
7
Never say goodbye
Llegó el día siguiente, que resultó ser más de medio siglo después, y fue Roxy la primera en despertarse. Aún lograba recordar algo de la noche anterior pero su sensación volvió a ser de cansancio y de dolor de cabeza. En un primer instante pensó que podían haber vuelto a viajar en el tiempo, pero todo aparentaba ser el año 2052. Además, su ordenador estaba allí.
–Esto de viajar en el tiempo no tiene que ser muy sano... –recitó en voz alta para sí misma mientras Janet seguía durmiendo.
A los pocos minutos su amiga se despertó con la misma sensación que Roxy.
Se miraron a la vez como solía ser habitual, haciéndose preguntas con la mirada.
–Me siento como si no hubiera dormido nada... Pensaba que aún no habíamos vuelto aquí... –dijo Janet con una mala voz.
–Eso se llama resaca, me parece a mí, pero por lo que veo vas tú peor que yo, ¿eh?
–Sí, eh... bueno... Aunque dicen que la cerveza no da resaca.
Janet comenzó a recordar y a rememorar todo lo que habían hecho antes de despertarse. Recordó el metro, subiendo las estrechas escaleras hacia el exterior, la calle abarrotada de heavies, la entrada de la discoteca, luego bajando las escaleras... Y, por supuesto, del hard rockero y su amigo, pero hubo puntos que no logró encajar ni recordar.
–Roxy –mencionó a su amiga al par de minutos intentando recordar y, ahora, un poco más espabilada–, no recuerdo cómo acabamos ayer. Es decir, estuvimos bebiendo, hablando con dos chicos...
Haciendo memoria, por fin, logró recordar la imagen de ella con Jorge por un costado de la barra, el cual pidió un cubata para cada uno, y por otro lado, Roxy con Juli.
–Sí, yo sí que me acuerdo... Creo, más o menos –contestó su amiga.
Janet siguió haciendo memoria. Recordó hablar mucho con ese chico moreno de pelo cardado. Era de Madrid y le sacaba tres años: tenía diecinueve.
–¿Nos despedimos, Roxy? No recuerdo ninguna despedida de ningún tipo, no recuerdo una sola imagen del final.
–Bueno, hubo un segundo que te pusiste tensa y pálida, nos asustamos todos. Pensábamos que había sido del alcohol, aunque es posible... –explicaba Roxy, y Janet puso cara de horror. No recordaba nada de aquello–. Aún te mantenías en pie y te llevé corriendo al aseo de las chicas, ellos se quedaron fuera, yo empecé a encontrarme también mal...
Pero se quedó pensativa y callada.
–¿Y? ¿Qué pasó? –insistió, deseando saber más.
–Pues no lo sé. Es el último recuerdo claro que tengo. Creo que directamente hemos aparecido aquí, porque hasta ese momento me acordaba de todo.
Janet empezó a hacer memoria y recordó alguna pequeña imagen de las dos amigas entrando al baño de las chicas y encerrándose.
–¿Iba a vomitar? –preguntó.
–¡Sí, justo! Te encontrabas mal pero sólo querías ir a dormir, y lo curioso fue que al momento yo me encontré igual... Y ahí ya... No recuerdo nada más.
–Entonces debe de ser que... Bueno, por así decirlo, era la hora de volver...
Y se hizo el silencio; un silencio mustio y nostálgico.
Tanto sus nuevos amigos como los dos chicos se hubieran quedado preocupados si acabaron esperando a que salieran del baño o volvieran a la barra donde estaban en un principio. Santi sabía quienes eran cuando le llamaron por teléfono el día anterior, por lo que si volvían a 1987 era posible que todo tuviera continuidad tal y donde lo dejaron.
Aunque el dolor de cabeza y el cansancio permanecieron, Janet estaba triste por el hecho de haber tenido que volver a su época y dejar de nuevo los años ochenta. Ya ni siquiera se preguntaba el porqué del sentido que ocurría todo: simplemente intentaba disfrutar cada momento.
***
Llegó el lunes por la mañana y los exámenes estaban a la vuelta de la esquina para Janet. Su madre la despertó forzadamente para que empezara a estudiar e incluso la notó más borde de lo que solía ser.
–¡Janet, venga, no te lo vuelvo a repetir! ¡Cada vez te veo más vaga!
–¡Mamá, déjame que sabes que estudio!
–¡Luego suspenderás!
La mañana de aquel lunes empezó con mal pie y ya con mala leche para la muchacha debido a la forma de haberla despertado. Aun así, intentó hacer el esfuerzo de mantener la calma y empezar a estudiar desde bien temprano.
