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15

 

Rock and roll rebel

 

Janet se encontraba sola en la Sala Canciller, esperando en uno de los sillones, escuchando Bark to the moon de Ozzy Osbourne y con una cerveza en la mano. En cualquier momento iba a aparecer Jorge, habían quedado allí y no había nada de que preocuparse.

Al cabo de un rato esperando, Jorge se dejó ver entre la gente. Janet se levantó de un salto, olvidándose su pequeño tercio de cerveza en el suelo. Se acercó a su chico, con ganas de abrazarle y de besarle como nunca antes.

Pero se despertó y regresó a la pesadilla que era la realidad.

Estaba siendo un sueño y eran las cinco de la mañana. Roxy estaba descansando a su lado, pero ella no podía dormir más. Se había desvelado.

***

A las once de la mañana se plantaron con el coche en la gran prisión de la ciudad, en las afueras. El horario de visitas comenzaría poco después y tendrían una oportunidad de ver y hablar con Mario.

Tras pasar por varias puertas formadas por rejas, atravesaron un umbral que detectaba los metales, parecido a los que había en los aeropuertos antes de subir al avión. Y, finalmente, una puerta blindada. Desde ahí, un agente de la Seguridad Española los dirigió hasta la zona de visitas. Allí, entraron en una de las cabinas de cristal, que tenían un telefonillo y otro cristal delante para contemplar al preso con quien se iba a mantener la conversación.

–Tenéis diez minutos –autorizó el policía antes de cerrar la puerta de cristal por la que habían accedido.

Al momento, esposado y todavía vigilado por dos agentes, apareció Mario. Llevaba un mono naranja, un número en el pecho, el labio hinchado y ensangrentado, un morado en un pómulo, y lo más traumático de todo: llevaba el pelo completamente rapado.

Tenía un aspecto horrible y los cuatro alucinaron. Janet no lloró, pero sintió rabia por la injusta situación.

Le quitaron las esposas a Mario y los agentes partieron, encerrándolo con llave en la cabina.

Cada uno cogió el telefonillo que tenían a mano.

–Hola, hija –sonrió.

Janet pareció inafectada, como si no terminara de creerse el aspecto que tenía.

–Hola, Mario –contestó su hija.

Comenzó a ser consciente. Mantuvo la calma y la paciencia e intentó hablar poco a poco.

–Es… es increíble lo que han hecho contigo –se paró a mirarle la cabeza con muy poco pelo–. Y te juro que algún día… Y me da igual que no tenga la fuerza ni los medios… Algún día juro vengarme…

–No, Janet, no… Las cosas son como son y me lo merezco…

A Janet se le aceleró el corazón: acababa de estallar.

–¿¡QUE TE LO MERECES!? ¿¡QUE TE MERECES EL QUÉ!? –chillaba con todas sus fuerzas, cargada de ira. Un agente que pasaba por detrás de Janet se quedó mirando atónito, preguntándose cómo se atrevía a gritar de esa manera y más en un lugar como aquél–. ¿¡TÚ QUIEN ERES!? ¡TÚ NO ERES MI PADRE! ¡TE HAN LAVADO EL CEREBRO!

Roxy y Carlos tragaron saliva y le tocaron el hombro con cautela.

–Eh… Janet, que estamos en… –comenzó a decir el padre de Roxy.

–¡ME IMPORTA UNA MIERDA ESTAR EN UNA PRISIÓN! ¡NO ME DA LA GANA CALLARME! ¡Te han comido la cabeza…! ¡ODIO A MI MADRE! ¡PERO AHORA TE ODIO A TI!

Ahora sí, sus ojos comenzaron a abrillantarse y a llenarse de lágrimas mientras gritaba.

–¡ESO ES LO QUE ME HAS ENSEÑADO TODA MI VIDA, CLARO QUE SÍ! ¡A CONFORMARME! ¡A TENER MIEDO! –chilló esto último con ironía pero cargado de impotencia.

El agente, visiblemente armado en su cinturón, pegó dos golpes en el cristal de la cabina para que no gritara.

–¡NO ME DA LA GANA DE CALLARME, COÑO!

El policía pareció atemorizado y se fue de allí.

Janet prosiguió desahogándose:

–¡ASÍ QUE TE CONFORMAS! ¡TE CONFORMAS! ¡INCREÍBLE! ¡La persona que me ha enseñado a pensar y a saber ver la vida, se conforma! ¡Increíble…! ¡QUÉ DECEPCIÓN!

Mario no dijo nada. Se quedó observando a su hija.

–¿Has terminado ya? –preguntó él tranquilamente.

