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Heaven’s on fire

 

La cara de ambas fue de alucinación y a Janet le recordó al momento en que salió de la tienda de José y fue consciente de la época en que se encontraba.

Los establecimientos de ropa que había eran de indumentaria vaquera y cualquier cosa que se vendiera llevaba tachuelas. Las aceras eran de un color y forma diferente y la carretera ya no era de cementohielo. Los coches eran antiguos, menos seguros, hacían un ruido molesto, dejaban un pequeño rastro de humo y un fuerte olor a contaminación.

Sin embargo, para ellas aquello parecía el paraíso.

–¡Roxy…! ¡Roxy! ¡Te lo dije!

Pero la otra joven no podía decir nada. Estaba totalmente asombrada con la boca abierta.

–E… Estamos en… en los…

–¡Ochenta!

Pero Roxy seguía sin dar crédito.

En ese mismo instante, dos chicos con melenita, flequillo y chalecos vaqueros con espalderas de Judas Priest e Iron Maiden pasaron por su lado. Las dos se quedaron embobadas con el trasero de sus pantalones vaqueros ajustados.

–Roxy, saca tu DNI y verás –sugirió Janet.

Ambas sacaron su documento de identidad y, tal y como ya le contó Janet a su amiga, tenían un papel plastificado, pero esta vez en vez de poner que habían nacido en 1965, aparecía 1968

–Qué raro. Eso significa que seguimos teniendo 16 años, ¿no? Eso se ve que no cambia nunca… ¡Disculpe!

Janet se dirigió a un hombre mayor que pasaba por su lado. Llevaba boina, un bastón y un estrecho bigote blanco debajo de la nariz. El señor se paró y no cambió su cara.

–¿Puede decirnos en qué año estamos?

Pero el viejo no contestó. Siguió andando, apoyándose en su bastón. Después susurró para sí mismo algo que sonó a:

–Gentuza rara… ¿Dónde estás, Generalísimo…?

Aunque no le hicieron caso y no sabían quién era aquel «Generalísimo», cruzaron la calle y anduvieron.

Los edificios de la Gran Vía se mantenían muy fieles a los de 2052. Por ejemplo, no había ni uno solo de acero.

Al cabo de un par de minutos, se volvieron a topar con los melenudos que se habían cruzado y estaban mirando el cartel de un concierto de rock.

–¡Tío, tenemos que ir! ¿Has escuchado Ángeles del Infierno? Mi hermano se compró el otro día el casete y es una pasada. Puro heavy metal –decía uno de los chicos.

Janet y Roxy se asomaron entre los dos y pudieron ver un cartel con un toro de metal en el que arriba ponía:

 

EL PODER DEL HEAVY

 

SÁBADO 2 DE JUNIO DE 1984

PABELLÓN DEL REAL MADRID

9 DE LA NOCHE

 

Y, debajo del animal, los tres grupos que iban a tocar:

 

BANZAI

ÁNGELES DEL INFIERNO

CELESTE CARBALLO

 

–¡Hola! –sonrió uno de los dos jóvenes a las chicas, repentinamente. El otro muchacho también se volvió. Éstas se sobresaltaron y se pusieron rojas–. ¿Vais a venir también?

Janet y Roxy se quedaron sin palabras. Esperaban a que la otra contestara.

–Bueno, eh…, nos acabamos de enterar… ¿Cuándo es? –habló Roxy.

–¡Hoy! ¡Esta noche! –exclamó el otro melenudo.

–¡Anda, pues genial porque no tenemos plan! –le sonrió Roxy, repentinamente, siendo más agradable de lo que sería en una conversación normal. Sin embargo, Janet seguía roja y muda por el momento–. ¿Vosotros vais?

–Sí, iremos. Eso espero yo, me tienen que levantar el castigo para que me den la paga de este fin de semana –sonrió el joven.

–¡Claro, podemos vernos allí y…! –exclamó Roxy mientras se acercaba lentamente…

Pero al momento, Janet saltó de golpe y, por educación, habló antes de hacer nada:

–De acuerdo, pues por allí nos vemos –concluyó mientras agarraba a Roxy del brazo y se la llevaba rápidamente de allí.

Los dos heavies se quedaron mirando la escena y Roxy cambió la mirada entre la de ambos con la de Janet, que la alejaba.