Después de desayunar, y a pesar de ser lo que menos le apetecía en aquel momento, cogió los libros y apuntes y empezó a estudiar y estudiar. Aún le duraba la resaca de aquella noche loca, corta pero intensa.
Aquel chico... ¿Qué tenía aquel chico que había conocido? No era como cualquier otro...
La primera vez que lo vio en el metro... Sí, no era un melenudo más. Ya en aquel instante sintió algo diferente al resto.
¿Por qué no se pudo despedir de él?
Podía preguntarse mil cosas mientras se ponía a recordar, como cuando Roxy le dijo que él no le quitaba ojo en la pista de baile.
Sin querer darle muchas vueltas al tema, la única pregunta clara y que a la vez más rabia le daba era un cuándo lo iba a volver a ver. ¡Si es que iba a existir una segunda vez!
¿Se estaba empezando a obsesionar o, de repente, sentía algo fuerte por una persona que apenas conocía?
¿Debería pensar en futuro por ser algo que iba a ocurrir más adelante en su vida, o en el pasado por el hecho de viajar atrás más de sesenta años?
Todo era tan paradójico como irreal.
Pasó aquella mañana intentando concentrarse en sus apuntes sin quitarse al muchacho de la cabeza. Y aunque le rindió para bien, ahí estaba su imagen constantemente: aquellos instantes mientras hablaban y se veían a través de las luces de colores que cambiaban constantemente..., la música de fondo…, las pequeñas luciérnagas… Pero no era lo único.
Tenía la sensación de que tan sólo con haberlo visto en el andén mientras esperaban el metro hubiera sido suficiente para no poder quitárselo de la cabeza. Tenía también la sensación de querer más; de querer conocerlo y saber cómo sería, si realmente pudiera merecer la pena ir más lejos, si realmente era lo que ella había estado buscando y, desde luego, por su aspecto y sus gustos musicales podía estar segura de que sí. De eso no tenía duda.
Pero ¿qué tenía?... ¿Cuándo lo volvería a ver y volverían a conversar, y se podría inventar cualquier excusa por no volver a aparecer?
Era inevitable sentirse mal por irse de repente y sin despedirse.
***
Pasaban los monótonos días y todo continuaba como si hubiera conocido a Jorge meses antes. Transcurría el tiempo muy despacio y no lograba quitarse las imágenes de su cabeza. Incluso se arrepintió de haber bebido aquella noche porque, entonces, podría recordar más. Aunque por otro lado, la loca idea de Roxy al fin y al cabo tampoco era tan mala teniendo en cuenta la situación en la que se encontraban, que era todo un sueño hecho realidad, ¡y nunca mejor dicho porque tenían que quedarse durmiendo para viajar en el tiempo!
Era jueves y agosto se acababa. Y, con él, el verano. Quedaba poco más de una semana para los exámenes y, aun habiendo estudiado, no lograba centrarse del todo como le gustaría. Necesitaba escuchar música en cada descanso, ver algún video en directo o videoclip para curar su ansiedad.
Pero no lo podía evitar. Echaba demasiado de menos a aquel chico y cada vez se obsesionaba más y más. Y es que las cosas no se miden por su duración, sino por la intensidad con que ocurren.
Las canciones parecía que durante toda su niñez y juventud le habían hablado de él y no se había dado cuenta.
¿El destino? No, Janet no creía en el destino.
Inconscientemente, las letras en inglés le llevaban a él; a aquella noche que se miraron y se sonrieron en la lejanía, cuando su tozudez le hizo tirarle la cerveza encima…
¿Por qué? ¿Por qué parecía estar condenada a algo tan irreal? ¿Cuándo lo volvería a ver? ¿Él la habrá echado de menos como ella a él?...
You caught my eye and I will never be the same
I’m ready, I’m willing, I’m anxious to know your name
Could you be tempted to give me a chance?
And a few other things I need to know:
Do you know love and leave ’em?
When you got them believin’ that you’ll never go
Rezaba la canción Waiting de Vixen mientras aquella noche de jueves estaba tumbada en la cama de lado, tras haber dejado de estudiar por un rato. Quería llegar a más, quería conocerlo… Le daba la sensación de que daría cualquier cosa por volver a verle. No hacía más que preguntarse si algún día volvería a vivirlo todo como le había pasado días atrás. Y por las vueltas que le había dado, aumentaba el número de meses que sentía que habían transcurrido, cuando, en realidad, sólo habían pasado días.
