sería la misma.

El viernes por la mañana, Janet oyó gritos fuera de su habitación.

A continuación, pasos fuertes y uniformes de su madre acercándose por el pasillo.

Le abrió la puerta de golpe mientras aún estaba medio dormida.

–¡JANET! ¿¡QUÉ ES ESO DE QUE NO TE HAS PRESENTADO A LOS EXÁMENES!?

Janet, aún dormida, cogió aire.

–Flor, por favor –murmuró Mario de fondo–, que empezábamos a ir mejor y llevábamos tiempo sin discutir…

Los gritos de Flor retumbaban en toda la casa y se oían en parte del edificio.

–¡PUES VENGA! ¡DEFIÉNDELA COMO HACES SIEMPRE! ¡DIOS MÍO! ¡CASA DE LOCOS!

Y abandonó la habitación. Mario desde el umbral de la puerta se quedó mirando a Janet. Negó con la cabeza y se fue.

La muchacha no pudo evitar querer evadirse y largarse lejos de aquello, muy lejos, y no volver. Soñando, más que nunca, con que llegara el día en que se quedara en los ochenta y ya no volviera más al infierno que era 2052.

Durante el resto del día parecía que las cosas estaban más calmadas. Flor y Mario hicieron la comida pacíficamente, comieron con Janet y con la radio sonando de fondo. Comentando y hablando con calma como si no hubiera pasado nada aquella mañana.

Y lo mismo ocurrió por la noche: el matrimonio hizo la cena y conversó intentando mantener la serenidad. Mario parecía serio e intentaba hablar lo mínimo que se podía permitir.

Un rato después, Janet se metió en la cama mientras escuchaba música de fondo, cuando Mario le tocó y entró a la habitación.

–Hija, escúchame… Sólo me quedaba serle sincero a tu madre..., de verdad.

Janet asintió, entendiéndolo desde el primer momento.

–Tengo que ser sincero siempre, en cada instante de mi vida con cada persona. Incluso aún me quedan cosas que contarle a Flor… que no sé cómo se lo tomará…

La cara amarga que puso Mario no la había visto Janet jamás.

–¿Qué cosas? –preguntó, preocupada.

–Cosas, Janet, cosas. Ya te enterarás en su momento… Pero debería contárselo al margen de cómo se lo tome, de si grita o no grita, que esperemos que no. Pero me queda solamente contarle lo más importante de todo… Entonces, puede que las cosas vayan peor en casa…

Janet guardó silencio mientras Mario abandonaba la habitación.

–¿Es algo malo? ¿Peligroso? ¿Te tendrás que ir otra vez y no volver? –preguntó la joven, asustada y sin querer perderlo.

–No, cariño, no. No te preocupes. Tu madre y yo… Bueno, digamos que tenemos importantes cosas de que hablar… Y todo podría acabar mucho peor de como están, por desgracia mía. Porque yo intentaré calmarla y hablar con ella como si mi vida fuera en ello.

Poco después, abandonó su cuarto sin tener mucho más que añadir.

Janet se quedó meditando, triste y angustiada porque, al parecer, los problemas que tenían sus padres no habían terminado ahí, sino que aún quedaban peores situaciones.

Con otra preocupación más en mente, se quedó durmiendo deseando viajar a los ochenta de nuevo en cuanto se despertara, pero esta vez mucho más intranquila que las veces anteriores a causa de la última conversación que había tenido con Mario.

 

***

 

Y así fue: Janet se despertó en la habitación de Roxy, con su amiga durmiendo en la otra cama, a su costado.

Sin embargo, debido a la preocupación y nervios que rondaban en su cabeza, esta vez Janet no sonrió al despertarse ni pudo alegrarse tanto como anteriores situaciones.

La semana se había acabado y esta vez tendría que darle una respuesta clara a Jorge, pero aún no sabía si contarle la verdad.