–No –contestó en su mismo tono, calmada de golpe–. Tienes miedo. Has perdido la batalla.

Se produjeron varios segundos de silencio. Finalmente, Mario sonrió.

–Yo habré perdido la batalla. Tú la has ganado.

Y volvió a sonreír a su hija.

–Mi hija, mi dulce y tímida Janet, aquella pequeña que le daba miedo salir a la calle con una camiseta de algún grupo cuando tenía once años o que se cardó el pelo por primera vez a los siete. Estoy muy orgulloso de ti.

Volvió a sonreírle y prosiguió. Janet seguía muy seria.

Los cuatro escuchaban a través del alto volumen del telefonillo.

–Janet, te has enfrentado a dos policías que me acababan de pegar y arrestar y que medían dos metros, además de ir armados. Estuviste conmigo en el juzgado a muerte, defendiendo lo que tú creías: tu música y tu cultura. Sé que también le chillaste a tu madre porque se lo merecía. Y hoy, aquí, has vuelto a decir lo que piensas, dándote igual que estés en una prisión rodeada de policías.

La muchacha mantuvo silencio, escuchando atentamente, y Mario concluyó:

–Janet, ya no tienes miedo. Eres completamente libre.

Recitó esta última frase como si de una cita conocida para ellos se tratara, mientras levantaba la mano izquierda dibujando una «V» con sus dedos índice y corazón.

Después continuó:

–Ahora sí que he conseguido lo que siempre quería que fueras y, hasta ahora, no te había visto chillar de rabia como lo has hecho estos días.

»Me gustaría decir y afirmar que todo esto no es más que otro experimento; otro sueño como el que has tenido este verano viajando a los ochenta y que despertarás y todo volverá a la normalidad, pero no es así.

»Sin embargo, sí que me gustaría deciros que todo aún puede cambiar. No está todo perdido, y ahora que no tienes miedo, Janet, sé que puedo contar contigo. Y contigo también, Roxy.

La miró, y ésta le sonrió.

–Puede que sea una locura, pero no queda otra –dijo él–. ¿Estáis dispuestas?

Preguntó y ambas asintieron lentamente. María y Carlos, que se encontraban detrás, no quitaban el oído de lo que decía Mario por el telefonillo.

–¿Eso qué es…? ¿Estáis dispuestas sí o no?

Las dos amigas se miraron y asintieron ahora más decididas.

–Perfecto –corroboró Mario–. Bien, escuchadme ahora atentamente –miró a su alrededor y su vista volvió a pasar al frente–. Necesito que vayáis a mi laboratorio al centro de la ciudad. Y no será de forma legal…

Janet y Roxy pusieron cara de asombro. Les había asustado aquella expresión, pero no se iban a echar atrás.

–Así, como suena. Necesito que os coléis en mi oficina cuanto antes. ¡Esta noche! –Janet y Roxy a cada palabra que Mario decía parecían más asustadas–. Sé que os parecerá una locura, pero necesito que lo hagáis las dos juntas. Miradme dónde estoy ahora. Toda mi vida dedicándome a algo para que ahora me metan en el talego. En serio, necesito que entréis al edificio de acero, de ahí a mi oficina y rescatéis todos los experimentos que tengo hechos, y lo que es más importante: el disco duro de mi ordenador y un libro donde he ido anotando todas las experiencias y fórmulas para hacer que esto de viajar en el tiempo se haga realidad. Pero necesito que de esto no digáis absolutamente nada a nadie.

Señaló a los cuatro, ya que los padres de Roxy también permanecían allí y estaban escuchando. Las dos chicas no sabían qué decir, pero estaban dispuestas a hacer todo lo que fuera posible por hacer justicia.

Mario observó sus cercanías nuevamente y continuó:

–Tengo que explicároslo rápido antes de que se me acabe el tiempo. Vamos a ver, esto sólo lo sé yo y creo que a Steve, mi jefe, al que tú conoces, ¿verdad, Janet? –la muchacha asintió con la cabeza–. Sólo por cualquier emergencia necesaria como es ésta... En mi edificio la alarma se activa con cualquier mínimo golpe o ruido fuera de lo normal, y ya sabéis que en cuestión de segundos la policía aparece. Para hacerlo, tendréis que ir a la planta baja de la que era una antigua hamburguesería y que no tiene alarma, que está a varias manzanas. Y evidentemente, es un viejo edificio de ladrillo. Buscadlo.

–¿Y cómo entramos? ¿Está abandonado ahora? –preguntó Roxy, y Mario volvió a ojear a su alrededor.

–No tengo tiempo de explicároslo.

