
16
Intuition
Janet y Roxy se encontraban al día siguiente tomando café en un soleado día. Hasta entonces parecía que no aceptaban su sabor, pero la situación les motivó a tomarse uno y disfrutarlo.
El año 2011 era muy diferente al 2052; se asemejaba más al Madrid de los años ochenta, pero se notaba que se encontraba a mitad de camino entre las dos épocas.
Aquella mañana, antes de encontrar un sitio para desayunar, habían alucinado también al ver, en la Puerta del Sol, una protesta pacífica formada por anchas carpas, tiendas de campaña y algunas pancartas con frases reivindicativas. Janet jamás había visto a alguien acampar en plena calle, ni escribir públicamente aquello y ni mucho menos a tanta gente reunida con un objetivo común que no fueran las rebajas o las compras navideñas.
Las dos amigas se encontraban optimistas y sus risas casuales, mientras conversaban en la terraza de la cafetería, lo mostraban. Poco después se terminaron sus cafés. En el fondo estaban preocupadas por la manera en que tendrían que salir de aquella extraña época y regresar a su presente.
–Espero que dentro del disco duro y del libro esté todo escrito y logremos salir de aquí –recitó mientras miraba a su alrededor.
–Sinceramente no me preocupa lo que tardemos. De momento tenemos dinero para sobrevivir...
–Pues sí, la verdad es que sí, tía. Pero espero no tardar mucho en volver aun así… Todavía quedan muchas cosas por comprender, referente al tema –y dio su último sorbo al café.
–¿Te lo has terminado ya? –preguntó Janet.
–Sí –contestó Roxy–. Veo que tú también el tuyo.
–Claro, poco antes de ti.
–Entonces vámonos.
Se levantaron y caminaron por la soleada calle. Se encontraban en una cafetería del centro de Madrid, cerca del Retiro, y comenzaron a caminar dirección al hostal, cruzándose con mucha gente que iba y venía.
–Por cierto –se atrevió a preguntar Roxy–, ¿quién sería el…?
Pero se le cortó la pregunta. Janet la miró.
–¿Quién sería, quién?
–¿…el hombre que apareció después de Richard y que nos apuntó con una pistola?
Janet se paró en seco. Ya no se acordaba de aquello.
–Pues es verdad… No, ni idea. No dejó que se le viera la cara. Pero lo de Richard, sinceramente… que ha estado con nosotros en casa, cenando como uno más y hablando de música en mi habitación conmigo y con mi padre… y que tanto se supone que apreciaba a Mario… Me dejó muerta verle queriendo entrar para robarle sus proyectos. No te puedes fiar ni de tu sombra.
Prosiguieron su camino. Pero poco después, Roxy se quedó mirando a una joven adolescente que caminaba hacia ellas y que se iba a encontrar de frente con las dos.
Roxy la miró y sonrió. La muchacha tenía el pelo castaño y liso, unas rectangulares gafas rosas de pasta, unos pantalones pitillo vaqueros, y una camiseta negra de Ramones con su redondo logo en el centro y en la parte superior estaba escrito el nombre del grupo.
La madrileña la contempló con una pequeña sonrisa, como si la conociera. Pero la fémina sólo la miró de reojo e hizo ademán de pasar de largo.
–¡Oye! –exclamó Roxy, frenándola con una mano. La desconocida se paró y sonrió algo forzada–. ¡Una camiseta de Ramones! ¡Tienes una camiseta de Ramones!
La joven se quedó petrificada y se le borró su sonrisa. No dijo nada.
–Janet –y se volvió a su amiga–, ¿Ramones no fue un grupo? Un grupo de punk si no recuerdo mal. ¡Son toda una leyenda!
–Sí, creo que sí –contestó Janet, desconcertada.
–¡Y tú tienes una camiseta de ellos! –dijo a la extraña adolescente–. ¡Qué maravilla encontrar a alguien que les guste!
La desconocida se quedó atónita y sin palabras.
–¿Grupo? ¿Qué dices de grupo? –preguntó por fin con una voz irritante.
–¡El de tu camiseta! ¡El grupo Ramones!