Como pudo, la morena se despidió de los chicos con su mano libre y, al cabo de un instante, cruzaron una esquina hacia una estrecha calle.

Janet soltó a su amiga y se quedó mirándola muy fijamente. Roxy estaba apoyada en la pared, analizándola con el ceño fruncido.

De repente, la rubia empezó a tocarle la cara y a manosearle.

–¡Ay! ¿Qué haces, tía? ¡Para! –exclamó Roxy, molesta.

Janet la miraba fijamente. Observaba su alrededor y subió la vista al cielo, donde estaba el mismo color celeste y el mismo sol de su…

–¡Dime que no estoy soñando! ¡Puedo tocar y sentir las cosas! –exclamó Janet en un acto de locura. Las pocas personas que pasaban cerca miraban de reojo la escena.

–Pues… no sé, yo creo que tampoco estoy soñando –dijo Roxy–. Pero sería demasiado irreal y ficticio el… ¡Janet, no!

Janet iba a darse un cabezazo contra la pared cuando su amiga la agarró y la apartó.

–¿¡Qué estás, loca o qué!? ¡Que te vas a abrir la cabeza!

–Es mi intención, tía. En los sueños, siempre que me caigo de algún sitio o me hago algún tipo de daño, me despierto. Si me doy, me quitaré la duda de si es un sueño o es real.

Para volverse locas. Roxy estuvo un rato reteniéndola para que Janet no hiciera ninguna locura.

–¡La que debería retenerte soy yo, que soy la que ya ha vivido esto! –le dijo Janet–. Pero, espera…, ¿y si estoy soñando?

Y lo volvió a intentar, pero Roxy la frenó nuevamente.

Después Janet dijo por fin:

–Está bien, está bien… No sé si será un sueño o no. Desde luego, la otra vez fue sólo un rato y no me quedé encerrada para siempre porque me desperté. Pero si nos despertamos, recuérdame todo esto y sabré que no ha sido un sueño.

***

Aquel soleado día no podía ir mejor. Estaban las dos amigas en plena  «fiebre heavy ochentera», ¡y en Madrid!

Fueron a comer a una hamburguesería cualquiera en la misma Gran Vía.

Se sentaron en una mesa mientras sonaba en un radiocasete cercano los éxitos de Los 40 Principales, que ya existían en esa época y que todavía seguían en 2052.

Una hamburguesería cualquiera no tenía nada de interesante en los años ochenta. Lo bueno estaba fuera y, sobre todo, en las tiendas, en los bares y en los conciertos. No se podían creer que estuvieran de verdad en la época pasada que durante toda su vida soñaron vivir.

Era tal el hambre que tenían y la emoción de vivir aquellos tiempos, que cuando ya estaban comiendo se dieron cuenta de algo.

–Huy…, no sé cómo vamos a pagar –dijo Roxy.

–Yo llevo dinero.

–Yo también, pero vamos a pagar con… ¿euros?

El euro aún no existía. Por aquel entonces, una extraña moneda antigua llamada la peseta.

–Pues yo creía que la peseta era el nombre de una parada de metro –comentó Roxy.

Al terminar de comer, se quedaron las dos con cara de no saber qué hacer.

En ese mismo instante, en la radio empezó a sonar un riff muy macarra y conocido por las dos que les subió la energía y rebeldía.

Comenzaba a sonar Casi me mato de Barón Rojo.

–¿Algo de postre? ¿Café? –preguntó el joven camarero que les había atendido y veía que habían terminado.

–Dos cafés solos, sí –contestó Janet, y el camarero se fue con los platos vacíos.

–¿Qué haces, tía? Que no me gusta el café –regañó Roxy en voz baja a su amiga.

–Ni a mí tampoco, pero calla y hazme caso.

Justo cuando el joven entró en la cocina y sonó el solo de guitarra de Casi me mato, las dos salieron como flechas de la hamburguesería y buscaron la parada de metro más cercana, que era Plaza de España.

Corrieron entre la multitud y bajaron las escaleras. Parecía que no las seguía nadie.

Pero no se percataron de que el muchacho que les acababa de recoger los platos, en el instante que ambas habían salido volando, éste había vuelto la vista de pura casualidad y las había visto marcharse.

Dejó la cerámica de cualquier manera y corrió detrás.