»Voy al grano: entráis, y en el sótano del sitio encontraréis cajas de cartón encima de una alfombra roja mugrienta y vieja. Es posible que haya aún basura, ya que se ha utilizado mucho para guardarla ahí y para que también sea reciclada. Apartáis la alfombra y encontraréis una trampilla para bajar por una vieja y ancha tubería seca que, con lo pequeñas que sois, sólo vosotras cabréis. Habrá diferentes direcciones y cruces, pero tomad la dirección a mi edificio. No estará cerca ni será agradable pasar por allí. Intentad calcularlo bien hasta encontrar unas escalerillas adosadas a la pared y llegaréis a un sótano similar al que acabáis de dejar.

»Subís, levantáis otra trampilla, ¡con mucho cuidado!, y estaréis en el almacén de la sede. A partir de ahí tendréis que ingeniároslas para llegar a la quinta planta. La clave para entrar a mi despacho es 7377, ¿de acuerdo? No es difícil de memorizar.

Las dos chicas parecían haberlo captado todo.

–Por favor, llevad muchísimo cuidado. Yo ya estoy en la cárcel y las penas podrían ser más duras, pero lo digo por vosotras. Sois menores aún, pero aun así os podrían castigar para cuando seáis mayores de edad.

Roxy y Janet se atisbaron con algo de temor, pero con decisión.

–No tengo ni idea de cuándo saldré de aquí aunque sea temporalmente, si es que salgo algún día. Pero lo tengo todo en mi despacho: todos los experimentos, anotaciones y fórmulas. Y no puedo dejarlo allí. Tenéis que rescatarlo todo antes de que alguien se nos adelante. Y de madrugada, para que nadie se percate de ello… ¡Oh, mierda! ¡Ya vienen!

Mario se había girado al oír un ruido. Janet y Roxy se apartaron un poco de la vitrina.

Éste prosiguió lo poco que le dio tiempo, en voz baja:

–¡Tened mucho cuidado! ¡Intentad no hacer nada de ruido! Y lo que es más importante: ¡no se lo contéis a nadie!

Y dichas esas palabras, un par de policías entraron en la cabina de Mario. Colgaron el telefonillo, padre e hija se echaron una última mirada (Mario asintió, como súplica, y Janet sonrió, para asegurarle de que todo saldría bien), y todos dejaron las cabinas.

Al pisar la calle, ambas se quedaron quietas, mirando el horizonte que daba con el cielo azul veraniego. Roxy miró a su amiga mientras los padres de esta última caminaban sin decir una palabra, pero preocupados.

–Pues ya sabes lo que tenemos que hacer –dijo Janet–. Nada me lo va a impedir. Lo voy a hacer por mi padre. Me ha hecho muy feliz desde que nací, me ha dado una razón muy importante para vivir como es la música. Él siempre lo ha dado todo por mí y seguramente haya querido que viajara a los ochenta para hacerme feliz, y lo ha conseguido. Y no voy a permitir que todo acabe en esta pesadilla y desgracia.

Miró a Roxy que todavía no le había quitado ojo de encima y escuchaba atentamente.

–Hoy lo haremos. Esta noche –concluyó emocionada la morena, con valentía y seguridad. Ambas se cerraron en un fuerte abrazo que duró un buen rato.

Cuando se apartaron, con Roxy cogiendo a Janet de la cintura, declaró:

–Todo saldrá bien, ya lo verás. Lo planearemos todo al milímetro en llegar a casa.

Y juntas empezaron a andar sin ningún miedo.

***

Aquella tarde, Janet sacó toda la ropa totalmente negra que encontró en su armario, e incluso subió a la habitación de sus padres a encontrar más indumentaria similar de Mario y de Flor que les pudiera servir.

Bajaron a una tienda cercana y se compraron dos pasamontañas para que pudieran ocultar su rostro e ir totalmente de negro.

Con toda la ropa preparada encima de la cama de Janet, se quedaron mirándola mientras pensaban en lo que iban a hacer.

–Janet –dijo Roxy–, tenemos que planearlo todo.

Comenzaron las dos amigas mirando por Internet dónde se encontraba aquella antigua hamburguesería y qué ruta deberían seguir en el subsuelo que les había explicado Mario. Janet también intentó recordar cómo era por dentro el edificio de Quimestry para subir sin hacer nada de ruido.

La hora era evidente que iba a ser de madrugada: habían acordado salir de casa de Janet a las tres para llegar a las cuatro al sólido edificio de acero. Parecía que ya habían terminado de planificarlo todo, pero aún faltaban horas para el rescate: todavía eran las nueve de la noche.

Intentando calmar los nervios, Roxy salió al salón y se quedó viendo la televisión. Janet, sin embargo, se quedó en su habitación frente a su ordenador.

