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6

 

Eyes of a stranger

 

Aquel mismo día, después de comer, quedaron en la Gran Vía para moverse por la capital.

Viajar en coche hasta Madrid desde Zaragoza era muy tardío, y si había de ser recorrido medio siglo menos que en su época, más todavía. Cuando se encontraron con sus nuevos amigos, parecían cansados después del largo viaje. Pararon como pudieron en la Gran Vía con la gran avenida abarrotada de coches de gasolina y soltando un negro humo y contaminante.

Las dos amigas subieron al coche y, en la parte trasera, ya había un muchacho que ellas no conocían. Delante se encontraba Santi conduciendo y a su derecha su novia, una joven de pelo rizado y castaño con mucho volumen, al más puro estilo de la época, y con unas gafas de sol.

–¡Hola, mujeres! –exclamó Santi, tan alegre como siempre después de cerrar Janet la puerta tras de sí y el coche empezar a circular, haciendo el conductor hincapié, bromeando, en el día que el camarero del bar de fachas las llamó mujeres de modo despectivo–. Pues aquí nos tenéis, después de unas seis horas de viaje. Bueno, y contando el habitual parón…

El joven que estaba al fondo del todo se les presentó a las dos. Se llamaba Manu y al parecer también era de Zaragoza. La copiloto, Patricia, llevaba varios días allí también y habían decidido ir los tres a la capital.

Marchando por la Gran Vía y sus calles contiguas, podían verse altos edificios de ladrillo y cemento parecidos a los que aún había en el barrio de Janet. Nada de acero por ningún lado como solían construirse en 2052.

–Bueno, chavales –concluyó Santi dirigiéndose a Manu y a su novia–, pues ya hemos llegado. Ahora voy a dejar el coche en Lavapiés y a partir de ahí nos podemos mover en metro. Aunque ahora tendremos que volver a la Gran Vía…, pero es imposible aparcar por aquí.

Nadie dijo nada pero joven conductor lo dio por oído. El resto de componentes del vehículo miraban por las ventanillas: algunos asombrados por estar en la capital, y otras alucinadas por ver tantísimos coches antiguos y edificios que razonadamente no tenían nada en especial, pero estaban en los años ochenta y parecía que por ello todo tenía mucho valor.

No mucho después llegaron al barrio de Lavapiés. Se encontraban prácticamente en el centro de Madrid y, al ser verano, oscurecía más tarde. Era mitad de tarde y tanto Janet como Roxy parecían perdidas, y aunque esta última fuera de aquella misma ciudad, no la reconocía. Lo que más había cambiado era la forma de moverse en metro.

Un instante después, anduvieron hasta la parada de metro más cercana para volver a la Gran Vía y hacer un par de compras que querían hacer Santi y Patricia antes de que cerraran. Al subir las escaleras y salir por la boca del metro, dicha avenida era lo que menos había cambiado y seguía abarrotada de gente, como habían comprobado desde el coche. Prácticamente ya estaban los mismos antiguos edificios de 2052, según pudo comprobar Roxy. Aunque algunos, evidentemente, habían desaparecido con el paso de los años.

Tras caminar el grupo un par de minutos entre la muchedumbre, llegaron a una tienda que ponía en lo alto:

 

DISCOS MADRID ROCK

 

–Roxy, yo he oído hablar de esta tienda –le dijo a su amiga mientras se acercaban–. Mi padre me ha hablado de ella… Años después la cerraron y abrieron un Bershka.

–¿Y eso qué es? –preguntó Roxy con alusión al negocio posterior.

–Una tienda del estilo que hay debajo de mi casa… Vamos, para las modernas de mi clase.

Roxy puso cara agria al oír las palabras de su amiga. Pero ella vivía al lado de la Gran Vía y no le sonaba haber visto ningún negocio así.

–No me suena haber visto ninguna tienda así, tía. Ya no estará, ¿no?

–No, qué va. Mi padre dice que cuando era joven aún llegó a verla por la nostalgia del Madrid Rock, aunque cuando la cerraron ni siquiera había nacido, pero era lo único que quedaba del recuerdo de la mítica tienda. Después tiraron el edificio para construir uno nuevo.