–¡Por los pelos! –exclamó Roxy, aún con el corazón palpitando rápidamente y tras terminar de bajar escalones, sin ser consciente de que el joven camarero sí se había dado cuenta.

–Pues más vale que entremos rápido al andén.

–Sí, mejor –contestó Roxy. Pero no tenían con qué pagar el billete único de metro. Encima, había un trabajador del metro allí y custodiaba que nadie se colara, mientras una multitud entraba con su correspondiente billete.

–¿Qué hacemos? –preguntó Janet.

–Vamos fuera y buscamos una alternativa. Dudo mucho que haya salido a buscarnos pero, por si acaso, vamos rápido –contestó Roxy, y ambas salieron del subsuelo.

En el instante en que terminaron de subir las escaleras, encontraron al joven camarero que había salido a buscarlas. Se las topó de frente y las reconoció al momento.

–¡Oh, mierda! ¡Corre! –gritó Roxy, llevándose a su amiga del brazo escaleras abajo, otra vez, y con Casi me mato en su cabeza sonando todavía, como si fuera la herramienta que les daba la energía suficiente para afrontar la situación.

–¡Eh, ladronas! ¡No escapéis! –gritó el joven que las seguía, pero al ser más bajas y ágiles, pudieron camuflarse entre la multitud.

Siguieron corriendo hasta colarse por una de las pequeñas puertas por los que se entraba a los andenes, sin prestarle ninguna atención al trabajador del metro. Éste, al ver la escena fue tras ambas, quedándose el camarero detrás y confiando en que las atrapara por entrar sin pagar.

Janet y Roxy seguían corriendo escaleras abajo. Encontraron un par de pasadizos que llevaban a diferentes andenes. Atravesaron el primero que vieron sin ni siquiera mirar dónde llevaban.

Alcanzaron uno con muchísima gente esperando a que apareciera el tren. No dejaban de volver la vista al pasillo que acababan de dejar.

–Espero que lo hayamos despistado… –dijo Janet, aún faltándole el aire y cogiéndolo rápidamente, al igual que Roxy. Ésta no contestó. No dejaba de mirar y era posible que se hubiera ido por el otro andén y lo hubieran despistado. Mientras, iban buscando hueco entre la gente para que no se les viera fácilmente.

–Sí, se habrá equivocado porque debería haber aparecido…

Pero cuando iba a recitar la palabra «ya», el trabajador uniformado surgió. Comenzó a buscarlas rápidamente.

–¡Joder, mierda! ¿Ahora qué hacemos…? ¡Que ni siquiera estamos en nuestra época, tía! –exclamó Roxy.

El mismo hombre mayor que un rato antes se había cruzado con ellas y las había llamado «gentuza rara», estaba a su lado y las miró con cara de locura, abriendo mucho los ojos.

Janet y Roxy se pusieron enfrente de las vías cuando a la derecha las dos luces del vagón se acercaban con un ruido ensordecedor.

–Creo que nos da tiempo a entrar sin que nos descubra… Tú no mires atrás y ya está –sugirió Janet con miedo.

El tren estaba parando y las puertas abriéndose, cuando Roxy dijo:

–El problema viene ahora, porque tiene que salir y después entrar la gente, y en esa pequeña fracción de tiempo nos puede pillar… Lo mejor será pasar con naturalidad.

Pero los nervios hicieron que, en vez de dejar salir a la muchedumbre y después meterse ellas, se adentraron al abrirse las puertas y destacaron entre todos los demás. Luego corrieron por el vagón. Por detrás, el hombre las distinguió y apartó a la gente para ir hacia ellas.

–Janet, creo que nos ha visto –murmuró Roxy. Volvieron la mirada y descubrieron al trabajador dentro, que había entrado por otra puerta.

–¡Uf! ¡Tú corre y no mires atrás!

Las dos avanzaron, esquivando a la gente mientras los pasajeros entraban.

–Cuando yo te diga tenemos que salir, ¿de acuerdo? –Roxy miró hacia atrás al terminar sus palabras. El varón les seguía cada vez más de cerca. Continuaron corriendo por el largo vagón hasta que un pitido empezó a sonar, símbolo de que las puertas se iban a cerrar.