¿Realmente merecía la pena todo aquello? ¿Compensaría aquel rescate? ¿Y si las pillaban? Las cosas iban a cambiar mucho. Todo podía ser aún peor.

Los padres de Roxy habían vuelto al hostal donde se hospedaban aquellos días. Evidentemente estaban preocupados por la situación, pero supieron valorar la madurez y voluntad de las dos muchachas a pesar de su juventud, además de apoyar al cien por cien el rescate de los documentos de Mario.

Janet, sin embargo, por un momento se quedó de bajón anímico, pero no por el cometido.

La extrema situación le había hecho olvidar, al menos por varios días, a Jorge, el muchacho que conoció en los años ochenta y del que se había enamorado sin ningún remedio y al que tuvo que dejar plantado en la sala sin darle ninguna explicación.

Delante de su ordenador, la muchacha se quedó pensativa. ¿Qué fue de él? ¿Seguiría vivo en 2052? ¿Encontraría algún tipo de información del joven en internet?

Abrió el buscador Google y volvió a pensar. ¿Cómo se apellidaba Jorge?

–Jorge… Jorge… ¡Pérez!

Lo escribió en el buscador, pero era un nombre muy común. Aun así, le parecía una idea fantástica; quizá al llegar internet años después, pudiera saber qué fue de aquel joven de diecinueve años a finales de los ochenta. ¿Quién sabía? Quizá descubriría algo sobre él, ya que, lo último que supo, fue el último instante en que se vieron en la Sala Canciller en 1990.

«Jorge Pérez hard rock», escribió. Pero siguió sin salir ninguna referencia clara que le llevara a él.

La muchacha se quedó decepcionada. Qué se le iba a hacer, pero le hubiera gustado saber algo más de él.

Cerró la ventana del explorador y se levantó de su silla para ir a su estantería, cuando se le ocurrió una idea.

Volvió a sentarse. Abrió el buscador y escribió: «Jorge Pérez hard rock fanzine».

¿Quién sabía si así lograba toparse con él de una forma diferente?

No sirvió de nada, pero no quiso rendirse.

Tecleó de nuevo: «Jorge Pérez hard rock blogspot». La búsqueda cargó al instante.

Y funcionó.

La muchacha quedó asombrada con la primera referencia que le salió en el buscador: un tal Jorge Pérez había hecho un blog llamado Hard Rock freaks.

Entró, y la última entrada que había (y la primera que apareció) era del año 2002, y por lo que pudo leer por encima, ¡se trataba de Vixen!

¿Sería el mismo Jorge que ella conoció?

En uno de los botones superiores del blog, entre varios, había uno que decía «Biografía».

Janet entró. Después, abrió los ojos como platos y se tuvo que llevar las manos a la boca para no dar un grito.

A la derecha aparecía una foto de Jorge con diez años más que la última vez que lo había visto. Aún tenía el pelo largo, pero no cardado, y unas visibles entradas en su cabeza. En su torso, una camiseta negra y sin mangas con el logo rojo de Vixen.

¡Era él, era Jorge! Y seguía sin poder creérselo: ¡con el logo de Vixen en su camiseta! Pero aquella entrada de Blogger era tan, tan antigua, que tenía medio siglo: parecía que había sido actualizado por última vez en 2002.

Nerviosa y deseosa de saber qué fue de él, accedió a la entrada principal.

Con todo lo que le había ocurrido a Janet los días anteriores, ya tenía hecha la idea en la cabeza de que no volvería a verle más, para su desgracia. Pero allí estaba el chico, en una foto cualquiera a la luz del día, sin perder su esencia doce años después de verle por última vez en 1990.

Janet descendió por el blog, atisbando las diferentes entradas: todas con reseñas de discos y conciertos, contando experiencias personales relacionadas con la música, la caída del género en la primera mitad de los noventa e incluso una en la que relataba el día en que conoció y entrevistó a Kip Winger.

Ilusionada con haberse topado con él aunque fuera por internet y medio siglo después, se paró ante una entrada en que aparecía posando él con la verdadera Janet Gardner, ni más ni menos, y donde ambos parecían muy jóvenes.

La lectora sonrió y leyó atentamente la entrada, deseosa de descubrir la anécdota que iba a narrar referida a Vixen:

      

Mi experiencia en la película Hardbodies (1984) y con Vixen.