La extraña estalló a reír:
–¡JA, JA, JA, JA! ¿De dónde has salido? ¡Es una marca de ropa!
Las dos amigas abrieron los ojos como platos, como si no creyeran lo que oían.
–¿¡Que es una marca de ropa?! –exclamó Roxy sin cortarse. Janet, que hasta aquel momento estaba manteniendo la calma y algo distraída, empezó a prestar más atención.
–¡Pues claro que es una marca de ropa! ¡En Zara, Bershka…! ¡En fin, en todas las tiendas de ropa normal las venden! ¡Además, cómo va a ser un grupo de esos vuestros –las miró de arriba abajo, en un segundo, con una sutil cara amarga–, si a todas mis amigas nos gusta la música electrónica y tenemos alguna camiseta así!
Roxy estaba a punto de estallar. Ardía por dentro y hasta se puso colorada, pero cuando iba a gritar, Janet se adelantó, la cogió del brazo y la arrastró hacia adelante.
–¡Bueno, nosotras nos vamos! ¡Encantada! –ironizó Janet, avanzando rápidamente.
La extraña adolescente se quedó plantada en la acera con el entrecejo fruncido, sin entender nada de lo que acababa de pasar.
***
Llegaron al hostal y comenzaron a ver el libro y el ordenador portátil de Mario con todos los experimentos.
–Roxy –dijo Janet a su amiga, que analizaba el contenido del libro con mucho detenimiento–, a ver si encuentras respuesta para lo de «PARA EMERGENCIAS». Tiene que haber algo más, no puede ser que nos deje aquí porque sí.
Continuaron ojeando ambos artilugios, tanto el libro como el ordenador. Aparecían fórmulas, pociones, tiempos de espera… Pero eran códigos que a ellas le sonaban a chino y no había forma de comprender, por muchas vueltas que le daban y por muchas veces que leían y releían.
Dos horas estuvieron en la cama del hostal mirándolo todo sin parar y comprendiendo muy poco. Hasta que, por fin, Roxy habló.
–¡Mira, creo que he encontrado algo!
Janet se acercó a su amiga y comenzaron a leer, a la vez, un párrafo que Mario había escrito, relacionado con aquella fórmula que puso de título «PARA EMERGENCIAS».
Tras leerlo varias veces para intentar comprenderlo bien, la fórmula les llevaba rápidamente a un pasado no muy lejano, con dinero para sobrevivir y creando otro pequeño frasco de cristal que les llevaría de vuelta una hora atrás al momento en que habían partido por última vez.
Janet miró en su mochila, y efectivamente: dentro, al igual que el dinero, había aparecido una enanísima botella llena de un líquido verde transparente. Roxy tenía otra en su mochila.
–Entonces ya lo tenemos todo hecho –dijo Roxy–. Si al tomar esto volvemos al despacho de tu padre un rato antes…, es posible que cuando lleguemos ya esté Richard allí intentando forzar la cerradura y podremos frenarle. Pero tendremos tiempo de rescatar el resto de frascos que hay en las estanterías, ¿no crees? Deberíamos cogerlos y meterlos en la mochila.
–Además, vamos a sacar a mi padre de la cárcel –asintió Janet mientras miraba el libro de Mario.
–¿Que lo vamos a sacar de la cárcel? –preguntó Roxy, incrédula.
–Sí. Hay que ir allí y darle una que se encuentra en la tercera leja empezando por arriba, la cuarta a la izquierda, en la estantería azul oscura –comentaba sin dejar de ojear el papel.
Roxy rio.
–¿Y eso por qué? ¿Cómo lo sabes y a dónde le llevaría? –preguntó.
Janet levantó el libro y se lo mostró: con esa fórmula viajarían a los ochenta y Mario, evidentemente, estaría libre.
Roxy abrió la boca, impresionada.
–¡Fantástico! –exclamó con una gran sonrisa.
Janet, sin embargo, parecía menos alegre.
–Hay un problema –corrigió.
–¿Cuál?
–Cuando volvamos a 2052 con la poción que tenemos en nuestras mochilas, ¿cómo salimos del despacho de mi padre, con Richard fuera forzando la cerradura…?