–¡Ahora, Janet! –gritó Roxy, cogiendo a su amiga de la mano y lograron salir. A Janet le pilló con las puertas casi cerradas.

Miraron hacia atrás y el chico se había quedado dentro, pero había logrado colocar un pie en el último momento y, después, estaba abriendo las puertas a la fuerza con el tren todavía parado.

Las jóvenes avanzaron ágilmente y subieron escaleras. Si iban a la salida del metro, estaría el camarero esperándolas. No tenían escapatoria.

–Vamos al otro andén, tengo una idea –exclamó Roxy. Janet la miró sin entenderla–. Es una locura, pero confía en mí. Hay que ser ágil, ¿de acuerdo?

–Y yo me pregunto –dijo Janet, faltándole el aire mientras sus piernas se movían–, ¿por qué tanto jaleo por habernos colado?

–¡Porque nos quieren poner una multa! ¡Así es Madrid! –contestó Roxy. Se notaba que Janet era de Zaragoza–. ¡Y a eso súmale que hemos hecho un sinpa en una hamburguesería!

Cuando llegaron al otro andén, había bastante gente esperando, símbolo de que hacía un buen rato de que el metro no pasaba. Enfrente había dos vías y, después, el andén que acababan de dejar y que ahora era el contrario.

–Bien, escúchame –expuso Roxy mientras avanzaban entre la gente. A la derecha ya se veía la máquina llegar–. Tenemos que saltar… –Janet puso cara de susto–. …y tenemos que llegar al otro andén. No es muy alto. El otro acaba de pasar y tardará varios minutos en llegar otro tren. Nos da tiempo de sobra. Si hace falta, cuando estemos allí, volvemos a repetir la operación para marearle.

–Es una locura –el metro se acercaba–, ¿merece la pena todo esto?...

–¡AHORA, VAMOS! –gritó Roxy. Pero alguien las agarró por detrás y no era el trabajador del metro, sino dos hombres que las estaban escuchando.

–¿Os queríais tirar a las vías o qué? ¡Estáis locas!

–¡N-no! –negó Roxy intentando soltarse.

Pero era demasiado tarde: el vagón estaba entrando en la estación y no les daba tiempo.

Miraron hacia atrás: el uniformado apareció y se acercó a ellas. Los dos hombres no las soltaron.

–Vamos a ver, señoritas, vamos a ver, y vamos a ver… –parloteó a ambas.

–¿Ha ocurrido algo? –preguntó el varón que sujetaba a Roxy.

–Que se han colado –contestó.

–No tenemos dinero. Bueno, sí… pero…, eh… –intentó explicarse Roxy.

–Pero es que no somos de aquí y no nos ha dado tiempo a cambiar de moneda –continuó Janet.

Se quedaron un segundo dudando, como si no se fiaran de ellas.

Roxy pegó un pequeño y disimulado codazo a Janet para que no dijera nada más y empezó a hablar en una lengua rara que no se podía entender.

–¿De dónde sois? –preguntó el trabajador del metro.

–De… esto… Rishtovyah –dijo Roxy, poniendo un acento raro, y siguió hablando en esa lengua extraña mientras Janet escuchaba sin saber qué decir.

–No te hagas la tonta, si te hemos escuchado hablar en castellano neutro –dijo el trabajador del metro.

Los otros dos varones escuchaban sin decir nada y las iban soltando poco a poco, de manera inconsciente, en el transcurso de la conversación.

–Pero muy poco, señor –repitió Roxy con un forzado acento inglés. Se metió la mano en el bolsillo, sacó su cartera y le enseñó un par de monedas de euro–. ¿Lo ve? Tenemos dinero, pero no hemos tenido tiempo de cambiarlo... ¡Y era una urgencia!

El trabajador dudó. Los cinco aún estaban en el borde de las vías y las puertas del metro estaban abiertas de par en par.

Roxy siguió hablando para disimular, hasta que las puertas empezaron a cerrarse. En ese instante, ágilmente agarró a Janet y ambas cayeron al suelo del vagón mientras las puertas se cerraban.

Pero no ocurrió nada más. Las dos muchachas miraron a través del cristal a los dos señores y al uniformado, que ya parecía haberse rendido. El tren reanudó su marcha hasta que en las ventanas se vió todo oscuro.