Al día siguiente, viernes, solamente pudo rendir una hora de estudio por la mañana. Los viernes que no iba Roxy o no se iba ella a Madrid solían ser deprimentes como un día de la semana más. Estaba nublado, lo cual era de agradecer para que no cayera el sol abrasante veraniego en la ciudad de Zaragoza.
Aquel mismo día, estaban comiendo los tres en el salón de su casa con la radio puesta escuchando las noticias (Mario era muy tradicional en ese sentido y no había perdido la costumbre de escuchar la radio a diario) pero Janet notó una ligera mala sensación en el ambiente. Como si no era tan normal que Flor y su marido no pronunciaran palabra alguna, ni comentaran nada, ni hicieran el más mínimo gesto de aprecio entre ellos. Hacía varios días que no se les oía discutir y era posible que no lo hubieran hecho en su presencia, pero Janet no había salido en todo el día de casa.
Por la tarde la joven salió a dar una vuelta. Sin saber qué hacer e intentando desconectar un poco, aquella tarde prefirió no quedarse en casa escuchando música, sino salir a recordar aquel sueño en que ella y su amiga recorrían las calles de la Zaragoza de los años ochenta con estrechas aceras, coches antiguos ensordecedores, bajos edificios de ladrillo… La misma ciudad más de sesenta años atrás. Pero la mayoría de las vías se encontraban irreconocibles y ahora había altos edificios de acero donde estaba el parque en el que se sentaron con Santi o donde estaba también aquel bar de fachas. Ya no quedaba nada de aquello, pensaba con nostalgia.
Después de dar un rodeo sólo por salir a andar y no permanecer en casa, pasó por la tienda electrónica donde vendían discos, que en los años ochenta era una tienda de vinilos y cintas. Solamente habían recibido discos de Europe en cedés, que Janet ya tenía. No podía creer que le resultara tan difícil encontrar los discos que le gustaban. Sobre todo después de ver aquella tienda en la Gran Vía, Madrid Rock, plagada de discos hasta arriba y en su versión original. ¡Qué depresión sólo de pensarlo!
De vuelta a su casa pasó por la tienda de ropa moderna que había al lado de su portal y miró el escaparate. Recordó los pitillos preciosos (en vez de aquellos pantalones de campana o semi ajustados rosas que había en 2052), las mallas negras brillantes, los maniquíes con el pelo cardado, los chalecos y las chaquetas vaqueras con tachuelas… Los botines que llevaban las Vixen, y sobre todo, ¡aquella preciosa chaqueta roja!
Menuda ansiedad. La razón que le había impulsado a ser feliz ahora la estaba torturando. Echaba de menos a aquel joven que se llamaba Jorge y que apenas conocía, pero también echaba de menos otro tiempo en que el heavy se llevaba, en que había y salían nuevos grupos, en que había conciertos y festivales, y sobre todo, donde en cualquier tienda normal vendían ropa medianamente rockera con la que ella se conformaría.
Llegó a su casa y lo primero que hizo fue tirarse en la cama, nuevamente. Necesitaba pensar, darle vueltas a todo, organizar sus ideas… Pero sobre todo, dormir y desconectar. Se estaba haciendo ya de noche y todavía no había cenado.
Poco después, Flor llamó a su hija para que saliera a cenar.
–Uf… No tengo hambre.
–Vamos, Janet, no digas eso y vamos –contestó Flor–. Además, hoy la cena la ha hecho tu padre.
Una vez en el salón, Janet miraba con adversidad la comida: una tortilla a la francesa, un par de salchichas y un vaso de leche. Miró a su padre, que le sonrió y le guiñó un ojo, animándola.
Janet se sentó.
–Mario, no tengo hambre –dijo con rotundidad.
–Lo sé, cariño, lo sé –contestó éste, resoplando–. Pero si cenas hoy, no engordarás mañana, eso te lo aseguro.
Janet no se rio. Estaba cansada y sólo tenía ganas de tumbarse en la cama con música.
Al momento sus padres empezaron a cenar y ella hizo lo mismo, ya que no le quedaba otro remedio.
Acto seguido, nada más terminar y recoger su plato, fue hasta su ordenador y se conectó a Skype para hablar con Roxy. Poco tenía que contarle, ya que no había sido un día muy interesante en ningún sentido. Ni habían recibido nada en la tienda de José, añoraba a aquel extraño hard rockero y su barrio no hacía más que recordarle al de los años ochenta.
Sin muchas más novedades, y con poco que contar, ambas se fueron pronto a dormir.