 

Cuando tenía 16 años, en uno de mis viajes a Estados Unidos para ir a ver a mi hermano, decidí quedarme una temporada mientras trabajaba en la producción de una película titulada Hardbodies. No sólo fue una gran experiencia cinematográfica, sino también musical, y es que allí me encontré y pude ver en vivo a Vixen, conociendo, además, a su cantante, Janet, una mujer preciosa que cada vez que la miraba se me aceleraba el corazón y sentía algo que nunca jamás había sentido por alguien antes.

El grupo de hard rock, formado únicamente por mujeres y sin ningún disco en la calle, me cautivó cuando aún llenaban salas con sólo veinte personas, pero su cantante en lo personal fue quien más me tocó hondo. No sé explicarlo; nadie de aquí, de Madrid, me había llenado tanto hasta que la vi y la conocí personalmente en el rodaje de aquella película. Claro que sabía que llegar a más era imposible; la cantante me sacaba unos diez años y creo que pareja. Y qué decir si le sumamos el hecho de que era cantante y se hizo inmensamente popular al lanzar el álbum Vixen en 1988. Yo no tenía nada que hacer.

Sin embargo, cuando cumplí los diecinueve, y sin olvidar a Janet Gardner, me volví a enamorar. Parecía que alguien había querido que conociera a aquella chavala que era clavada a la original, ¡y que también se llamaba Janet! Era preciosa.

No sabría explicarlo; fue un amor a primera vista, al igual que con Janet Gardner. Pero desde el instante en que la vi, no me la he podido quitar de la cabeza… Ni siquiera ahora, doce años después. No lo puedo evitar.

¿Era el destino? No tenía ni idea, pero yo estaba alucinando aunque supiera disimularlo. Durante toda la semana estaba deseando volver a Canciller, la sala de conciertos donde la conocí una noche de fiesta, y donde la vi por última vez.

Así nos juntamos durante varias ocasiones. Comenzamos a conversar sin parar; a conocernos, y yo cada día estaba más enamorado de ella, olvidándome por completo de la Janet original.

¿Qué tendrá el amor, ese sentimiento de intensa felicidad que no podemos controlar, ni mucho menos razonar?

Ella desaparecía habitualmente de forma misteriosa y muchas veces sin ni siquiera avisar. Lo alegó a que era una enfermedad que nunca me explicó y que comprendí que no quisiera contarme. Hasta que, un día, un hombre llegó a la discoteca y ambos se marcharon, junto a una amiga suya con la que siempre iba. Nunca volví a ver a ninguno de ellos ni tuve noticia alguna.

Es curioso que hoy, doce años después, me siga acordando de ella. Pero Janet era diferente y nunca he vuelto a sentir nada similar desde entonces.

Sinceramente, me gustaría volver a verla; me gustaría tener alguna respuesta a aquella misteriosa desaparición y a la pregunta que hice y que aún estoy esperando a que me responda. Quizá con lo de que dicen ahora de que internet mejora las comunicaciones, podamos volver a encontrarnos, pero es una deuda eterna que tengo desde entonces. No puedo negarlo: parecerá mentira que aún no me haya olvidado de ella y muchas noches de insomnio continúe dándole vueltas a lo que podía haber sido, nunca ocurrió y nunca entenderé.

Y sé que escribir esto es muy poco heavy (lo admito), sólo sirve para desahogarme y a nadie le importa, pero es lo que siento ahora mismo y voy a hacer una excepción por hoy...

 

Así concluía aquella entrada del blog. Janet estaba completamente boquiabierta.

¡Doce años después él seguía enamorado de ella! ¿Cómo era posible?

Él mismo lo dijo: el amor era un sentimiento caprichoso que muchas veces, incluso, no atendía a razón.

Janet respiró hondo. Se quedó mirando la pantalla del ordenador y volvió a respirar profundamente. Volvió a leer otra vez la entrada del blog y comenzó a sentirse, incluso, menos temerosa ante la misión que tenían ella y su amiga en pocas horas.

La muchacha también seguía enamorada de Jorge a pesar de los malos momentos que había vivido los días anteriores. No podía evitarlo. Claro que no habían pasado doce años, sino una eterna semana.

Una pequeña bombilla se encendió en su cabeza y Janet fue ágilmente hacia un cajón. Rebuscó en un par de papeles y encontró aquel dibujo de su chico ideal que hizo siendo pequeña, y puso cara de sorpresa: había dibujado a Jorge con tan sólo siete años y sin conocerle de nada.

No se lo podía creer. Se había enamorado de él incluso antes de saber de su existencia, pero lo mejor de todo era que al muchacho le había ocurrido lo mismo con respecto a ella por lo que había confesado en internet.

Dejó el dibujo a un lado y volvió a mirar la pantalla. Se armó de valor.