A veces las dos amigas parecían una enciclopedia relacionada con el rock y aprendían mutuamente. Roxy no tenía ni idea de qué tienda era esa y, aunque Janet sólo había oído hablar de ella, le hizo ilusión poder entrar a un lugar tan emblemático y ver tantísimos discos en su versión original.

Al salir, aunque las dos amigas lo hicieron con las manos vacías, se pudo distinguir a Santi con varios vinilos en dos bolsas cogidas con una mano. Se quedó un momento dudando en medio de la gente y manifestó:

–Bueno, podemos volver a Lavapiés, aún hay tiempo. Más que nada para dejar esto en casa de mi tía –haciendo alusión a las bolsas con los discos. El resto asintió y un santiamén después el grupo se encontraba entrando por la boca de metro.

Una vez dentro, cada uno se sentó en un asiento del vagón y Santi sacó uno de los vinilos. Se quedó observando la portada mientras Janet y Roxy lo miraban asombradas.

–¿Sabéis qué? El año que viene sale la segunda parte. Éste, el primero, lo escuché en casa de mi vecino en cinta. Es una pasada. Es como un estilo de nuevo metal… Parte del speed y del heavy, haciendo algo más melódico y a la vez cañero. Dicen que tienen otro disco más que sacaron antes, pero no lo he conseguido todavía. Éste, según la heavy rock –haciendo alusión a la revista de rock duro–, salió en mayo.

El disco que tenía Santi en las manos no era ni más ni menos que el mítico Keeper of the seven keys de Helloween. Un grupo innovador de Alemania que estaba subiendo mucho desde que habían sacado aquel disco. Si había salido otro antes, muy pocos lo llegaron a conocer en 1987, al menos en España.

Una vez en Lavapiés, Santi dejó los discos y fueron a cenar algo por allí cerca. El metro hasta más tarde no cerraba, por lo que tenían tiempo de sobra. Así pues, fueron a un restaurante que poco o nada tenía que ver con los melenudos de cuero. Al entrar, una vez más, muchos se quedaron mirando a los cinco con diversos rostros y reacciones, a pesar de encontrarse, ahora, en la época en que tales pintas eran más habituales. Parecía que nunca, ni siquiera en los años ochenta, los heavies eran bien recibidos al cien por cien en la sociedad por su imagen extrovertida.

¿Qué habían hecho ellos para que aquello fuera tan habitual? Sólo el hecho querer llevar un estilo propio con el que identificarse. A pesar de todo, al cabo de un rato ya estaban sentados en una mesa tranquilamente, cada uno con su bebida. Todos pidieron cerveza excepto Janet y Roxy, que nunca habían bebido ni muchísimo menos fumado.

Santi y Manu, con naturalidad, lo primero que hicieron fue encenderse un cigarro y dejarlos apoyados en un cenicero que había en el centro de la mesa, como si fuera lo más normal del mundo. A su alrededor, en varias mesas yacían varios ceniceros con cigarros y todo el ambiente estaba lleno de humo. Parecía algo tan normal que las dos muchachas no eran capaces de entenderlo. ¿Qué pensarían si las dos amigas les contaban que en su época fumar era todo un opio prohibido y perseguido?

Después de pedir la cena, continuaron bebiendo y hablando un poco. No tenían ni idea de adónde iban a ir, pero confiaban en que sus nuevos amigos sabrían guiarlas muy bien.

–Oye, que con todo esto aún no os lo he preguntado, aunque ¡espero que sí! –exclamó Santi, dirigiéndose a Janet y Roxy, que estaban sentadas juntas. Ambas lo miraron con temerosidad–. No, tranquilas, no pasa nada. Pero tenéis dieciséis años, ¿no? –ambas asintieron–. Y el DNI espero que también lo llevéis encima, ¿no? –las dos amigas lo confirmaron con otro gesto–. Ah, vale, tranquilas. Es que al sitio al que vamos lo piden en la puerta y hay que tener los dieciséis…