Janet fue la primera en despertarse. Adormilada y en su mundo, como siempre, observó a su amiga, durmiendo en la cama de al lado, pero era normal porque Roxy solía dormir mucho y se habituaba despertarse la segunda. El sol la deslumbraba y la casa de Roxy en la que se acababa de despertar se encontraba desértica y en silencio. Se moría de sed, pero de camino a la cocina, el corazón se le aceleró de golpe y vio que algo no era normal.
Se dio la vuelta, fue hasta el umbral de la puerta por el que acababa de pasar y Roxy abrió bastante los ojos. Se acababa de sentar en la cama.
–¿Qué COÑO haces aquí? ¡Si estabas en Zaragoza!
–¡Eso mismo pienso yo, joder! –exclamó Janet, asustada.
Las dos se quedaron mirando, primero temerosas sin entender nada y, unos segundos después, sonrieron, entendiéndolo todo.
–Así que en Madrid, es sábado y en el año… –empezó a recitar Roxy.
Janet sacó su cartera de su chaleco (¿Había dormido vestida? ¿Dónde estaba su pijama?... ¡Qué más daba!) y miró la fecha de nacimiento. Acto seguido pegó un salto de alegría.
–¡Toma! ¡Seguimos estando en 1987, ha pasado sólo una semana desde la última vez!
Roxy puso cara de alucinación, como si no se lo pudiera creer.
No tardaron nada en comer algo y salir a la calle. El ascensor tardó una eternidad en bajar, pero daba igual: tenía su encanto al ser de los años ochenta.
Como locas pero sin dinero, comenzaron a ver tiendas y más tiendas en la Gran Vía y las calles de alrededor. Fue tal el disfrute de ambas que los minutos volaron sin que se dieran cuenta e ignorando que estaban en 1987.
Volvieron a casa de Roxy un par de horas después y comieron algo de lo que había en la nevera sólo por el hecho de rellenar el estómago. Había sido tal la emoción que Janet se había olvidado cuál era la razón principal.
–Roxy –dijo a su amiga–, esta tarde o noche tenemos que volver a la Sala Canciller.
Ésta seguía comiendo patatas de una bolsa que se había encontrado y le asintió con la cabeza mientras comía y comía.
–Claro, tía, por mí vamos, a ver si te encuentras con tu chico.
Janet se puso nerviosa, se le aceleró el pulso de nuevo y se le quitó por completo el hambre.
–¿Llamamos a Santi? –preguntó Janet con una felicidad en su cuerpo que pocas veces había sentido.
Al momento, tenía su número en la mano y estaba cogiendo el teléfono fijo que había en casa de Roxy.
–¡Santi! –exclamó cuando contestó él–. Que soy Janet de Zaragoza.
–¡Ah, Janet, al final no nos despedimos ni nada la semana pasada, mujer!
–Ya, tío, nos tuvimos que ir, no me encontraba bien. Me pasé bebiendo.
–Ya, bueno –contaba Santi–, pero es normal que no nos despidiéramos con aquel movidón.
Janet se quedó callada y miró a su amiga con cara de preocupación.
–¿Por qué? –se atrevió a preguntar–. ¿Qué pasó?
–Joder, ¿no os habéis enterado? Primero hubo una pequeña movida, uno que ni era heavy ni nada se ve que a punta de navaja intentó robar a uno en el baño de los chicos y tuvieron que entrar varios porteros y peña a echarlo de allí. Luego supongo que como venganza, a los cinco minutos llamó desde una cabina diciendo que era de la ETA y que había una bomba en la sala. Yo sabía que no había ninguna, pero nos obligaron a desalojar el sitio. Seguro que fue el mismo hijo de puta para jodernos la fiesta por el hecho de haberle echado.
Santi contaba todo con tal naturalidad que Janet no se atrevió a preguntarle nada. ¿Qué era eso de la ETA?
–¡Joder, tío! Sí, ahora que me lo cuentas –improvisó– nos fuimos cuando pasó aquello del aviso de bomba que quitaron la música y empezaron a echar a la gente, pero yo me encontraba muy mal. Al principio no entendíamos nada, pero es que estaba claro que era una falsa alarma.
–Por eso te lo digo. Menudo hijo de puta aquél, seguro que fue él. La policía registró el lunes la sala al completo y ni bomba ni nada de nada. La ETA se encargó de mandar un escrito a la COPE, diciendo que no tenían nada que ver, ¡si hasta salió en las noticias el domingo! Y a los heavies nos pusieron de vuelta y media, como siempre, pero peor fue en el ABC. Vamos, ése no vuelve. Nos quedamos con su cara cuando lo echaron, la mayoría lo vimos. Como vuelva, sale a hostias. Con gentuza camuflada así entre nosotros, para que los periódicos no generalicen o los vecinos del barrio no se quejen... –ironizó.
