
13
Nacido para ganar
Aquella noche, a través del espejo se podía ver a Mario apoyado por un costado en la pared de su habitación, aparentemente tranquilo, con la melena cardada suelta y una mano en el bolsillo. Llevaba puesto un pantalón y chaqueta negra de vestir, con una camisa blanca que contrastaba con el color oscuro de su traje. Su mujer, también con el pelo suelto y un fino vestido blanco de verano, recogía la ropa que veía en los cajones y que le podría servir en los próximos días. Después, la metía sin ningún cuidado en una gran maleta marrón, dejando su ira en cada prenda que echaba.
Al terminar, la cerró rápidamente y con fuerza. Se dio la vuelta y bajó las escaleras de su habitación sin inmutarse de que su marido seguía apoyado en la pared en la misma posición, rozándole con la maleta marrón al pasar por delante de él.
Fue al bajar las escaleras, cuando por fin Mario decidió caminar. Eran tantos los recuerdos en aquel cuarto que se le hacía imposible creer que estaba prácticamente en el fin de su matrimonio.
Janet, que se acababa de despertar el domingo por la mañana, salió de su cuarto al oír el portazo que había pegado Flor con la gruesa puerta de acero de su casa.
Atravesó el salón en busca de alguna respuesta pero no la encontró. Después Mario bajó también, encontrándose con su hija, que se temía lo peor.
***
Sin terminar el día, en aquel mismo comedor se encontraban Mario y Janet comiendo solos, en silencio. Sin música, ni televisión, ni ordenador, ni ningún aparato electrónico encendido que les entretuviera. Nada más que el silencio mientras comían y hablaban en un tono totalmente pacífico y de pura confianza.
–¿Entonces mamá no va a volver? –preguntó Janet mirando a su padre, cual primera de las mil preguntas que tenía que hacerle. Pero éste no le devolvió la mirada y tampoco respondió–. Dime algo. ¿Qué te ha dicho? ¿Se va por una temporada? ¿No va a volver? ¿Espera a que habléis de nuevo…?
–Demasiado te importa ese tema –respondió Mario al fin–, creo que deberían importarte e interesarte más otros temas, ¿no? No me esperaba que fuera lo primero que me preguntaras.
–Sí, bueno, también. Pero lo de mamá me ha venido antes a la cabeza.
Mario volvió a guardar silencio mientras comía. Janet continuó mirando a su padre todo lo que podía, esperando respuestas.
–Vamos a ver, Janet: todo viene ligado. Me ha costado y sabría que después de todo este tiempo, no sabía si se lo iba a tomar a bien o a mal… Mamá se ha ido porque le he contado todo.
–Todo..., ¿pero el qué? –preguntó Janet.
–Déjame que te lo explique, por pasos –dijo tranquilamente y sin alzar la voz.
Respiró hondo.
–A ver, Janet. Todos estos viajes por el tiempo, que aunque suene increíble… Sí, has viajado por el tiempo. Y yo también. Y Roxy. Pero nadie más.
Guardó un segundo de silencio para que su hija asimilara conforme le contaba y continuó explicando:
–Vamos a ver, Janet. He dedicado mi vida entera a esto. Al estudio de lo que has vivido. Por eso no he aparecido en casa durante meses y por eso tenía que desaparecer una y otra vez: para seguir investigando.
»Mi afición por los años ochenta, y más concretamente por el heavy, me han llevado a cometer tal locura de viajar por el tiempo. Cuando tenía doce años, me dí cuenta que estaba todo creado excepto los viajes en el tiempo. Que se podría decir que siguen saliendo series y películas con dichos viajes, pero es todo ciencia ficción. En el mundo real, nadie lo ha conseguido. En el colegio, por aquel entonces, se lo conté a dos de mis compañeros y se rieron de mí.
–¿Qué les contaste? –preguntó ella.