–No seré un mal recuerdo para la posteridad. Lo haré por ti –dijo en voz alta–. Nos volveremos a encontrar y la historia cambiará.

–¿Con quién hablas? –preguntó Roxy asomándose a la habitación.

Janet sonrió.

–¿Preparada para darlo todo esta noche? –preguntó a su amiga.

Roxy también sonrió y asintió con la cabeza sin hacer más preguntas.

***

El single de vinilo con Love made me de Vixen comenzó a sonar en el momento en que Janet había pulsado Play en el tocadiscos.

Los primeros acordes llenos de energía y rebeldía hicieron que Janet se pusiera la camiseta negra de manga larga con más fuerza y ansia que nunca. Le siguió Roxy, poniéndose un pantalón oscuro y unas zapatillas del mismo color. Había que pasar desapercibidas.

Vislumbrar en su cabeza aquellas largas charlas en Canciller con Jorge mientras escuchaba Vixen y se vestía, le llenaba por dentro. También recordaba aquellos momentos en los que ambos movían la cabeza, una y otra vez, hacia delante y hacia atrás, de cara a la pantalla de la discoteca y al ritmo de la música para desahogarse y soltar adrenalina a ritmo de heavy metal. También el frío de las siete de la mañana, cuando él la abrazó por la calle para que no se congelara, aquellos momentos románticos y sinceros en la cama, la tozudez de Janet de acabar conociéndole por tirarle la cerveza encima, el encuentro entre la multitud después de tiempo sin verse, o su primer beso. Quizá, el momento más intenso de toda la vida de la muchacha.

Cada vez tenía más claro que aquello iba a merecer la pena y que Janet no iba a convertirse en un mal recuerdo para Jorge: iba a cambiar la historia de una manera u otra, pero necesitaba a Mario.

Se colgaron unas mochilas a sus espaldas, también negras, con todo lo necesario y básico para llevar a cabo el plan.

A las tres salieron a la calle mientras seguía sonando, en la cabeza de las dos, Love made me en todo momento.

Tuvieron que esconderse y burlar varias cámaras de seguridad instaladas en las vías y también a varios agentes de la Seguridad Española que hacían la ronda nocturna para asegurarse de que nadie violase el toque de queda.

Tras veinte minutos andando lenta y silenciosamente, alcanzaron la antigua hamburguesería de comida rápida.

Ambas escalaron por una valla de rejilla hasta entrar en la parte trasera: allí había una ventana rota que llevaba al interior del abandonado edificio.

En el interior, se colaron por la trampilla que Mario les había explicado, bajaron por las anchas tuberías (y con un olor insoportable) y avanzaron con linternas en una mano, calculando en qué punto exacto estaba el edificio de acero de Quimestry.

Llegaron a su destino, haciendo un ruido mínimo e inevitable, y sin compartir ni una palabra, con los pasamontañas puestos y las linternas encendidas.

Poco después, encontraron las escaleras de acero que les subían hasta la quinta planta, solamente iluminadas por la poca luz, a través de la cristalera, que llegaba de la calle. Tuvieron que evadir también alguna cámara de seguridad.

Al alcanzar su objetivo, se adentraron por los pasillos con el suelo de moqueta y alumbrando con una linterna que llevaba Janet.

Siguieron caminando, alerta hacia cualquier mínimo movimiento fuera de lo normal por si hubiera alguien vigilando los pasillos.

Giraron una esquina, a la derecha. Estaban a punto de llegar al laboratorio y despacho de Mario, pero un pequeño click les hizo detenerse en seco y Janet apagó su linterna.

El pasillo, largo, oscuro y lleno de puertas, volvía a rotar a la derecha, pero se veía una minúscula luz que provenía de tal lugar.

Avanzaron sin hacer absolutamente nada de ruido, hasta llegar a la esquina y se asomaron débilmente.

Alguien estaba ya en la puerta del laboratorio de Mario, marcando números e intentando forzar, suavemente, la puerta para abrirla, con una linterna más.

–Roxy, no me lo puedo creer –susurró Janet en voz bajísima a su amiga–. Es Richard, un compañero de mi padre que… que… ¡que hasta ha estado en mi casa cenando y hablando de música con nosotros!

La madrileña no cabía en su asombro.

Richard fue el compañero de Mario que le trajo aquel directo en Sattle de Metallica en 1989, en un pendrive.

Sí que era verdad que Richard llevaba muchos años trabajando con Mario, pero fue de los que nunca se creyó el proyecto de poder viajar en el tiempo, aunque compartían gran parte de sus gustos musicales y poseían una notable amistad. Sin embargo, parecía que las cosas empezaban a cambiar...