–Ya ves, joder… La verdad es que nos asustamos mucho.
–Ya, claro. Quieras o no, salimos con el miedo en el cuerpo aquella noche. Aunque había peña que iba tan pedo que creo que no se enteró de nada.
–¡Ya ves! Yo también me di cuenta de eso subiendo las escaleras.
Roxy miraba a su amiga, levantando una ceja y preguntándole con la mirada, ya que sólo oía lo que decía Janet y no entendía prácticamente nada de la conversación.
–En fin, ¿por el resto todo bien? –preguntó Santi.
–Sí, tío. ¿Estás en Madrid? Esta noche queremos volver al Canci.
–¡Ah! No, qué va, este finde lo pasamos en Zaragoza. Pero oye, ¡me alegro si os gustó! ¿Os acordáis de volver allí? Recordad: metro El Carmen.
Janet se quedó pensativa y miró a Roxy, que seguía sin entender nada.
–Sí, creo que sí. De todas formas Roxy es la que vive en Madrid y se acordará de llegar.
La conversación duró poco más. Quedaron en verse la próxima vez que coincidieran en el Canci y, si no, por Zaragoza alguna tarde, aunque Janet supiera que, por el momento, aquello no iba a poder ser.
Entraron a la habitación de Roxy e increíblemente, como si ella misma se hubiera hecho la maleta, Janet la tenía allí con toda su ropa preferida en el interior, como si hubiera ido a Madrid un fin de semana más.
–¿Preparada para quemar la noche? –preguntó Janet, sonriente.
–¡We’ll set the skies on fire! –exclamó Roxy, haciendo alusión a la canción de Pretty boy floyd, Wild angels, cuya letra recitaba esa cita.
Ambas siguieron sonrieron y acto seguido fueron a vestirse, a maquillarse y a arreglarse el pelo.
Más de una hora después, estaban listas para partir. Las dos se habían echado casi un bote de laca y se lo habían cardado mutuamente hasta quedar perfecto, como a ambas les gustaba. Janet sacó su camiseta negra del grupo TNT por la mítica portada de Intuition del año 1989, se había puesto su habitual cinturón con tachuelas y semicírculos con cadenas, sus mallas negras brillantes y unas vulgares zapatillas blancas.
Roxy iba muy parecida, con unas mallas de leopardo, un cinturón de tachuelas, una muñequera de pinchos y una camiseta toda negra del Agent provocateur de Foreigner.
Ya con sus pintas y listas para darlo todo, pisaron la calle a pesar de ser mitad de tarde aún. Pero un rato después, anochecería y el Canci se pondría a tope.
–¿Qué hacemos? –preguntó Roxy–. ¿Vamos ya al Canci o a algún otro sitio?
–Yo te digo una cosa. Esta semana, buscando información sobre la sala, leí que por la tarde ya estaba abierta y había gente –explicó, y Roxy sonrió–. ¡Es otra época! Ahora se sale por la tarde, sobre todo los domingos, y por la noche.
Roxy seguía sonriendo.
–Entonces, tía, yo no me lo pensaría más.
Janet le devolvió la sonrisa y cinco minutos después estaban saltando la barrera del metro con total normalidad, con rebeldía y alevosía.
–Mira, tía –expuso Roxy, bajando las escaleras que llevaban al andén y mezclándose entre la multitud–, mejor. Mejor que no haya nadie vigilando. No tenía ganas de correr como la otra vez.
–Pero, espera, ¿adónde vamos sin dinero? ¡No tenemos ni un euro!
El mismo viejo de fino bigote canoso que se toparon en el primer viaje en el tiempo, se cruzó con ellas en ese instante y escuchó las palabras de Janet. Volvió a mirarlas con cara de locura y se alejó rápidamente, esta vez sin susurrarle a aquel «Generalísimo».
–Un duro, Janet, se dice un duro. Aún no hay céntimos ni euros...
Subieron al vagón del metro, dirección El Carmen, repitiendo la misma ruta. Roxy sabía llegar, ya que era de Madrid.
Llegaron a la parada donde Janet vio por primera vez a Jorge y Juli, esta vez con menos heavies, pero ya había varios de ellos con un par de litronas y empezando la fiesta antes de hora. Por el momento, ni rastro de los dos muchachos pero tampoco quería obsesionarse con verlo. Aunque eso sí: aunque fuera mucho más tarde, tenía que encontrarse con él.