–Que quería dedicarme a la ciencia, claro, para descubrir en un futuro cómo viajar al pasado; para poder viajar a otras épocas que no pude vivir porque no había nacido aún. Aparte, no entendían nada de lo que era el hard rock y quería demostrar que creía fuertemente en esta cultura inaceptada. La ciencia ha avanzado mucho, y las películas del siglo veinte y de principios de siglo ya no son ciencia ficción, Janet. La ciencia y la tecnología han evolucionado una barbaridad y cada vez más rápido. Muchas cosas ya se han creado y siempre tuve fe en encontrar una fórmula para esto; mi motivación era totalmente alta en investigar e investigar y aún sigue como tal.
»Quiero decir, que desde entonces me puse como loco a estudiar; me saqué mis estudios, mi carrera… Me fui a estudiar fuera, sacándome los cuatro títulos que ya conoces. Se me haría imposible trabajar con el pelo largo en una empresa tan importante como en la que estoy, ¿no crees? Bueno, ya te lo he contado muchas veces.
»Sin embargo, Janet, antes incluso de que nacieras, encontré la fórmula que nos ha llevado a ti y a mí a viajar por el tiempo hoy. Es una fórmula química intensa y limitada que lo que hace es alterar y modificar la realidad. Esta ciencia totalmente avanzada y extrema puede, por ejemplo, hacer aparecer y desaparecer cosas si yo lo considerara así, al ingerirlo.
–¡Ingiriéndolo! –gritó Janet sorprendida, que tenía los ojos bien abiertos y no quitaba oído a lo que le contaba su padre.
–Sí, hija. Pero ahora hablaremos de eso… E intenta no gritar mucho –susurró Mario intentando mantener un tono moderado–. Vamos a ver, con esta fórmula se puede alterar la realidad y modificarla. He conseguido muchas cosas, entre ellas viajar al pasado, a la época que yo prefiriera, pero no me he atrevido a hacerlo a más de cien años porque es algo muy delicado. Tantos años no podría ser bueno según he investigado; es más, todos estos viajes, Janet, he arriesgado a que te pasara cualquier cosa desafortunada. No por lo que hicieras allí, sino porque, como te digo, es ciencia muy, muy avanzada y no siempre sale bien. Estaba arriesgando a que tu cuerpo se partiera en dos, ¡que un brazo se quedara por el camino! Pero sabía que viajar a los ochenta era tu sueño y tenía que hacerlo para verte feliz.
–Entonces, ¿ha sido, por así decirlo, comiendo? ¿Cómo que comiendo? Porque has dicho ingiriéndolo, ¿no? ¿El qué? –preguntaba Janet impaciente y sin dejar de prestar atención.
–Espera, espera, enseguida llegamos a esa parte.
»A ver, cuando tenías siete años decidí presentarlo oficialmente y estuve tres meses fuera de casa, no sé si te acordarás. Me fui a Canadá, presenté el proyecto y dije qué intenciones tenía. Estaba empezando a conseguir viajar en el tiempo, todavía sin éxito pero acercándome poco a poco, así como explicando sus pros y sus contras. Pero nadie se lo creyó; me tomaron por un chiflado que hacía experimentos en su casa y veía alucinaciones. Recuerda que ya llevaba yo mi pelo largo y a saber qué se pensaron. Quizá, que era un hippie que fumaba porros y flipaba en colores. Nadie, absolutamente nadie creyó en el proyecto. Todos creían en los suyos, en seguir investigando a su manera… Incluso me moví por varios países, pero nadie hizo ni caso, por lo que he seguido avanzando por mi cuenta. Aún queda mucho por investigar, pero como ves, ahora el proyecto está prácticamente terminado y se puede viajar sin problemas… y sin disgustos.
»Bueno, sin problemas... No tengo todo al cien por cien claro, pero a base de experimentos he conseguido muchas hazañas y también viajar a muchas épocas. Como si se tratara de la programación de un juego de ordenador con mil códigos, ¿entiendes? Pues igual, pero experimentando fórmulas químicas sin parar.
»Créeme, ahora que lo he conseguido, nos podríamos hacer ricos… Podría patentar esto, hacerlo nuestro y presentarlo oficialmente. Es posible que nadie me crea, o es posible que el estado lo tome como peligroso y acabe donde tú ya sabes. Si hubiera sido hace treinta años a lo mejor hubiera colado de otra forma… pero hoy en día... ya sabes que el gobierno todo lo ve y todo lo controla y por cualquier historia fuera de lo normal...