A Roxy se le borró la sonrisa.
–Tienes razón…
–¿…y con un loco armado por allí –continuó Janet– que no sabemos quién es?
Las dos amigas se quedaron pensando...
–Podemos probar de nuevo –intentó argumentar Roxy– a darle a Richard con el spray, como anoche. Pero será un milagro si no hace nada de ruido al caer y no saltan las alarmas… Fíjate que enseguida se escuchaban las pisadas de la Seguridad Española subiendo a la quinta planta a toda leche.
***
Aquella noche las dos amigas fueron a la Gran Vía a cenar a algún sitio de comida rápida, hasta acabar en una hamburguesería.
Se sentaron en una mesa y esperaron.
–¡Por aquí cerca viviré! ¡Podría buscar mi casa! –exclamó Roxy.
–Pero ya la has visto en el pasado, ¿no? Quiero decir, en los ochenta.
–¡Tienes razón! –corrigió Roxy.
Después de aquellas palabras, un hombre canoso y aparentemente cerca de la jubilación, se acercó a ellas para tomarles nota.
Abrió su libreta con cotidianeidad, sin mirarlas a la cara, sacó un bolígrafo del bolsillo de su camisa y abrió la boca para hablar.
–Buenas noches –enunció mientras hacía el proceso–, ¿qué van a to…?
Se calló de golpe al levantar la vista y contemplarlas. Descendió la mirada hacia su libreta nuevamente, pero su mano con el bolígrafo le temblaba.
–¡Ah, sí! –exclamó Roxy– ¡Yo quiero un…!
Pero el varón se fue, sin más. Roxy se quedó con sus palabras en la boca. Las dos amigas dudaron, sin entender nada de lo que había pasado.
–¿Y a éste qué le pasará? –vaciló la madrileña.
Janet miró a su alrededor intentando encontrar una respuesta. Y la encontró.
–Eh, Roxy… No sé si te has fijado pero…
–¿…pero?
–Pero aquí ya hemos estado.
Se produjo un silencio.
Roxy miró a su alrededor sin terminar de creérselo. Acto seguido, se llevó las manos a la cabeza.
–¡Pues claro, si fue aquí cuando, en nuestro primer viaje a los ochenta, tuvimos que irnos sin pagar porque no llevábamos dinero!
Levantó la vista para buscar al hombre.
Acto seguido, se abrió la puerta que llevaba a la cocina del restaurante, de la cual salió un hombre cuarentón y, detrás, el varón canoso a punto de jubilarse, señalando éste a la mesa de las dos amigas.
–¿Nos ha señalado? –preguntó Janet.
–Parece que sí –respondió Roxy.
El maduro canoso se quedó atrás y el cuarentón comenzó a avanzar hacia la mesa.
–Ups… Creo que… Creo que viene aquí –continuó Roxy. Miró a su amiga y levantó las cejas.
–Discúlpenle –manifestó el cuarentón al alcanzarlas–. El señor está ya mayor, lleva muchos años aquí y suelta muchas tonterías…
Sacó su libreta para apuntar. Pero antes de preguntar por lo que iban a tomar, Roxy abrió la boca antes.
–¿Qué le ocurre?
–No, nada… Dice… En fin, no tiene importancia.
–¡No, dinos! –insistió Roxy con una moderada sonrisa.
–Pues nada, el hombre dice que no sois de fiar. Que una vez vinieron dos exactamente igual que vosotras y se fueron sin pagar… Bueno, ¿qué queréis tomar? –preguntó rápidamente para no seguir con el tema.
–Es que posiblemente fuéramos nosotras –contestó Roxy todavía con gracia.
Janet la miró y le dio una patada por debajo de la mesa.
El hombre se quedó mirándolas un instante.
–Por la forma en que lo ha contado –señaló al canoso que estaba en el mostrador– aquello ocurrió a los pocos años de empezar a trabajar aquí, hace ya casi tres décadas, y vosotras no parece que tengáis ni los veinte.
–¡Que sí! ¡Que éramos nosotras! –rio Roxy, vacilándole.
