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19

 

Loneliness

 

Janet se despertó al día siguiente pero no abrió los ojos. Se sentía a gusto así, pero no podía dormir más.

Cuando los abriera se despertaría en su cama, con su madre pegando gritos y empezando un aburrido y monótono nuevo año en el instituto que sólo la evasión de la música le ayudaría a cambiar el día a día.

Pero los abrió y no estaba en su habitación, sino en casa de Jorge, durmiendo a su lado.

Por un momento había olvidado que la noche anterior se habían reencontrado y, horas más tarde, habían vivido juntos mucho más que una velada de pasión que Janet compensó con la pesadilla de los últimos días, desde que Mario apareció en Canciller y tuvo que romper toda la magia.

Jorge dormía profundamente a su lado. Janet todavía no le había resuelto  todas las dudas de las mil y una que tendría el muchacho.

Finalmente, el varón se despertó y observó a su allegada con los ojos abiertos.

–No has desaparecido, sigues aquí –fue lo primero que dijo él.

–No, no me he ido… Sigo aquí.

Se produjo un breve silencio en el que ambos se miraron.

–Ya estoy curada. Ya no tendré que desaparecer más.

Jorge sonrió.

–¿En serio?

Janet asintió.

–Sí, esta vez sí.

–¿Por qué? ¿Qué era? –preguntó él, impaciente.

Janet rio de sí misma al no tener ni idea de qué contestarle. No era ella quien tenía la respuesta exacta a ello.

Negó con la cabeza.

–Lo sabrás a su tiempo, y nunca mejor dicho. Hay muchas cosas de las que hablar…

***

Por la tarde, Mario llegó a casa de Jorge, que había dormido en un hostal. Apareció con su mochila a los hombros con todo lo que habían traído de 2052. Sacó su ordenador portátil (Jorge alucinó al verlo, pues era la primera vez que veía uno) y su libro donde tenía todo apuntado, además de varias botellas pequeñas con pociones que aún quedaban en pie.

Se quedó mirando a ambos.

–Vosotros me diréis –dijo con una sonrisita–. Vinimos aquí por ti, Janet.

Jorge no entendía nada; Janet, sin mirarle, rio también de imaginar la cara que habría puesto.

–Creo que voy a explicárselo todo –dijo ella, agarrando a Jorge del brazo–, al menos voy a intentarlo. Intentaré que sea poco a poco. Mario, tú ve a dar una vuelta… O a comprar algo para comer que no tenemos nada, porque esto va para largo.

Y así fue: Janet explicó a Jorge absolutamente todo desde el principio, ocupando prácticamente toda la tarde con pruebas y verdades para que les creyera. También le mencionó a Roxy, que se había quedado en 2052.

A Jorge le costaba ceder. ¿Quién se iba a creer aquello de que estaban viajando en el tiempo y de que Janet y Mario venían del futuro?

El chico preguntaba sin parar y pareció que, con el transcurso de las horas, empezó a asimilarlo todo.

–Y, bueno –concluía Janet–, nuestra intención era volver al principio de la década, a rehacer nuestra vida. Y, de paso, vivir los años ochenta a tope.

Jorge se quedó pensativo.

–Quiero ir con vosotros –aseguró decididamente–. Si volvierais al principio de la década, quiero ir con vosotros.

–Bueno, verás… No podemos ir los tres, no pudimos traernos a Roxy con nosotros y…

–Él puede venir –contestó Mario repentinamente desde el umbral de la puerta.

–¿Siempre tienes que aparecer de sorpresa? –preguntó Janet–. Igual que en casa… En mi habitación hacía lo mismo: aparecía sin que me diera cuenta y escuchaba todo lo que hablaba con Roxy.

–Te espiaba siempre que hablabas de él –le señaló Mario– con Roxy por Skype. Nada me ha pillado de sorpresa…

Y rio. Jorge observaba primero a uno y luego al otro con el entrecejo fruncido. No entendía palabras como Skype o similares...

De repente, Janet saltó:

–Espera, papá. ¿Has dicho que él podría venir si volviéramos al principio de la década?

–Sí. No pude traer a Roxy desde el 2052 para que se quedara permanentemente, pero puedo hacer un apaño para que vayamos los tres desde 1990. Tiene que ser pocos años atrás, no podemos desplazarnos mucho.

Janet se volvió a Jorge.

–Entonces, ¿vienes con nosotros? –le preguntó con felicidad.

–Yo contigo hasta donde haga falta –contestó, olvidándose de que Mario se encontraba allí–. No sé cómo demostrártelo, pero cuando en Canciller te dije que para mí significabas muchísimo, quería decir que…

Pero Janet le calló poniéndole el dedo índice en la boca.