Santi siguió hablando pero Janet dejó de oírle. A pesar de odiar el humo del tabaco, aquello se estaba convirtiendo en el paraíso. No sólo toda la ropa y complementos le volvía loca. Acababan de estar en una tienda que cumplía uno de sus sueños hechos realidad: todos los vinilos nuevos y en edición original, como los que ella coleccionaba en su casa y que tanto le costaba conseguir una mera reedición o uno viejo que hubiera sobrevivido al paso de los años. Aparte, era mayor de edad para poder entrar en pubs y sitios donde en su época no hubiera podido ni intentándolo, además de las complicaciones de la policía constante, presente siempre, y del toque de queda. Sabiendo cómo eran sus nuevos amigos, las iban a llevar a buenos sitios. Se sorprendía a sí misma porque odiaba todo lo relacionado con la fiesta nocturna, pero tenía ganas de salir sólo por el hecho de pensar que se iba a lugares heavy como aparecían en los videoclips y canciones que había escuchado desde que nació.

Siguieron hablando y cenando durante una hora. Al terminar, pidieron la cuenta, pagaron todo, Santi y Manu se fumaron sus últimos cigarros y salieron a la calle. Subieron paso arriba hasta llegar a la parada de metro más cercana. Una vez ya en el vagón, el grupo se dirigió hacia el norte de Madrid desde la Gran Vía.

–Santi, ¿dónde vamos? –preguntó Roxy, por fin.

Éste se rio y miró su reloj digital de muñeca, marca Casio.

–Ahora lo veréis. Os va a gustar, seguro. Son las once y media, es buena hora. A las doce y cuarto o así llegaremos.

Aunque Janet se quedó igual, no pudo evitar pensar que le había sonado muy bien aquella frase.

Permanecieron un rato esperando a que el metro llegara y sus amigos les avisaran. Tuvieron que hacer un trasbordo en el que tenían que bajarse del tren, andar hasta otro andén y esperar el siguiente. Acto seguido, alcanzaron una estación donde ya había varios melenudos con chaquetas de cuero.

–Janet, Janet –llamó Roxy a su amiga en voz baja–. ¿Has visto a esos dos de allí?

Su amiga miró a los dos chicos y ambos poseían el concepto de chico ideal que Janet había tenido en la cabeza desde que le gustaba el heavy, es decir, desde que se acordaba de tener conciencia, tal y como había retratado en el dibujo que se había encontrado. Aunque uno vestía más hard rock y el otro más heavy, el primero nombrado, moreno y con el pelo a rizado y cardado, era el que más le llamaba la atención. Por allí cerca, un par de chicos más y un grupo de varones y mujeres que vestían muy heavies, mezclando pantalones de cebra, vaqueros de pitillo y mallas rojas, estaban en el andén y no parecían ni saludarse entre ellos. Pero aquella era otra época, y en la de Janet haberse encontrado por la calle tan sólo a una persona así, hubiera sido motivo de, como mínimo, una sonrisa o un par de palabras ante su movimiento en peligro de extinción.

A pesar de todo, la joven ignoraba lo que iba a pasar en un par de minutos, al llegar el convoy que estaban esperando.

Ya por las ventanillas se vio mucha ropa negra y vaquera, pero al abrirse las grandes puertas del vagón y entrar las dos amigas, se quedaron boquiabiertas al ver que absolutamente toda la gente, excepto algún caso contado, eran heavies, varones y mujeres mezclados. Decenas de ellos; todos iguales o muy parecidos. Algunos ya habían empezado la fiesta antes de hora con un par de litronas, es decir, botellas de cerveza de un litro y medio, como si fuera algo normal y corriente el hecho de estar bebiendo cerveza en un lugar público.

Ninguno miraba a su alrededor; todos estaban con su grupo de amigos, hablando entre ellos y bebiendo, a diferencia de Janet y Roxy que no paraban de quitar ojo descaradamente a todos y cada uno de los chicos heavies que había por allí. Si Janet un rato antes pensaba estar en el cielo, ni se imaginaba que algo así pudiera pasar después. E incluso Santi no miraba a su alrededor, pero él solía frecuentar Madrid bastante y nada era nuevo para él.

Parecían haberlo visto todo, pero no. Aún tenían que llegar a su destino, y posteriormente, incluso sin que Santi les avisara, Janet supo que tenían que bajar porque todos los melenudos se acercaron a las puertas del vagón antes de que se abrieran.