Las dos amigas se levantaron haciendo la rutina de siempre. Era medio día y, por el momento, Janet al menos no se había dado cuenta aún de un detalle que le iba a romper todos los esquemas en cuanto a sus ralladuras de cabeza y le iba a traer peores consecuencias.

Estaban terminando de cenar y sin arreglarse todavía cuando se le ocurrió mirar su DNI.

Puso cara de sorpresa, luego de irritación y después de tristeza, una detrás de otra.

–¿Qué? ¿Qué pasa? –preguntó Roxy, intranquila y acercándose a su amiga para verle el documento de identidad.

Se llevó las manos a la boca y puso la misma cara que la rubia.

–No puede ser… –susurró Janet, triste y débil– ¡No puede ser!

Pero ninguna de las dos terminaba de creérselo. Se encontraban a finales de 1990. ¡Habían pasado más de dos años desde la última vez que estuvieron en la discoteca! Ambas estaban convencidas de que habían viajado solamente a la semana después de los hechos, como había pasado en anteriores ocasiones.

Evidentemente, Janet en quien pensó inmediatamente fue en Jorge. ¡Pero no dependía de ellas el jugar con el espacio y el tiempo! Es más, ¡no sabían de qué dependía!

–Tenemos que irnos… ¡Tenemos que ir a buscarle pero ya! –exclamó Janet, obsesionada y preocupada.

Se arreglaron rápidamente, cogieron el metro y se plantaron en la sala, esta vez más angustiosas e intranquilas. Si ya estaba todo muy torcido, la jugada les había salido mal y se habían despertado donde no querían.

Quizá, demasiado tarde.

Bajaron las escaleras hasta llegar al ambiente fiestero que allí solía haber. Poco había cambiado todo en dos años.

Comenzaron a investigar entre la multitud, buscando a Jorge o a Juli, subiendo y bajando escaleras, pero ni rastro de ellos.

Janet, vencida tras un rato de búsqueda, se sentó en un sillón que estaba libre, negando con la cabeza, humedeciéndosele los ojos de manera irremediable y, finalmente, llorando.

Roxy se agachó a su lado e intentó consolarla. «No llores, tía», le susurró, agarrándola del hombro contrario. Pero Janet no podía evitarlo.

Sin embargo, en el instante en que Roxy miró al frente y quitó la vista de su amiga, distinguió a Jorge, con una cerveza en la mano y camino de bajar al piso inferior por las escaleras.

–¡Janet, allí está! ¡Mira!

Alzó la cabeza y divisó a Jorge bajando al piso inferior.

Janet salió corriendo con Roxy detrás, sin saber muy bien por qué ni qué declarar.

Descendieron y se toparon con Jorge enseguida. Éste permanecía sin moverse, con su cerveza en la mano y con cara mustia, mirando el videoclip de Ozzy Osbourne que estaban proyectando en la gran pantalla.

Janet se plantó de frente a él, dibujando el muchacho un rostro enorme de sorpresa, como si no se lo esperara. Y, acto seguido, la abrazó fuertemente hasta cortarle la respiración.

–¡Janet…! ¿Dónde…? –se preguntaba, respirando fuertemente y cogiendo el aliento, ya que se le había encogido el corazón.

Era un tanto extraño que, dos años después, Jorge se comportara de aquella manera. ¡Dos años después!

Terminó el abrazo y Janet intentó excusarse.

–¡Lo siento! ¡De verdad que lo siento…! No dependía de mí y… ¡No quería aparecer por aquí tan tarde!

Éste cambió su rostro iluminado por otro más severo.

–¿Tan tarde? ¿Y habíamos quedado a la semana siguiente? ¡Han pasado casi dos años, Janet! ¡Dos años! –exclamó Jorge sin comprender nada.

Janet no pudo evitar romper a llorar, susurrarle varias veces que lo sentía y darle otro abrazo.

–No puedo… No puedo parar. He llegado aquí llorando, te lo prometo.

Jorge guardó silencio y se relajó poco a poco.

