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18

 

Cryin’

 

Mario se quedó observando y mezclando algunas de las fórmulas que habían sobrevivido en la mochila de Janet mientras las dos amigas no perdían ni un detalle. En la de Roxy aún estaba el libro, que se había mojado por los extremos, pero parecía que había sobrevivido y se podía leer su contenido.

–Bueno, parece que los que han desaparecido no eran muy importantes… Muchos son antiguos experimentos míos que no funcionan.

–Nos bebimos uno y no ocurrió nada.

–¿De qué era? –preguntó su padre.

–Para huir de la oficina –contestó Janet.

–Ya sabía yo que aquél no me había salido bien… Al menos del todo… Menos mal que no tuvo efecto o quizá…

Las dos amigas se miraron con preocupación.

–¡Bueno, menos mal que no tuvo efecto! –y comenzó a reír–. ¡Era broma, era broma! –exclamó para arreglarlo.

Más tarde, pero todavía en el mismo lugar, Mario cambió de tema.

–Visto lo visto, habrá que buscar alguna solución, pues.

Miró a su hija. Ésta giró la cabeza a Roxy.

–Janet –enunció Mario ahora más seriamente–, nosotros no podemos quedarnos aquí mucho más tiempo.

Se produjo un silencio.

–¿Qué quieres decir? –preguntó inocentemente su hija.

–Pues que tenemos que cambiar de lugar… y de época.

Janet abrió mucho los ojos y sonrió.

Pero su sonrisa le duró poco al darse cuenta de que su amiga estaba sentada a su lado.

–¿Y ella? –preguntó, señalándola.

Mario guardó silencio y fue hasta uno de los botes. Cogió uno también morado, parecido al que habían bebido y no había tenido efecto.

En él, ponía:

 

Años 80. Permanente.

 

Janet se dio cuenta de que no se había equivocado y lo había captado enseguida.

–El problema es que solamente hay para dos. El frasco es muy pequeño y si alguien bebe menos de la mitad, podría tener efectos nefastos…

Mario tragó saliva, con culpabilidad.

–No os preocupéis, entiendo lo que queréis decir. Yo tengo aquí mi vida, mi casa, mis padres… Hablando sinceramente, tampoco sería capaz de cambiar de época para siempre...

Janet no terminaba de creérselo. Su cabeza no le dejaba asimilar tantos cambios en tan breve tiempo.

Se miraron los tres ante la confusión del momento y el silencio del callado ambiente.

Los ojos de Janet se volvieron a llenar de lágrimas. También los de Roxy. Se miraron y se volvieron a abrazar, sin decir ninguna nada más.

–Nosotros –comenzó a decir Mario– tenemos que irnos de aquí, Janet. Soy perseguido a muerte, ya lo habéis visto. Para ellos habré escapado repentina e inexplicablemente de la cárcel y estoy sentenciado. Qué os voy a contar a estas alturas…

»Y tú, Janet –prosiguió–, también escapaste de la policía  –su hija comenzó a hablar, pero Mario le interrumpió–. Ya, tendrás mil preguntas. Tranquila, todas las respuestas llegarán a su tiempo.

–Entonces, ¿nos vamos a…?

–¿Tú quieres volver a los ochenta? Aquí ya no tenemos nada que hacer, Janet.

–Lo había intuido –contestó–. Pero, ¿no hay ninguna posibilidad de que ella se venga también?

Señaló a Roxy con tristeza. Mario no respondió y volvió la cabeza sutilmente. Le dolía mucho no poder acogerla también a ella en una nueva vida.

Roxy reaccionó enseguida y comenzó a enunciar:

–Janet, no te preocupes, de verdad. Volveré a Madrid, a mi casa con mis padres… De mí no consiguieron ningún dato de relevancia antes de que me hirieran, pero tú y Mario no podéis quedaros aquí. Y tampoco vais a vivir en este lugar para estar siempre huyendo de la policía.

–Además, hija –prosiguió Mario, volviéndose a Janet–, mis experimentos se están acabando. Podría volver a comenzar con las fórmulas químicas, pero me llevaría meses, ¡e incluso años!... Podría tirarme una eternidad para volver a conseguir todo el material e ir mezclándolo todo. Se han perdido algunas que eran esenciales para viajar a un lugar u otro.