Al salir, Janet pudo leer el nombre de la estación en la pared: «El Carmen».

Todos los melenudos parecían acudir automáticamente por unas escaleras a la derecha, siguiendo un recorrido habitual. Las dos amigas salieron del metro, subiendo las estrechas escaleras delante del resto de sus amigos hasta llegar al nivel de la calle.

Entre un montón de cuero que vomitaba la boca del metro, salieron Santi, Manu y Patricia. Varios pasos después, Janet levantó la vista a la derecha y leyó el nombre de la calle:

 

Calle del Alcalde López Casero.

 

No supo por qué aquel nombre le había resultado muy familiar. No podía recordar a qué. Le sonaba haber leído por internet algo relacionado con el nombre de aquella calle, pero no lograba acertar.

Todos los melenudos siguieron calle arriba por aquella acera de la derecha. Alrededor, ya había heavies sentados en bordillos de portales bebiendo, fumando y riendo entre ellos en pequeños grupos. Incluso en algún vulgar bar cercano se veía bastante gente de negro. Así, continuaron caminando calle abajo por una calzada que desembocaba en otra perpendicular vía con coches en los que sonaba mucho heavy metal y lleno de melenudos por todas partes.

¿Quién se lo iba a decir a Janet? Aquello parecía que nunca lo iba a vivir y lo estaba sintiendo en sus pieles. Algo gordo tenía que haber más adelante con tanto escándalo y tanto cuero en esa zona.

Avanzaron por la vía y al par de minutos, por fin, llegaron a su destino. Cruzaron al lado izquierdo de la calle y se toparon con una entrada que tenía tres grandes puertas negras. Arriba, con luces de neón rosas, Janet leyó:

 

SALA CANCILLER

 

Fue entonces cuando entendió por qué le sonaba la travesía. Había leído cosas sobre la Sala Canciller; antiguos artículos escritos en internet por testigos que llegaron a estar allí de jóvenes y quizá había visto también alguna foto. No era consciente que lo que se cocía dentro era aun mucho mejor de cómo se la imaginaba desde fuera, por muy feliz que ya fuera.

En las tres grandes puertas negras había dos porteros, a la derecha de forma perpendicular una taquilla y en el lado izquierdo una vitrina de cristal con precios. Santi se acercó a la taquilla y los demás le siguieron.

–Cinco para esta noche.

La mujer que había en taquilla le dio cinco papelitos del tamaño de un palmo, Santi se los pagó y, tras contarlos y repartirlos, dijo que nadie le debía nada (haciendo alusión al dinero).

Lo que dentro se cocía parecía algo surrealista para Janet. Cada vez que la negra puerta que tenían enfrente se abría, el escuchar la música a lo lejos le hacía sentir un cosquilleo en el corazón de la emoción. No sólo nunca había estado en ningún bar heavy, sino que además iba a entrar en el lugar más grande de toda España y posiblemente uno de los más grandes que haya habido en toda Europa.

–Chicas, nunca habéis entrado, ¿no? –preguntó Manu, volviéndose a las dos muchachas. Éstas negaron con la cabeza–. Bueno, pues entraré yo primero.

Manu se acercó a la puerta que estaba a dos metros de la taquilla y las dos amigas le siguieron, y detrás de éstas, la otra pareja de amigos. La puerta ya estaba abierta y éste pasó sin problemas, al igual que Janet, Roxy, Santi y Patricia, sin pedirles su documento de identidad ni preguntarles por la edad.

Al atravesar la puerta, todo eran escaleras abajo iluminadas. Las dos amigas descendieron mientras la música sonaba a lo lejos, pero cada vez más cerca a cada paso que daban. Se podía sentir el calor y la emoción de llegar a un lugar paralelo a la sociedad; a un lugar donde sólo reinaba la música y la evasión de todos los problemas, sin ninguna preocupación.

Según descendían, la música cada vez sonaba más cerca y casi podía reconocer la canción.