Cogieron el metro, llegaron hasta la línea que llevaba a El Carmen y ya se veían varios melenudos, chalecos de cuero y vaqueros, botas, zapatillas blancas, camisetas de Iron Maiden y cadenas colgando de los vaqueros de pitillo. Las dos estaban emocionadas, viviendo los ochenta en su ambiente, con sus pintas con total normalidad y siendo legales, a diferencia de 2052 que tenían que caminar con cuidado y con miedo de que no se toparan con la policía.
Bajaron en la parada junto al resto de melenudos que en el vagón había, hacia la derecha, hasta subir escaleras arriba. Ya estaban en la calle de la Sala Canciller, y poco después, en un par de minutos, en la puerta de la sala. Aún era de día, ya que era verano, y las luces de neón rosas estaban apagadas. Había menos ambiente que el sábado anterior pero ya parecía haber algo de movimiento.
–¡Eh, tronco, he pillado los litros, vamos al parque y nos los bebemos antes de entrar! –se oyó decir a uno con unos pantalones de cuero a otro joven con el pelo rapado y una espaldera en su chaleco vaquero de Ride the lighting de Metallica, y se alejaron de la puerta.
Las muchachas quedaron paradas sin saber qué hacer.
–¿Ahora, qué? –preguntó Roxy–. No tenemos dinero para pagar la entrada.
Janet resopló. Pero después descubrieron a un chaval cercano con el pelo rizado y no muy largo con una camiseta de Kiss que estaba también en la puerta, como esperando a alguien. Entonces pasó una pareja de jóvenes, un chico y una chica, con apariencia heavy y éste se acercó.
–Perdonad, ¿tenéis 200 pesetas para entrar? Es lo único que me falta.
Con total naturalidad, el otro muchacho se metió la mano en el bolsillo, sacó la cartera, y le dio las 200 pesetas que le acababa de pedir.
–Claro, tío. Toma –comentó como si se conocieran, aunque era la primera vez que se veían.
–Gracias, tronco. Otro día te invito a algo que ahora estoy sin un duro.
–¿Ves? Ni un duro. Lo leí en internet el otro día –añadió la madrileña.
Con total noromalidad, el muchacho fue a la taquilla, sacó una entrada y entró a la sala. La pareja siguió andando calle para arriba, seguramente porque entrarían a la sala más tarde y ahora se encontraban dando una vuelta por allí.
–Qué fácil lo ha tenido, ¿no? –exclamó Roxy.
–Aquí parece que suele haber buen rollo y, si te falta algo, te ayudan.
Y se quedaron esperando y esperando. Entraba más gente y casi nadie salía de la sala, pero todo chico, chica o pareja que pasaba, ninguna de las dos se atrevía a preguntarle ni a pedirle dinero.
Así estuvieron por lo menos una hora mientras seguía caminando gente de un lado para otro, entrando y saliendo a la sala. El sol ya se había ocultado y el cielo empezaba a oscurecer poco a poco. Encendieron las luces de neón rosas con el letrero «Sala Canciller». Pero ninguna se atrevía a decir nada a nadie. De vez en cuando buscaban alguna solución, mirándose entre ellas u ojeando la puerta, buscando alguna forma de poder entrar sin pagar.
Buscando soluciones y quitándose por un segundo el dinero que necesitarían de la cabeza, que ni siquiera sabían la cantidad que era, Janet miró hacia arriba, levantando la cabeza, justo en la pared a la izquierda del Canci y echó una carcajada al aire.
–¿Qué pasa? –preguntó Roxy.
–No, nada, nada –contestó Janet, apartando la vista y aún riendo. Roxy miró donde acababa de mirar su compañera.
–¿Qué? Pone garage, ¿qué pasa?
Janet miró.
–¿No te has fijado?
–¿En qué? –insistió Roxy sin entender nada. Janet la cogió del brazo y se la llevó de frente de aquel garaje contiguo a la discoteca.
–¡Fíjate bien! Pone garage con «G».
Roxy se quedó mirando y pensativa.
–Ya, es que garage es con «G».
–No, no, Roxy. No lleva «G», es con «J».
Roxy siguió analizando el letrero con cara dubitativa.
–Que no, tía, que es con «G», ¿cómo va a estar mal escrito?
Se quedaron las dos mirando hacia arriba sin decir nada, pensando.
Un ligero olor extraño que nunca habían percibido antes les llegó de golpe, y un chico con un cigarro en la mano que estaba apoyado en un coche cercano se acercó a ellas.