Señaló la mojada mochila negra llena de cristales rotos. Después, continuó.

–Estoy mirando los frascos y, si te soy sincero, ha sobrevivido lo necesario para viajar a los ochenta y seguir allí con la investigación. El problema es que, el que queda, solamente da para dos personas. Pero Roxy –se volvió con una sonrisa, intentando ocultar su culpabilidad–, te prometo que volveremos para hacerte una visita aunque sólo pueda ser temporalmente. Sólo tengo que volver a ponerlo todo al día. Créeme que me duele mucho que no vengas.

–Eso espero, nos volveremos a ver –respondió Roxy preocupada, pero también con una sonrisa.

Mario resopló, alegre y a la vez sin quedarse satisfecho con lo que iba a hacer.

–Roxy, despídete de tus padres de mi parte. Sobre todo de Carlitos: dile que le echaré de menos, pero que nos volveremos a ver tarde o temprano.

Ésta asintió con la cabeza.

Inmediatamente, Mario se levantó y volvió a observar varios de los frascos que había encima de la mesa.

–Vale, ya lo tengo todo localizado. Janet, cámbiate de ropa en tu habitación y coge tus cosas.

La muchacha salió del comedor y entró a su cuarto.

Al terminar, salió con una gran duda en la mente.

–Mario, he metido en la mochila ropa y todo lo que he visto que nos podría servir. Pero… ¿qué hacemos con los vinilos?

Su padre sonrió.

–No hay problema –Janet puso cara de incredulidad–. En serio, hazme caso. No te preocupes.

Dejaron la casa sin ninguna prueba aparente de que allí vivieran ellos, excepto la enorme estantería llena de discos y vinilos y los pósteres de Janet en las paredes de su habitación.

Una vez en el salón, Mario sacó de su mochila el pequeño bote que habían visto antes.

Janet y Roxy se abrazaron muy fuertemente, llorando de nuevo sin poderlo evitar.

–Te voy a echar de menos, tía –lloró Janet.

–Otra vez te tengo que decir que lo de «tía» es mío… –sonrió Roxy para intentar amainar el disgusto de su amiga.

–Yo lo voy a echar de menos a partir de ahora…, mucho de menos…

Se produjo un silencio mientras seguían abrazándose.

Después, Roxy siguió despidiéndose.

–Sé muy feliz, Janet. Lejos de todo lo que ha pasado, vas a cumplir tu sueño: el sueño de vivir en los años ochenta, sin tecnología por todas partes, sin represión, con tus costumbres y con la cultura del rock en su mayor momento, no en la época equivocada.

Janet no dijo nada; sólo supo contemplarla con los ojos llorosos.

–Y espero que vengas a verme de vez en cuando –insistió Roxy–. Ya no vas a responder si te llamo al Skype y no se me hará fácil…

Miró a Mario, esperando que contestara él.

–Tarde o temprano volveremos a vernos todos. Os lo prometo.

Hubo un último fuerte abrazo entre las dos amigas y después Janet se separó.

Ojeó a Mario. Sabía que un breve gesto bastaría para volver a empezar su vida de cero. Estaba lista y ansiosa, pero también preocupada. No lo podía evitar.

–¿Lista? –preguntó Mario, intentando animarle.

–Lista –respondió Janet, asintiendo, segura de sí misma.

–Yo beberé antes, luego me quitas la botella rápidamente, antes de desaparecer, y bebes tú, ¿entendido? –explicó él.

Janet asintió de nuevo. Mario miró por última vez a Roxy, y, acto seguido, levantó el frasco…

–Rumbo al año 1981…

–¡Espera! –chilló Janet de repente una milésima de segundo antes que Mario bebiera.

–¿Qué pasa, hija? –preguntó con el pulso a mil por el susto que se acababa de llevar.

Janet, que se le había acelerado el corazón, miró a Roxy al instante.

–Mario, no podemos. Tenemos que ir a 1990. NECESITO ir a 1990… Dime que se puede, por favor... Por encima de cualquier otra cosa, lo necesito.