Janet pudo ver cómo a su lado estaban Roxy y Juli abrazándose y besándose felizmente, siendo un bonito reencuentro después de mucho tiempo del que muy, muy difícilmente esta vez se iban a separar.

–Eso me ha parecido. Tenías pinta de haber llorado cuando te he visto enfrente de mí –confesó Jorge.

Volvieron a guardar silencio. Solo se oía la fuerte música sonando en la discoteca.

–Pero… No lo entiendo –negó Janet–. Han pasado dos años… –afirmaba, ahora, algo incrédula.

–No es cabezonería. Tengo mis razones.

–¿Cómo que tus razones? –preguntó Janet, tambaleando la cabeza.

–No sé para ti, pero para mí ha pasado una eternidad. No hay día que no haya bajado esas escaleras buscándote entre la gente. Y raro es el día, incluso entre semana, que no haya pensado en ti –a ambos se les iluminó el rostro de felicidad–. Te he buscado por todas partes. He preguntado a mucha gente, pero nadie te conocía ni sabía cómo contactar contigo.

»Olvida mi rabia de antes, por favor. Olvídalo. No pienso dejarte escapar nunca más. Quiero ayudarte en los problemas que tengas, quiero formar parte de tu vida… Quiero estar contigo para siempre. ¡De verdad, no exagero! Todo este tiempo tenía la esperanza de que reaparecieras algún día.

Resultaba curiosa la forma en que él estaba seducido de ella, ya que la muchacha era capaz de decirle y sentir exactamente lo mismo. Pero para ella había pasado una semana, ¡y para él habían sido dos años! A la joven le costaba explicárselo.

Janet sonrió antes de volver a hablar.

–Te entiendo perfectamente –le dijo, mirándole a los ojos–. Yo tampoco quiero separarme nunca más de ti. De verdad…

Janet le cogió una mano y se la agarró muy, muy fuerte. Sentía no querer soltarla jamás.

Continuaron mirándose a los ojos de manera romántica.

–Te he estado esperando… Sí, dos años y medio –explicó Jorge–, si hace falta soy capaz de esperarte otros dos, tres, diez… ¡Doce años, si hace falta! ¿Te imaginas? ¡El tiempo que haga falta! ¡Doce años, pues doce años!

Exclamó, inventándose tal locura de cifra para darle a entender a Janet lo que sentía por ella.

–Estás loco. ¿Cómo vas a esperarme doce años? –preguntó siguiéndole la broma.

–Era una exageración –aclaró–. Quería decir, que contigo iría hasta el fin del mundo. Y te puedo demostrar que lo que siento por ti es verídico e intenso…

Janet se puso colorada y le sonrió de nuevo. Volvía a estar radiantemente feliz, como en anteriores ocasiones, olvidándosele todos los problemas que tenía apenas unas horas antes.

Sin embargo, no era consciente que lo peor estaba a punto de llegar y se acabaría.

Acto seguido, se volvieron a besar, esta vez más romántica y apasionadamente.

El roce de labios se prolongó mientras la música sonaba de fondo y el tiempo transcurría. Ninguno de los dos abrió los ojos durante todo el largo contacto; intentaban disfrutarlo hasta el final, como si fuera la última vez que se fueran a besar.

No obstante, en uno de los momentos en que Janet abrió ligeramente un ojo, vio a un joven con el pelo largo, muy parecido a Jorge, enfrente de ellos y de brazos cruzados, mirando la escena con descaro. Algo fuera de lo común a lo que Janet no dio importancia. Quizá algún amigo de Jorge o, simplemente, algún ebrio.

El beso continuó y continuó, incluso cambiando de posición mientras seguían en medio de la pista de baile, mimándose románticamente y con los ojos cerrados

Sin embargo, Janet, al entreabrir de nuevo un ojo ligeramente y ver a Roxy separada de Juli y de brazos cruzados contemplándolos también, fue lo que le confirmó que algo fuera de lo común ocurría en el lugar.