Siguieron bajando hasta que encontraron el ropero a mano derecha, pero al ser verano, nadie dejó nada y había poca ropa (algunas chupas de cuero o chaquetas vaqueras para el frescor de altas horas de la madrugada), por lo que continuaron adelante, abriendo una puerta metálica más, bajaron cuatro peldaños, y el grupo de amigos llegó a la planta de arriba de la Sala Canciller.

En aquel lugar, con copas y cubatas en las manos y un ambiente inmejorable por todos lados, había chicos y chicas heavies disfrutando cada instante y deleitando con la música, que podía percibirse fuertemente. Era un grupo de hard rock formado por mujeres, pero no era el caso de Vixen. Janet pudo ver varios sillones cerca que daban a pequeñas mesas, todas ocupadas por gente tomando algo. El techo no era muy alto, de unos tres metros, y unos cuantos metros más adelante, se apreciaba lo que parecía un piso inferior. Janet y Roxy, junto al grupo de amigos en el que iban, llegaron a medio muro de ladrillo que hacía la función de valla donde, al acercarse, se podía ver el mencionado piso inferior con otra multitud que se movía sin parar, y en la pared del fondo una gran pantalla con el videoclip simultáneo a la canción. Aquello, que parecía una gran sala de cine reconvertida en discoteca heavy, parecía ser el lugar idóneo para ellas y no podían dejar de alucinar.

Fox on the run, versionada por Girlschool, era la canción que sonaba mientras toda la pista de baile no dejaba de moverse ni un instante de una forma u otra. También podían diferenciar una multitud de luces de colores que cambiaban el tono de sus pieles y camisetas, y una bola en lo alto que giraba dejando pequeñas luciérnagas alrededor de toda la sala. Estaba abarrotado de heavies mirando en dirección a la pantalla gigante que tenían las amigas enfrente; similar a un cine, en el que se podía ver el videoclip de la canción mientras sonaba. Todo el mundo tenía una copa o un cigarro en la mano, la gente estaba muy animada, voceaban y se movían todos a la vez al ritmo de la canción, como si se encontraran en un concierto.

–¿Os mola, chicas, o qué? –pregunto Santi, volviéndose a las dos amigas.

Las dos le habían escuchado pero no tenían palabras. Estaban viviendo un sueño, gozando de lo que para ellas era su pasión y su modo de vida desde que nacieron. ¡Una discoteca heavy! Esta vez el ambiente volvía a estar lleno de humo pero no parecía importarles.

Mientras terminaba la canción y comenzaba a sonar Too late for love de Def Leppard, Manu preguntó a ambas si querían algo de beber, ya que podía ir él a pedir con los tickets que había comprado en la taquilla. Las dos no sabían qué responder, hasta que Roxy fue la primera en decir que de momento no les apetecía nada.

La emoción era demasiada. ¡Todo lo que había alrededor era totalmente surrealista! Principalmente viniendo de una época con toque de queda, donde estaba prohibido fumar, donde beber alcohol estaba muy controlado y perseguido y, sobre todo, era ilegal escuchar música ruidosa y pisar lugares públicos con la imagen que allí poseía la mayoría.

Continuó la noche y, mientras los heavies del piso superior hablaban entre ellos y alguno movía la cabeza hacia delante y hacia atrás (esta vez, al ritmo de La Grange de ZZ Top), los individuos del piso inferior parecían disfrutar más y no dejaban de moverse ni un segundo.

Así avanzó la velada, sin moverse del sitio y pegadas al medio muro; disfrutando tan sólo con el hecho de estar entre el ambiente.

El siguiente tema en sonar fue Freedom de Alice Cooper, con su videoclip incluido en la pantalla gigante que tenían enfrente. Ambas amigas tardaron en darse cuenta de que el disco con el mismo nombre había salido hacía poco, por lo que muy pocos heavies se movieron con esta canción y la gran mayoría, que antes no paraban de moverse, esta vez se quedaron viendo el video sin perder detalle. Era otra época e internet aún no se llevaba de forma casera, por lo que mucha gente para poder disfrutar de los videoclips de los grupos, iba a pasar tardes enteras al Canci (diminutivo que vulgarmente se le daba a la discoteca) o a cualquier sala de la capital para verlos.