–¡Hola! –saludó a Janet un heavy moreno de pelo corto y el blanco de los ojos convertidos en rosa. Janet sorprendió y no dijo nada–. ¡Eres la primera persona que veo que se da cuenta de que está mal escrito!
Janet volvió a quedarse sorprendida.
–¿Ah, sí? ¿Entonces está mal escrito?
–¡Pues claro! ¡La de veces que me duele a la vista leer garage con «G»! ¡Hasta fíjate qué ojos se me han quedado por ello!
Ambas se sorprendieron. Roxy había quedado mal porque era la que no le daba la razón a su amiga.
–¿Seguro que es con «J»? –preguntó Roxy, incrédula.
–¡Soy de hispánicas, dejaré de saberlo! –exclamó con su sonrisita.
Janet y Roxy levantaron la vista una vez más.
–Pues menos mal que alguien se ha dado cuenta, la mayoría de gente lo veía como algo normal, pero en fin. Esto ya me está afectando… –y levantó el extraño cigarro, pero ninguna de las dos amigas parecía oírle–. ¿Queréis? –les preguntó acercándoselo a apenas unos centímetros.
–¡NO! –exclamaron las dos a la vez pegando, un salto hacia atrás y mirando el cigarro como si fuera una aguja infectada de SIDA.
–Es un porrito de hierba, ¿seguro que no…?
–¡NO! –volvieron a chillar las dos a la vez, horrorizadas y pegando otro salto hacia atrás aún mayor.
–Esto es ilegal, ¿eh? Pero no pasa nada, no hay maderos por aquí.
–Pues si esto te parece ilegal… –asintió Janet, recuperándose del susto.
–¡Qué sanas! –continuó el muchacho–. Eso es bueno, dicen. Luego hay otros que se meten de todo, acaban dándole a la vena y acaban en una tumba, como mi ex compañero de piso. Menudo personaje estaba hecho, luego dicen de los heavies, y él era de la movida y todo ese rollo popero que sólo ha traído yonquis.
Janet conocía algo de música de la movida madriñela de los años ochenta. Cómo no, también vetada en 2052. Supuso que el chaval estaba exagerando con aquello de que el pop sólo había traído heroinómanos.
–Bueno, ¿cómo os llamáis? Yo me llamo Carlitos –y le dio dos besos a Janet y después a Roxy.
–Yo soy Roxy y ella Janet –dijo la morena.
–Ah, qué bien. ¿Y por qué no entráis? –señaló a la discoteca.
–Digamos que… –empezó a declarar Janet, y pasó la vista a Roxy–. No tenemos dinero.
–¡Qué me cuentas! ¿Que no tenéis dinero? –preguntó, y le pegó una calada al porro, acabándoselo y tirándolo a poca distancia–. Eso se soluciona fácil.
Fue hasta la taquilla y las dos amigas lo siguieron.
–Dame tres –pidió Carlitos a través de la vitrina.
Le dieron tres entradas y se los pasó a las dos amigas, uno a cada una y el tercero se lo guardó él.
No se lo podían creer. Ambas le sonrieron y éste les devolvió la sonrisa.
–Nada, no tenéis que dármelas, que ya os veo agradeciéndomelo. –Se produjeron varios segundos de silencio–. Bueno, yo ya tengo la entrada para luego, he quedado ahora con un colega en la puerta de la iglesia de atrás para bebernos unos litros. ¿Hasta qué hora estaréis?
Las dos amigas se volvieron a quedar en silencio.
–Pues ni idea, hasta que el cuerpo aguante, como la canción –se atrevió a decir Roxy.
Janet le pegó un codazo a Roxy, pero Carlitos no se percató de que tal canción de Mägo de Oz todavía no existía.
–¡Eso está muy bien! –exclamó el joven, cerrando los ojos y apretándolos después–. Pues eso, yo me piro que he quedado. Luego nos vemos. ¡Encantado, eh!
–Venga, tío, igualmente. ¡Hasta ahora! –se despidió Roxy, y Janet hizo lo mismo con la mano.
Entraron por la puerta, bajaron los primeros escalones donde todo era luz, quedando un pasamanos de escalera de madera en medio de éstas, hasta llegar al piso superior de la sala.
Miraron a su alrededor y la discoteca estaba más vacía que el sábado anterior. Avanzaron hasta donde pudieran ver la pista de baile, que estaba por la mitad de aforo.