Se separó de su chico pero éste siguió agarrándola de la cintura. Abrió los ojos del todo, ojeando a Roxy. Jorge paseó también la mirada entre los demás.

Roxy levantó las cejas dos veces a Janet. Pero cuando iba a preguntarle por lo que ocurría, su mirada pasó al del hombre de pelo largo y de brazos cruzados que les observaba descaradamente.

Parecía increíble. Janet se quedó petrificada y con los ojos abiertos. Su padre, Mario, se encontraba allí. Chilló su nombre sin quitarle la vista de encima. Jorge se quedó igual, sin saber qué ocurría ni quién era, pasando la mirada de Janet al hombre que pasaba los cuarenta y que no pegaba en aquella discoteca para gente mayoritariamente joven.

El cuarentón suspiró.

–Hola, Janet. ¿Todo bien? –le sonrió, y su hija pensó que podía ser irónico, pero no había sido así. Disfrutaba de ver a su hija feliz. Sin embargo, a ella no le salieron las palabras.

Janet miró a Roxy, que seguía muy confusa y de brazos cruzados.

–Mira, Janet. Escúchame… Bueno, vámonos. Tenemos que irnos –rotundizó Mario esta vez poniéndose muy serio.

–¿Adónde, papá? –preguntó Janet.

Pero Jorge se separó rápidamente al oír su última pregunta, ya que aún la tenía cogida de la cintura.

–¡¿Que es tu padre?! –gritó, asustándose y mirando al cuarentón.

Algún día le tenía a pasar factura a Janet el llamar a su padre por su nombre real y no por el de papá.

Pero Janet no quería irse y Mario no podía perder mucho tiempo allí.

Se comenzó a proyectar en la pantalla el videoclip de Now you’re gone de Whitesnake. Toda la multitud se detuvo y miró fijamente el video, sin apenas moverse en la lentitud del principio del tema.

–Janet, en serio, tenemos que irnos. No hay mucho tiempo… –insistió Mario.

–¡No, papá, no me quiero ir!

Su padre reiteró.

–En serio, si no nos vamos podría ser peor. Todo esto… –señaló a su alrededor–. Absolutamente todo, te lo explicaré más tarde.

Roxy, por fin, se movió de su posición para llegar hasta Janet y decirle sinceramente:

–Janet, deberíamos irnos… En serio.

Roxy bajó un poco el tono de voz y prosiguió.

–…es posible que esto se nos haya ido un poco de las manos.

Janet siguió inmóvil. Mario, lentamente, la cogió de la mano y empezó a caminar.

–Vámonos, por favor –añadió con tristeza.

Y comenzó a avanzar con Janet detrás, ésta cogida de la mano y cayéndosele las lágrimas, con Roxy siguiéndoles.

–¡Espera! –chilló rápidamente Jorge, que había dado varios pasos detrás de ellos–. ¿Nos veremos a la semana que viene? ¿Pronto?... ¿Nos volveremos a ver?

El pequeño grupo paró la marcha. Mario parecía pensativo y la última pregunta quedó en el aire. Janet miró a su padre esperando que le contestara él, aún cogida de su mano.

Varios segundos después, Mario miró al muchacho melenudo y le contestó fríamente:

–Lo dudo mucho.

Y continuaron caminando entre la gente, subiendo las escaleras hasta el piso superior. Jorge permaneció mirando cómo se alejaban, asumiendo la derrota.

–Tío –le dijo un colega suyo de repente– están poniendo el nuevo videoclip del último de Whitesnake y estás de espaldas a la pantalla.

Pero a Jorge, a pesar de ser uno de sus grupos favoritos y estar perdiéndoselo, prefirió ver cómo Janet desaparecía de manera misteriosa e inexplicable una vez más, sintiendo que era última vez que la iba a ver mientras escuchaba la canción de fondo, cuya letra le iba a recordar a aquel difícil momento durante el resto de su vida.

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