Transcurría la noche muy rápido y ambas amigas no se movieron ni dijeron nada, aunque la emoción era la misma en todo momento. Solamente Roxy fue la primera que se atrevió a decir algo.

–¿Vamos a pedirnos algo de beber? –preguntó. Janet la miró, temerosa y sin saber qué decir.

–Pero ¿tú qué quieres?

Roxy sonrió y Janet no captó qué significó aquella sonrisita.

–Bueno, creo que es un momento especial… –hizo una pausa–. Y hay una primera vez para todo.

Janet al principio no sabía a qué se refería su amiga, pero observando su rostro satisfactorio y percatándose de la situación, pareció captarlo.

–Ya, creo que te entiendo… –dijo esta vez con más ganas.

–¿Te hace, entonces? ¿Pido dos cervezas?

Janet sonrió y asintió con la cabeza. Se metió la mano en el bolsillo de su chaleco y sacó el ticket que valía como consumición que habían comprado para poder entrar a la sala.

Roxy fue hasta una barra que había en aquel piso superior y su amiga le siguió.

Pidió las dos cervezas y la camarera le puso dos botellines marrones de un tercio.

Con las frías y mojadas birras en la mano, las dos amigas volvieron a su hueco anterior, echaron un vistazo alrededor y se miraron.

–Bueno, ¿vamos? –preguntó Roxy haciendo referencia a las bebidas.

–Venga, va –contestó Janet, animada. Roxy le sonrió y levantó el tercio.

–¡Salud! –brindaron con ambos botellines, su amiga le devolvió la palabra («¡Salud!»), sonriéndole también, y ambas pegaron un trago a la cerveza.

La primera sensación que tuvo Janet fue de amargura. Nunca antes había probado nada de alcohol, pero aquella ocasión lo merecía. ¿Dónde y cuándo mejor si no para probar nuevas experiencias y ponerse al nivel de los demás?

Miró a su amiga y se dio cuenta que a ella le había pasado lo mismo, pero ambas intentaban ocultar la cara de haberle pegado su primer trago amargo. Se quedaron mirando y unos segundos después se rieron. Janet levantó el botellín para que Roxy volviera a brindar y engulleron de nuevo.

Diferenciaron a lo lejos a Manu, que estaba con sus otros dos amigos que habían venido desde Zaragoza. Éste les devolvió la mirada, levantándoles un cubata que tenía en la mano y sonriendo, simulando un saludo. Éstas hicieron lo mismo, devolviéndole el gesto.

Janet y Roxy se quedaron apartadas mientras seguían mirando alrededor, sin atreverse a hacer algo más o bajar a la pista de baile. Aquello era un sueño para las dos: todo tema que sonaba en la sala les encantaba.

–¿Pues sabías que aquí tocó Iron Maiden? –recordó Janet a su amiga

–¿Sí?

–Sí, tía. En la gira de despedida de Bruce Dickinson.

Un melenudo delgaducho que pasaba por allí, con un cigarro en la mano, camiseta de Metallica y los ojos medio cerrados, se paró delante de ellas, observándolas con desprecio.

–¿Gira de despedida de Bruce? ¿Qué aquí ha tocado Iron Maiden? Estáis flipadas. A saber de dónde habéis salido.

Y, con las mismas, se marchó, indignado.

–Bueno, es que estamos en 1987. Según sé, hasta 1992 no fue el año que trajeron a Maiden a esta sala, Roxy… –aclaró a su amiga y ésta se rio.

Manu parecía que había visto algo raro desde la lejanía y se acercó.

–¿Ha pasado algo?

–No, nada. Un comentario que ha hecho ella, se ve que lo ha oído y se ha parado a pegarnos un pequeño vacile –contestó Roxy.

–Ah, bueno. Aquí hay muy buen rollo, pero hay algunos que van en otro plan y enseguida se ríen de los parches de tu chaleco o piensan que el grupo de tu camiseta está pasado de moda. O lo típico al oír Europe o, como antes, Def Leppard, que te dirán que eso es «para maricones». Ni caso, chicas.

Tras aquella aclaración de Manu, las dos siguieron en su sitio pero sin decir mucho más.

Pasó un buen rato hasta que se les acabó la cerveza. Pero volvieron a la barra, dejaron los botellines y pidieron otros dos más.