Su padre lo captó poco después y empezó a asentir. Cedió:

–Entiendo. Puedo hacer una pequeña modificación, pero necesito un momento…

Cogió su mochila, la puso encima de su mesa y empezó a rebuscar dentro. Sacó dos frascos: uno azul y otro blanco.

Luego fue a la cocina, sacó un vaso cualquiera de cristal y volvió, posándolo encima de la misma mesa donde había dejado las fórmulas.

Se puso a hacer cálculos rápidamente a papel y boli y a mezclar las dos sustancias gota a gota con una cucharilla de café.

Al cabo de diez minutos se dio por satisfecho, y añadió la nueva poción de apenas dedo y medio a la que tenían ya preparada e iban a ingerir.

–Listo –recitó.

–¿Ahora sí? –preguntó su hija.

–Ahora sí –respondió Mario, radiante.

Janet abrazó a su amiga una vez más, sin quererse separar de ella, aunque supiera que era inevitable.

Mario agarró su mochila y Janet la suya. Bebió del frasco y, un instante antes de que desapareciera, se lo pasó a su hija. Janet miró a su amiga a los ojos, que aún le brillaban, pero que le sonreían con satisfacción.

–Nos veremos pronto –se despidió Janet por última vez, convencida de que sólo era un hasta luego.

Roxy levantó la mano para despedirse, ya que no le salían más palabras.

–Cuídate mucho –añadió la morena con emoción.

–Y tú también –concluyó la rubia como últimas palabras.

Y bebió, desapareciendo al instante…

***

Mario y Janet aparecieron en una oscura calle donde se respiraba un ambiente festivo. La muchacha miró a su alrededor en busca de una respuesta. Después, puso la vista en un punto donde se diferenciaban las luces de neón rosas.

–Allí está. Es la Sala Canciller, ¡vamos!

Empezaron a caminar deprisa. Mario no dijo nada, solamente se ocupaba de seguir a su hija, y ésta no hizo ninguna pregunta más.

Continuaron marchando rápidamente…

Entraron a la discoteca con mucha agilidad. Bajando las escaleras, podían oír la segunda mitad de Now you’re gone de Whitesnake: la canción que sonaba en el momento en que habían dejado la sala, que continuaba en el mismo punto en que se marcharon.

Se adentraron en la muchedumbre del piso superior mientras terminaba el solo de guitarra de Steve Vai.

Cuando comenzó la parte más lenta de la canción, donde sólo se percibía la voz de David Coverdale, Janet se asomó al piso inferior y diferenció a Jorge, que se terminaba de dar la vuelta hacia el videoclip tras haberles visto marchar y quedarse petrificado intentando comprender por qué se habían ido sin más.

 

But now you’re gone

I can feel my heart is breaking

And I can’t go on

When all of my love has been taken…

 

Janet bajó corriendo, con Mario detrás con paso más lento. La muchacha, desesperada y deseando por fin reencontrarse con él de manera definitiva e irreversible, apartaba a la muchedumbre con pequeños empujones…

La parte lenta de la canción llegaba a su fin.

Por fin, Janet lo alcanzó por sus espaldas y no pudo evitar lanzarse y rodearle con los brazos mientras volvía el estribillo de la canción.

Jorge se volvió y, cuando la reconoció, puso cara exagerada de sorpresa.

La que había sido una eternidad para Janet, fue, ahora, un instante para Jorge. Él la acababa de ver desaparecer porque sí; la había visto irse sin razón alguna con aquel hombre desconocido. Sin embargo, tan sólo un instante después, la muchacha, sonriente y con ropa diferente, había regresado para lanzarse de nuevo en sus brazos.

Janet le plantó un beso en los labios, duradero e intenso, mientras Mario alcanzaba el lugar y sonreía, satisfecho por haber cumplido con los dos.

Los jóvenes se abrazaban mientras se besaban sin tregua.

Al mismo tiempo, el último estribillo de la canción sonaba, poniendo el punto y final a aquella tragedia:

 

You’re all I want,

Can you feel the love

In this heart of mine?

You’re all I need,

Since I lost you, girl

I’ve been losing my mind…

 

Janet había cambiado la historia. Ya no sería un mal recuerdo para él en la posteridad.

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