–Cállate. Me lo hubieras demostrado dentro de doce años.

Jorge levantó una ceja.

–¿Eh? ¿A qué te refieres? –preguntó, algo asustado.

Janet, que continuaba mirándole e ignorando también a Mario, le contestó para concluir:

–Algún día te lo contaré. Demasiadas explicaciones te he dado por hoy y tu cabeza podría estallar...

***

Después de cenar aquella noche, Mario siguió mezclando e investigando con su ordenador encendido y su libro abierto.

–Con las fórmulas que me quedan aquí…, podría conseguir…

Pensaba en voz alta. Su hija estaba detrás de él.

–¿Conseguir el qué?

–¡No, nada, nada! –contestó entre risas.

Janet volvió con Jorge.

–A saber qué planea… –le contó.

Horas después, Mario volvió con un par de frascos recién mezclados.

–A ver, Janet. No podemos desplazarnos de lugar, tenemos que aparecer en Madrid y sólo unos pocos años, no podemos volver atrás toda una década entera. Vamos, no llegamos a los diez años, tendrían que ser menos si queremos viajar los tres y de manera permanente. ¿Hay algún concierto que te quedaras con ganas de ver cuando estuviste en los ochenta con Roxy?

La joven no tardó mucho en responder. Apareció en su rostro una leve sonrisa mientras Mario esperaba que hablara.

Sí había un concierto que se había quedado con ganas de ver, que una vez comentó a Jorge que no llegó a asistir y que a él le hubiera encantado ir también.

***

–¡Buenas noches, Madrid! –saludó un hombre con el pelo largo encima de un escenario ante una gran multitud: el locutor de radio El Pirata estaba presentando el concierto a gritos–. ¡Espero que lo hayan llevao de puta madre con Celeste y los Ángeles… y el culmen de la noche, a tope! ¡Tocando para su gente con más huevos que nunca! ¡Que suene, que truene, troncos! ¡Banzai!

El público aplaudió y volvió a soltar otra ovación.

El conocido guitarrista Salvador Domínguez, rubio y delgado, apareció en escena con una guitarra roja llena de lunares blancos. Comenzó a tocar tras una breve introducción.

El riff principal de la canción Crimen sin castigo de Banzai comenzó a sonar. Poco después el resto de miembros entraron en escena, comenzando, así, el concierto: el batería, conocido como David Biosca, el bajista, Tibu, y el teclista, Danny Peyronel, quien anteriormente había tocado en UFO.

Y finalmente, el cantante, José Antonio Manzano, apareció también en el escenario para empezar a interpretar el tema. Con el pelo largo, cardado, y un brazalete de cuero y de pinchos, transmitía fuerza y energía al público desde el escenario. No dejaba de moverse en ningún momento y el gentío disfrutaba del show con los puños en alto, en la época dorada del género y en la que el país disfrutaba de sus primeros años de libertad democrática después de cuatro décadas de dictadura que volvería, desgraciadamente, muchos años después pero disfrazada de democracia.

Los tres estaban viendo en directo a Banzai en aquel concierto del año 1984 llamado El poder del heavy. Janet y Roxy habían visto el cartel por la Gran Vía en el primer viaje en el tiempo que hicieron juntas, pero se despertaron en 2052 antes de llegar a su destino.

Mario, sin embargo, estaba algo extraño. No quiso moverse del sitio donde habían puesto los pies en un primer momento (al fondo a la izquierda) y no paraba de mirar el reloj que llevaba en su muñeca.

A la tercera canción del concierto, Janet, por fin, se atrevió a preguntarle el porqué de su extraño comportamiento.

–Nada, hija, nada. Solamente que me parece raro que…

Y levantó la vista, mirando por encima del hombro de Janet. Sonrió.

La muchacha volvió la cabeza y por poco gritó de emoción. Roxy, junto a su padre, había aparecido detrás, entre la muchedumbre.

Las dos amigas se estrujaron con los brazos, radiantes de felicidad, como locas.

–¡Te he echado de menos! –le gritó Janet, compitiendo con el alto sonido del concierto.

–¡Pero si sólo hace un día que no nos vemos! –gritó también Roxy, riendo.

–¿Un día ya?

Roxy asintió con la cabeza.

–¡Claro! ¡Si estamos en…! ¡Bah, qué más da! –exclamaba Janet–. ¡No es momento de hablar de eso!

Y volvió la cabeza al escenario para disfrutar del concierto, con su pelo enlacado y su camiseta de Scorpions, sintiendo que era imposible que existiera una persona más feliz en el mundo que ella en aquel momento.

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