–¡Salud! –exclamó esta vez Janet, levantando el tercio para que su amiga brindara, y esta vez sí: lo recitó mucho más animada a causa del alcohol.

–¡Salud, tía!

Y ambas volvieron a beber tal y como lo habían hecho antes. Parecía que el sabor de la cerveza empezaba a cuajar aunque en un primer momento pareciera amargar.

–¡Bueno, ¿qué?! ¿Nos animamos y nos vamos a la pista? –preguntó de repente Santi, acercándose a ellas.

Los cinco bajaron en grupo hasta la pista de baile por unas escaleras que había a los costados. Allí todos estaban animados y llevaban el ritmo de We’re not gonna take it de Twisted Sister. Se pusieron al lado de la cabina del DJ y se volvieron a topar con el varón que había escuchado un rato antes lo de Iron Maiden.

–¿Tienes algo de thrash o qué? –preguntó al chico melenudo y moreno que estaba dentro de la cabina.

–Más tarde –contestó el DJ, como si se tratara de una respuesta automática, y el thrasher se alejó, arrastrando los pies.

–¿Ése era el de antes? –preguntó Manu a las dos amigas–. ¡Porque menuda lleva!

Janet y Roxy se rieron mientras lo veían irse a lo lejos y la música sonaba a todo volumen.

Continuaban allí sin atreverse todavía a hacer poco más que moverse lo mínimo mientras ellas, poco a poco, se iban soltando, aún con una cerveza en la mano cada una y pegándole tragos de vez en cuando.

De repente, Roxy vio algo fuera de lo normal, casi en el centro de la pista de baile, y rápidamente avisó a su amiga, dándole un par de golpes con el codo.

–Janet, tía. Eh…

Roxy se cortó de golpe sin dejar de mirar.

–¿Qué? –y Janet examinó donde ojeaba su amiga.

–¿No son aquellos chicos los que hemos visto en el metro? Los dos primeros con los que hemos… babeado, vamos.

Janet analizó bien y el corazón se le aceleró.

–Sí, esos eran…

–¡Pues el hard rockero moreno no te quitaba ojo! –manifestó Roxy. Janet puso cara de asombro y poco después se le subieron los colores–. Te lo juro, cuando ha visto que le estaba mirando y que te he hablado ha desviado la mirada, ¡pero te juro que te estaba analizando con una sonrisita!

El muchacho llevaba unas mallas y unas botas de cuero que casi le llegaban a las rodillas. También un cinturón lleno de tachuelas, una camiseta de Whitesnake con la portada de Love Hunter y el pelo moreno, largo, rizado y cardado. En una muñeca se le podía ver una cadena que se la rodeaba. En la misma mano, varios anillos en los dedos y otra cadenita de plata en el cuello. Su amigo, sin embargo, era también moreno y llevaba el pelo por los hombros, liso y recto, una camiseta de Saxon y un pantalón de cuero con botas negras. Las dos estaban analizándoles con admiración mientras éstos miraban la gran pantalla.

–Estas cosas no se ven todos los días…, y nunca mejor dicho... –comentó Janet a su amiga sin desviar la vista, empezando a notarse en ellas el efecto de la cerveza, pues era la primera vez que bebían alcohol y su efecto era mucho mayor que el que tenía en el bebedor habitual.

Casualmente en aquel momento, los dos melenudos las miraron, percatándose de que éstas no les quitaban ojo y les sonrieron, devolviéndoles ellas la sonrisita.

Pero no pasó nada más. Los dos muchachos permanecieron donde estaban, tal y como se encontraban hasta aquel momento: a su rollo y moviéndose lo mínimo al ritmo de la música. Janet y Roxy, sin percatarse de lo que había sucedido, siguieron en las mismas con los pies en el sitio, contentas a causa del poco alcohol en sus venas que empezaba a tener un gran efecto.

Janet fue a pegarle un trago a su cerveza pero apenas quedaba un dedo, por lo que se quedó con el botellín vacío en la mano.

–¿Ya? A mí aún me queda un poco –comentó Roxy.