–¡Te quieres callar! –exclamó Janet, bajando el tono de voz pero consciente de que el hombre cuarentón las oía.
Éste se quedó dudando mientras las miraba. Finalmente, reaccionó.
–Bueno, decidme qué queréis tomar, que os tengo que tomar nota. Eso sí, os voy a cobrar por adelantado por si acaso.
***
–Estamos en el año 2011 –comenzó a decir Janet mientras caminaban en dirección al hostal–, aquel hombre joven que vimos en… ¿Era 1984?
–Sí, si no recuerdo mal, sí. Fue en 1984.
–Pues eso, aquel hombre que llevaba pocos años trabajando en esta hamburguesería –señaló detrás suya al restaurante de comida rápida que acababan de dejar atrás–, ahora estará a punto de terminar de trabajar… Además, con la carrera que tuvo que pegarse detrás de nosotras, es normal que no nos haya olvidado…
Y las dos amigas rieron.
–Pues sí. Volver a vernos allí, exactamente iguales, casi treinta años después… Para haberse vuelto loco. Normal que no le creyeran.
Alcanzaron su alojamiento y continuaron observando tanto el libro como el ordenador portátil de Mario. Las cosas parecían estar claras: tenían que beber del frasco que tenían en sus mochilas y aparecerían en la oficina un rato antes.
El problema era luego qué hacer para escapar.
¿Salir por una ventana? Era una locura, más porque se encontraban en una quinta planta. Y fuera, en la puerta, posiblemente ya se encontrara Richard y no era conveniente que las viera.
–Roxy –concluyó Janet al fin–, lo mejor será que lo improvisemos y lo planeemos allí. Tenemos una hora para beber de algún frasco que nos saque del apuro. Por lo que leí, había mucha variedad. Tendríamos mil posibilidades… No se me ocurre otra cosa.
Roxy pareció atemorizada.
–Tía, es una locura…
Y continuó ojeando el libro en busca más alternativas.
–Lo es, todo esto lo es –señaló Janet–. Hay tantísimas formas de alterar la realidad, como nos contó Mario que seguro que alguna nos valdrá. Recuerda que en las estanterías de su despacho, cada botellita suele tener una pequeña frase o descripción con breves palabras.
Roxy no contestó y cogió aire para asumir la situación.
Finalmente, cedió, ya que no quedaba otra…
–Está bien, está bien… –respondió resoplando, y Janet sonrió.
Las jóvenes cerraron el libro y el portátil y empezaron a recoger lo que se habían dejado por allí encima. Janet dejó la llave del hostal sobre la mesa.
–Bueno, interpretarán que nos hemos ido… Espero que tengan una copia de las llaves para poder entrar en la habitación.
Se prepararon las mochilas, se vistieron de negro y se pusieron los pasamontañas.
Sacaron los frascos y los levantaron, preparadas para beber.
–Espera –dijo Roxy de repente–. ¿Estás segura de…?
Janet levantó una ceja.
–¿Qué te pasa?
–¿Y si nos ocurre algo al beber esto?
La rubia se quedó atónita. Después rio.
–¿En serio te estás preguntando eso a estas alturas? ¿Es por lo que nos dijo Mario de que, al tomarlo, arriesgábamos a que nos ocurriera algo?
Roxy guardó silencio y bajó la vista al líquido que tenía en su mano y que iba a beber en breve.
Volvió a levantar la vista y contestó a su amiga.
–Pues sí, para qué negarlo. A estas alturas, si no nos ha pasado nada…
–Pero veo –continuó Janet– que te asustó aquello de que al estar viajando constantemente, Mario se ha arriesgado a que nos ocurriera algo malo –y rio–. ¿No es así?
Roxy se quedó muda por un santiamén y le costó responder.
–No te digo que no….
Después se contemplaron y Roxy volvió a reír mientras se aliviaba de todo lo que le impidiera continuar.
–¡Venga, fuera miedo! –se animó.
Ambas bebieron y, un instante después, aparecieron en el oscuro despacho de Mario, un rato antes, como estaba previsto. El problema era que ya había alguien allí dentro.