Aún tiradas en el suelo y descansando de la larga carrera que se habían pegado, la gente se les quedaba mirando de forma extraña. Ni siquiera sabían dónde iban, pero por lo menos se habían librado de una buena, ya que ni tenían a sus padres allí siendo menores, ni tenían dinero.

–A propósito –dijo Janet, aún tirada en el suelo y cogiendo aire–. ¿Qué hora es?

Miró su reloj de pulsera y eran las cuatro y media. Debía de ser la hora real.

Durante aquella tarde, si hubo algo claro que hicieron fue ver ropa. Alucinaban viendo cómo era la que se llevaba en aquella época. Era inexplicable que estuvieran allí y ni siquiera sabían si realmente era un sueño o era real, ¿pero qué más daba? Era una gozada, aunque no podían comprar nada porque nadie sabía qué era eso del euro.

También pasaron por varias tiendas de discos, y en una de ellas volvieron a ver el cartel del concierto de aquella noche. Preguntaron al dependiente por cómo llegar. Había que coger el metro, pero no les importaba volverse a colar si era por una buena razón.

Siguieron viendo tiendas para hacer tiempo. Aquello era como recorrerse el paraíso: fácilmente podían encontrar ropa vaquera y de cuero en la tienda más normal. Incluso las mochilas, bolsos y botines llevaban pequeñas tachuelas; todo estaba relacionado con el rock.

Otros compradores se les quedaban mirando, como si no fuera normal en dos muchachas de dieciséis años alucinar de aquella manera con la indumentaria más corriente de 1984.

La tarde pasó volando. Faltaba poco para las nueve y comenzaron a pensar en ir al concierto de esa noche. No tenían ni idea de a cuánto estaban del pabellón, pero Roxy sabía llegar porque el método para ir en metro era el mismo que en 2052.

–No sé si llegaremos puntuales, lo mejor será que salgamos cuanto antes –le contestó Roxy.

–Pero no hemos cenado nada… Aunque para volver a tener que escaparnos…

Cogieron el metro exactamente a las nueve. Mientras pensaban en el concierto y ya estaban dentro del vagón, a Janet le vino algo a la cabeza que no se había planteado.

–Roxy, que con tanta emoción…

–¿Qué? –preguntó Roxy sin entenderla.

–¿Conoces alguno de los grupos? ¡Porque yo sí!

–Sí, algo he escuchado de Ángeles del Infierno.

–Yo conozco a ésos y a Banzai. Pero nunca llegué a imaginarme que los vería en directo y en su mejor época, aunque… ¿y si nos vamos a Inglaterra a buscar a Coverdale? –bromeó Janet, haciendo referencia a David Coverdale, cantante de Whitesnake.

–No es mala idea porque acabará de salir el Slide it in.

Pero al recitar esas palabras, Janet abrió los ojos y se vio tumbada en la cama que había en la habitación de Roxy.

Era imposible que todo hubiera sido un sueño. Había sido demasiado real. ¿O quizá es que no quería que se acabara?

–¡Roxy! ¡Roxy! –chilló, y meneó a su amiga en la cama de al lado, pero estaba profundamente dormida y no parecía reaccionar–. ¡Roxy, despierta!

–¿Eh…? ¿Qué te…? Déjame… dormir… –y lo poco que Roxy había abierto los ojos, los cerró y siguió durmiendo.

Janet se sentó decepcionada en su cama.

Había sido un sueño. Menuda desilusión.

Volvió a tumbarse mirando al techo. ¿De verdad estaba tan obsesionada con los años ochenta que podía tener sueños de ese tipo? ¿Y tanto para pensar que eran de verdad? No tenía ni idea, pero desde luego podía recordar todos y cada uno de los hechos y hasta la ropa que habían visto las dos amigas en las diferentes tiendas.

Sin embargo, Roxy, de repente, se despertó y se sentó. Abrió los ojos de par en par y pasó a mirar a Janet.

–¡Janet! –exclamó, sorprendida. La rubia giró la cabeza hacia ella y cambió su cara de mustia por otra de asombro.

Janet también se incorporó y sólo con su mirada entendió lo que le estaba queriendo decir.

Ninguna de las dos sabía qué ni cómo expresar lo que habían soñado.

Pero no había sido un sueño. Había sido real y ambas podían coincidir perfectamente en los mismos detalles que les habían ocurrido.

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