–¿Qué hacemos? –cuestionó Janet. El hombre parecía muy entretenido, como si llevara un buen rato intentando abrir la cerradura sin forzarla y pulsando números de vez en cuando.

–Creo que tengo una idea... –manifestó Roxy, dejando caer una débil sonrisa. Abrió su negra mochila y metió la mano, sacando un pequeño bote–. ¿Sabes lo que es? –Janet negó–. Spray antivioladores. Una vez te lo enseñé, el fin de semana que te pillaste el Dr. Feelgood de Mötley Crüe, ¿recuerdas? –Janet levantó las cejas y asintió–. Si se lo tiramos en la cara, va a caer al suelo directamente, atontado. Y nosotras podremos entrar antes que él.

Janet puso cara de horror.

–¿Te atreves? –insistió Roxy.

–Atreverme me atrevo... –susurró Janet sin convencerse a sí misma del todo.

–¿No decías que habías perdido el miedo? Vamos a hacerlo. ¡Tenemos que hacerlo, por tu padre, por tus sueños, Janet!

–¡Shhh! Cuidado no levantes mucho la voz –pero el hombre seguía concentrado y ni se había percatado–. Está bien, vamos. Pero ¿cómo lo hacemos?

–Fácil. Está todo oscuro, mientras no nos alumbre con la linterna no habrá problema. Está mirando a la puerta, ¿no? Tenemos que ir pegadas a la pared del lado opuesto, lentamente... Pero tenemos que taparnos bien la boca y nariz para no respirarlo. Yo le doy al spray en su cara y tú le tapas la boca con una mano para que no grite. ¿Entendido?

Janet asintió: era el mejor plan improvisado en aquel momento. Se quitaron los pasamontañas para tener más agilidad, sobre todo para que se pudieran evadir del spray que le iban a lanzar a Richard.

–¿Preparada, entonces? –preguntó Roxy lanzándole una sonrisa malévola y rebelde, llenándose de energía y motivación.

Recorrieron el pasillo, arrimadas al muro de acero contrario. Richard estaba totalmente concentrado, como si llevara horas intentándolo.

Todo ocurrió muy rápido.

Se acercaron en la oscuridad, lentamente… Hasta que Roxy miró a Janet, saltó, lo agarró por detrás y le lanzó el spray, mientras Janet le tapaba la boca y giraba la cabeza para no oler aquello, ocultando su boca y nariz en un antebrazo.

Las dos tuvieron que agarrarlo por detrás para que no hiciera ruido al caer y lo desplomaron en el suelo. Tenía los ojos medio abiertos y no se movía, como si se hubiera quedado inconsciente.

Roxy y Janet rieron por lo bajo: lo habían conseguido.

La rubia introdujo el código, percatándose una vez más de que Richard estuviera completamente atontado, y abrieron la puerta.

Allí estaba el despacho y laboratorio de Mario, con su mesa principal, su silla de oficina, su ordenador portátil y todas las paredes rodeadas de estanterías con pequeños botecillos llenos de líquido de colores con diminutos textos escritos en cada uno. Detrás de la mesa, una estantería más llena de libros. Las dos se quedaron asombradas, observándolo mientras apuntaban con las linternas.

Intentando no tocar nada, Janet y Roxy se pararon a leer algunos de los textos que ponía en cada una de esas pequeñas botellitas con líquidos de diferentes colores. Incluso se quedaron con el texto que había en algunas.

–Janet –sugirió Roxy todavía en voz baja–, no podemos perder mucho tiempo. Vamos al grano.

–¿Que vais, adónde? –dijo una voz diferente a la de Richard, mucho más grave que venía de fuera, y las dos amigas se asustaron. En el pasillo había un varón más, en la oscuridad, al que no le veían el rostro pero que les apuntaba con una pistola. Era lo único que diferenciaban a través de un poco de luz–. Salid de ahí –les ordenó.

Las dos, asustadas, se miraron y salieron decididamente.

–Gracias por abrir la puerta –manifestó la grave voz y sin dejar de apuntar–. ¿Ahora qué hago con vosotras?

Ellas, a cada momento, se atemorizaban más, sobre todo al ver el arma. Desde luego estaban metidas en un aprieto.

El extraño continuó:

–No sabéis cuánto me alegro de que llegara este momento. Tu padre en la cárcel –señaló a Janet con la pistola–, y yo voy a hacerme con todo esto. Mario será el loco del manicomio, y yo... –pero se le cortaban las palabras, como si estuviera emocionado por aquello que acababa de conseguir.

–¿Tú? Tú eres un rastrero y un ladrón –respondió Janet sin pudor.

–¡Bastante tiempo estoy perdiendo ya! ¡Vosotras no viviréis para contarlo!