Un rato después se encontraban con Santi, Patricia y Manu, los cinco juntos al lado de la barra, pero esta vez las dos muchachas de nuevo con dos cervezas en la mano invitadas por Santi. Janet no le quitaba ojo al hard rockero que le había sonreído, esperando que le volviera a mirar o se acercase.

Pero pasaba el tiempo y lo único que cambiaba era la música y su cerveza, que ya era la tercera. Fue en ese instante cuando se percató de que Roxy tampoco le quitaba ojo al otro varón.

–Creo que si no nos acercamos nosotras… –comenzó a murmurarle a Janet–. Y estamos aquí para pasarlo bien, no para quedarnos plantadas al lado de la barra mientras todo el mundo mueve la cabeza.

–Como quieras, podemos acercarnos.

–¿Cómo quiera? Lo estás deseando –dijo a su amiga, y le sonrió–. Venga, vamos a buscar un poco de acción –le dijo mientras daba dos pasos y le hacía un gesto con la mano.

Anduvieron entre la gente («Ahora venimos», dijo Janet a los demás) hasta entrar entre la muchedumbre de cara a la pantalla, cerca de los dos heavies que habían comenzado a admirar.

Disimulando ver el videoclip de You shock me all night long de AC/DC, se mantuvieron bebiendo alcohol y a la vez perdiendo la vergüenza.

Dudaron un buen rato de cómo llamar su atención y comunicarse con ellos.

Finalmente, caminaron justo por delante de ambos, avanzando primero Roxy. Sin embargo, por desgracia para Janet que iba la segunda, una hard rockera cercana, hizo un movimiento rápido con el codo (en el instante que Janet pasaba por detrás de ella) tirándole la cerveza de la mano, llenando a los dos melenudos del líquido, golpeando al joven del pelo rizado en la cabeza y rompiéndose, después, el cristal en el suelo.

La joven del codazo se volvió, declarando un mísero «bah», y retornó la vista hacia la pantalla, bailando lo hacía hasta entonces.

Janet se quedó plantada, con las manos en la boca y mirando a los dos individuos mojados de cerveza. Daba igual que hubiera bebido; estaba pasando mucha vergüenza mientras Roxy, que había frenado la marcha, veía la escena no muy lejos.

–¡Ay…! ¡Lo siento…! –exclamó por fin, sin quitarse las manos de la boca y entendiéndosele muy poco, pero los muchachos le sonrieron. Ambos le sacaban una cabeza en cuanto a la altura.

–No te preocupes, si lo he visto. Ha sido sin querer… –comenzó a decir el hard rockero del pelo rizado.

–De verdad que lo siento…

–…y tampoco nos has mojado mucho, sólo por aquí un poco…

–...en serio, lo siento…

–…no ha sido mucho, pero eso, que no te preocupes.

–…lo siento, de verdad….

–Bueno, tranquila –dijo sin dejar de sonreír mientras Roxy se mantenía todavía al margen–. Bueno, ¿cómo os llamáis?

–Janet… pero lo siento, en serio….

El hard rockero empezó a borrar su sonrisa y a sentirse molesto.

–No sois muy habituales de por aquí, ¿no?

–No, es la primera vez, y mira las cosas que pasan… En serio, que lo siento… que no quería…

Harta ya de oír a su amiga, Roxy negó con la cabeza, se acercó a ella rápidamente mientras le pegaba un codazo en las costillas y se puso delante.

–Hola, yo soy Roxy –le dio dos besos al heavy– y ella es mi amiga Janet –le dio dos besos al hard rockero.

–¡Ah, vale! Pues yo soy Jorge y él es Juli –se presentó el muchacho del pelo rizado y las mallas. Después señaló a Janet–. ¿Me has dicho que se llama...?

–Janet. Es… Es un nombre inglés –contestó Roxy, mientras a Janet no le salían las palabras y todavía no se había quitado las manos de la boca. Parecía que el alcohol le había afectado pero para subirle la timidez aún más.

Janet no fue capaz de recordar mucho más. El alcohol le había hecho estragos en su memoria a pesar de la poca cantidad que había bebido, por lo que sólo guardó para el día siguiente (que fue en su época) pocas imágenes de la velada que continuó después.

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