Janet seguía escuchando atentamente. Jamás se habría imaginado que fuera su padre quien estaba detrás de todo, y no sólo eso, sino que lo hubiera averiguado todo él sin ayuda de nadie.
–Ahora, sobre lo de ingerirlo. Al tomarlo, tu cuerpo tiende a modificarse, en este caso a viajar a la época que yo programe, como te he explicado. Si te fijas, todas las veces que has viajado tanto tú como Roxy ha sido por mi culpa… Desde aquel bollo que te llevaste a Madrid y que sabía de sobra que no te ibas a comer en el avión y que lo compartirías con tu amiga porque os encantaban. Desde el día del cumpleaños de tu madre que la tarta estaba dividida en dos al ser diabética ella y Carla: al haber echado la fórmula en un lado y en el otro no, viajamos nosotros tres menos ellas, después de sentir debilidad y cansancio. Tu cuerpo empieza a modificarse y nosotros lo que sentimos es una gran somnolencia repentina. Y qué decir del día que os fuisteis de fiesta en Madrid con vuestros amigos y te había dado antes el sobre de kétchup para la cena. También aquel día cenando… Bueno, digamos el primer día que viajaste, por ejemplo, que hice yo la cena…
–¡Espera, espera! ¿Así que tú has viajado también a la vez que yo?
–Todas las veces que has viajado lo he hecho contigo. Os he estado observando en la lejanía y cuidando de vosotras en la medida de lo posible para que no os ocurriera nada. Vaya par de locas huyendo de una hamburguesería por no pagar… –rio, y Janet le devolvió la malévola sonrisa–. Pero muy bueno. De todas formas no os hubieran hecho nada comparado con lo que os hubiese ocurrido hoy en día si os vais de un sitio sin pagar, pero bueno. ¡Vaya error el mío aquella vez de dejaros por ahí sin dinero! Menos mal que os modifiqué los carnets de identidad, por lo menos para que supierais dónde estabais y la edad que seguíais teniendo, la cual nunca cambia.
»Hay veces que no coordino bien las fechas. Ya te digo que esto es algo muy delicado. Por eso a veces no coincidían los fines de semana y tuvisteis que aparecer seis meses o dos años después. Con los lugares tengo menos problema, lo más difícil es coordinar bien las dos épocas… El punto en el que nos encontramos ahora, nuestro presente, y al que nos dirigimos.
»Y sobre tu madre, pues se lo he explicado. La he sentado tranquilamente, me he puesto a hablar con ella para explicarle el caso, como ahora contigo. Ya te lo hice intuir anoche antes de que te fueras a dormir. Se lo he contado todo desde el principio: la ciencia, los viajes tuyos en el tiempo… Pero ya sabes cómo es… Y ésa ha sido su reacción.
–¿De irse? –preguntó la muchacha.
–Bueno, ojala fuera únicamente de irse… De chillarme, de decirme que sus amigas cuando éramos jóvenes tenían razón y que estaba loco, de que no iba a volver, que qué había hecho contigo… Y en fin, mil cosas similares.
»Janet, antes de nada, te pediría que por favor esto no se lo contaras a nadie. Bastante tenemos ya con toda la tensión que hay en el mundo y con el agua al cuello que nos tienen para que estemos bien controlados.
»Pero bueno, lo que te decía: para viajar en el tiempo, se ingiere una sustancia ya modificada en el laboratorio, que no tiene sabor y tampoco se ve a simple vista. He conseguido hacerla similar a un líquido que tomado en pequeñas cantidades hace el efecto que has vivido…
Pero en aquel momento, en la puerta de acero sonaron tres golpes, y al momento sonó el timbre.
Los dos se miraron atemorizados.
–No me ha gustado nada cómo ha sonado eso –se preocupó Mario, y Janet se asustó.
El varón se acercó para abrir la puerta…
–¡Papá, papá! ¡La camiseta! ¡Cámbiatela!
Por si acaso, Mario se cambió la camiseta que llevaba por una sin ningún dibujo que había encima de una silla. La que portaba era una con la portada de The number of the beast de Iron Maiden. Acto seguido, se recogió el pelo en una coleta.