Pero antes de que apretara el gatillo, en un segundo, aquella situación cambió de forma radical.

Richard se levantó de un salto y se lanzó encima de él, por detrás, hasta caer los dos. Janet alucinó con la sorpresa repentina.

Sin embargo, para desgracia de ellas, el extraño disparó al techo, sin alcanzar a nadie, pero hizo saltar todas las irritantes y sonoras alarmas y todo el edificio se iluminó de golpe.

–¡Mierda, mierda, mierda! –gritó Roxy rápidamente mientras arrastraba a su amiga dentro del laboratorio y cerraba la puerta.

–¿¡Ahora qué hacemos!? –chilló Janet rozando un ataque de pánico, con las luces encendidas y la alarma rompiendo sus oídos–. ¡Espera, Roxy! ¡Agarra el ordenador y el libro! –Roxy frunció el entrecejo–. ¡Tú cógelo!

Roxy hizo caso mientras Janet iba hasta una leja y cogía una botella que había visto un momento antes y ponía en grande: «PARA EMERGENCIAS».

La morena puso cara extraña al leerlo, atemorizada.

–¿Lista? –voceó Janet.

Luchando a contrarreloj, y sin pensar, porque ya se oían en el piso inferior grandes pisadas de botas que se movían ágilmente, Janet se bebió la mitad y Roxy la otra casi al instante.

Ambas cayeron desplomadas al suelo: Janet la primera y, un segundo después, Roxy, y desaparecieron de allí…

***

Las dos amigas aparecieron corriendo en la acera de una avenida muy iluminada, entre una multitud. Era de noche y hacía frío.

Janet giró la cabeza y descubrió a su amiga pocos metros atrás. No sabían por qué, pero corrían y corrían.

Poco después, se pararon. Roxy tenía el ordenador portátil y el libro debajo del brazo. No dijeron nada; no les salía palabra alguna, pero estaban respirando hondo, recuperándose de la carrera.

–¿Qué era eso...? ¿«Para emergencias»? –preguntó Roxy. Janet asintió–. ¿Y dónde estamos? ¿En qué época?

–Ni idea, pero hemos logrado escapar y tenemos el ordenador.

Miraron a su alrededor y estaban en Madrid, enfrente de la estación de Atocha, en alguna época contemporánea que no lograban distinguir. Ambas hicieron lo mismo a la vez: sacar sus carteras y mirar sus DNIs.

Calculando edades, se encontraban en 2011.

Permanecieron en silencio y en confusión sin saber qué hacer ni adónde ir.

–Vale, ¿y ahora qué? ¿Qué hacemos? –preguntó Roxy a mala gana.

–No te cabrees, yo tampoco lo sé.

–¿Has visto? –continuó Roxy, cambiando el tono–. Desde luego podríamos hacernos millonarios con tu padre, tengo dinero en la cartera que antes no había.

Janet no terminó de creérselo. Abrió la suya y se percató de que también tenía varios billetes.

–¡Anda, pues es verdad!... Desde luego, mi padre ese «Para emergencias» lo tenía bien planeado para huir hasta con dinero, si hacía falta.

–La cuestión es... –dijo Roxy, y ambas pensaron lo mismo.

–¿Y ahora, qué? ¿Qué hacemos para volver?... ¿Volver adónde, a nuestra época? ¿A los ochenta? –preguntó Janet sin esperar respuesta y por desahogarse de la desesperación...

Pero a Roxy se le llenaron los ojos de lágrimas y la nariz se le puso colorada. Poco después se abrazó a Janet, llorándole. Ésta la agarró también fuertemente.

Al cabo de un rato, se miraron.

–Saldremos de esta, tía –asintió Janet, segura de sí misma para que Roxy no sufriera más.

–¡Me has llamado «tía»! ¡Eso es mío! –y volvió a reír entre lágrimas.

–Y lo de echarse a llorar es mío.

Roxy la miró con el entrecejo fruncido y le preguntó haciendo un poco de teatro:

–¿Tú dándome consejos a mí, llevando la iniciativa en todo momento, consolándome y aguantando mis lágrimas? ¿Dónde está la Janet que yo conocía a principio de verano? –sonrió la morena.

Janet carcajeó, se le humedecieron los ojos y abrazó a Roxy nuevamente.

–Vamos a buscar algún sitio para dormir, ¿de acuerdo? –concluyó Janet–. Estoy derrotada. Después buscaremos alguna solución en el portátil de mi padre, estoy segura de que la habrá.

Y comenzaron a caminar hacia la calle de Atocha en busca de un hostal para pasar la noche.

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