–Gracias, hija, por si acaso es mejor prevenir…
Y efectivamente: Mario abrió la puerta y vio a tres agentes de la Seguridad Española, con sus gruesos trajes negros, sus gafas de sol, su casco puesto con la visera levantada y, en su interior, un chaleco antibalas. Armados con pistolas de última tecnología y con sistema de retención láser en su cintura, un par de porras extensibles y esposas negras de hierro.
–Buenas tardes. ¿Usted es Mario García Fernández? –preguntó el primero.
–Sí, soy yo, ¿algún problema, agente?
El policía lo miró de arriba a abajo, viendo sus vaqueros, su camiseta totalmente negra y haciendo una parada en su pelo cardado que terminaba en una coleta, dejando caer una sonrisa idiota.
–Se lo vamos a decir por las buenas, ¿de acuerdo? Tenemos una denuncia hacia usted y tiene que acompañarnos.
A Janet, que no había quitado el oído en toda la escena, no le gustó nada aquello y se acercó hasta la puerta.
El agente agarró a Mario de las muñecas, haciendo fuerza, y le ató con unas esposas negras.
–Le recomiendo que no ponga ninguna resistencia –explicó.
–¡Papá! ¡No! –gritó Janet con todas sus fuerzas viendo cómo lo arrestaban sin culpabilidad alguna y de forma repentina.
Mario no se opuso, pero sabía que quejarse o resistirse podía ser peor.
–Tú cállate, niña, o, si no, te vendrás también con él.
–Pero quiero tener alguna explicación –manifestó Mario intentando mantener la calma. Janet seguía mirando con ojos de ira y sin poder hacer nada.
–Usted sabrá. Se lo tendrá que explicar al Juez por la Democracia, pero de momento acompáñenos. ¡Venga, andando! –exclamó mientras lo arrastraba.
–¡No, espere! –chilló Janet–. ¡No ha hecho nada malo!
–Janet, sí que lo he hecho… –manifestó Mario–. Aunque ni tú ni yo lo veamos mal. Pero por desgracia así es si la autoridad lo ordena.
Uno de los agentes golpeó a Mario en la nuca, haciendo que cayera al suelo.
Janet gritó un «¡Papá!» mientras empezaba a llorar. Mario estaba bien, pero había recibido un fuerte golpe.
–¡Venga, andando y déjate de conversaciones! –obligó el agente principal mientras lo ponía en pie y lo arrastraba escaleras abajo.
–¿Y si lo cogemos de la coleta hasta el furgón? –sugirió uno de ellos intentando ser gracioso.
–Mejor no, no sea que te pegue los piojos.
Janet se quedó mirando a través del umbral de la puerta y lo vio todo.
La rabia, ira e impotencia que sentía no se la recomendaría ni a su peor enemigo.
Le dio igual todo.
Explotó:
–¡Meteos las porras por el culo! ¡INCULTOS! ¡PALETOS! ¡VENID A POR MÍ! ¡PAÍS DE MIERDA! ¡MUNDO DE MIERDA! ¡HIJOS DE PUTA!
Dos de ellos se volvieron, decididos, quizá a golpearle también o a llevársela. Aquella última expresión, en aquella época y aunque todos sabían de sobra lo que significaba, era toda una razón legal para ser castigada por la autoridad a pesar de ser menor de edad.
Janet cerró la puerta de acero rápidamente, echando el cerrojo, quedando los policías fuera.
Un agente dio una patada en el acero. La muchacha escuchó un fuerte estruendo y tembló de miedo mientras observaba la puerta cerrada.
Otro golpe seco sonó, pero no ocurrió nada.
–Déjalo, con estas botas no se pueden tirar este tipo de puertas –escuchó Janet murmurar.
–Da igual, vámonos.
La muchacha escuchó sus pasos alejarse por las escaleras.
Ella estaba muy asustada y paralizada todavía, con los ojos húmedos.
Después corrió hasta el ordenador y llamó a Roxy para contarle lo que acababa de ocurrir y la verdadera razón de haber despertado en los ochenta. Tanto tenía que explicarle que no sabía por dónde empezar.