–Bueno, ¿vamos a pedirnos algo? –preguntó Roxy, impaciente. Janet la miró de sorpresa–. ¡No me mires así que sé que lo estás deseando! –exclamó mientras se reía.
Fueron hasta la barra de aquel piso superior y se pidieron dos cervezas, tal y como habían empezado la noche anterior.
–Por nosotras –comenzó a recitar Roxy cuando tenían las cervezas en la mano–, por esta noche, por los ochenta y por el heavy metal –y brindaron.
–¡Salud! –exclamó Janet. Y fue tal el trago que le pegó cada una a la suya que las dejaron por la mitad.
Se atisbaron con satisfacción y felicidad que aumentaba con cada segundo.
–¡Qué ganas tenía, joder! –volvió a exclamar Janet.
Fueron a dar una vuelta entre la multitud, buscando algún sitio donde sentarse. Pero los sillones que había por allí, con su mesita enfrente, estaban ocupados.
–Espabila a ver si alguien se levanta o encontramos alguno libre –manifestó Roxy.
Siguieron andando, dando vueltas cada una con su cerveza en la mano y sus pelos enlacados y cardados, en un ambiente ligeramente lleno de humo de tabaco. Bajaron por las escaleras al ritmo de Turbo lover de Judas Priest hasta llegar a una pista con una moderada multitud. Divisaron la discoteca, pero no había ni rastro de Jorge ni de Juli.
–Bueno, espero que bajen más tarde… –susurró Janet, y le pegó otro trago a la botella de cristal para matar un poco la pequeña ansiedad.
Siguieron atisbando a la multitud. Algunos pegaban cabezazos al ritmo de la música, otros bailaban sin más y el resto bebía, fumaba y hablaba con total normalidad. Al poco rato se terminaron las cervezas, las dejaron en una barra y volvieron a subir escaleras arriba.
Marchando las dos amigas por el piso superior, y buscando con la mirada a los dos conocidos individuos, Roxy vio una imagen graciosa que le llamó la atención y avisó a su amiga, dándole un par de palmadas en el hombro.
Entre todos los melenudos de ropa vaquera, de cuero y todas aquellas jóvenes con mallas y cinturones con tachuelas, destacaba una que superaba más que de sobra la edad media y no tenía muchos atuendos heavies.
–Janet, ¿has visto a la anciana ésa que está pegada a la barra? ¿Qué pintará aquí? –preguntó Roxy–. ¡Hasta... sí, tiene un cubata en la mano!
–¡Roxy, es la abuela rockera! ¡La abuela Ángeles! ¡Es una leyenda del heavy ochentero de Madrid! –explicó Janet con emoción.
–¡Anda, sí, sí, sí! ¡Es verdad! ¡Si yo he oído hablar de ella! ¿Nos presentamos? –preguntó esto último entre risitas, y las dos amigas se acercaron.
Ángeles las percibió enseguida y les sonrió.
–¡Hola! –saludó Janet, feliz, seguido de un gesto con la mano que Roxy también hizo.
–¡Hola, hijas! ¿Cómo estáis? –y se dieron dos besos con la mujer.
–¡Bien, abuela, de fiesta! –voceó cariñosamente Janet–. ¿Y tú?
–Pues como siempre, hija, aquí con una amiga tomando un zumito.
Las dos amigas se rieron con la gracia que tenía al hablar la mujer y la marcha que llevaba en el cuerpo para ser una anciana de casi noventa años.
En ese momento, otra fémina que rozaba la treintena y vestía con un chaleco de cuero, unas mallas negras y un cinturón de balas, de pelo moreno y con volumen y blanca de piel, miró a Janet y Roxy.
–¡Hola! –saludó agradablemente.
Janet se quedó paralizada y pensativa. Aquella cara le resultaba muy familiar pero Roxy no parecía reaccionar.
Se dieron dos besos con ella y se presentó al instante:
–Yo soy Azucena.
Las dos jóvenes se quedaron totalmente sin habla. Sin saber qué decir ni qué hacer, ni cómo reaccionar, ni qué cara poner, si presentarse, si actuar con normalidad… No eran capaces.
Semanas atrás, habían estado escuchando el disco y comentando la portada en que aparecía y cantaba dicha mujer: el disco Reencarnación de Santa, y tenían delante de ellas a la vocalista Azucena Martín Dorado.
–¿Y vosotras? –preguntó, sonriente, mientras la abuela no les quitaba ojo tampoco.
–Yo-yo-yo soy Ja-Janet... Y ella Ro-Ro-Roxy.
A Roxy no le salieron las palabras y agradeció que su amiga la presentara por ella.
–¿Cómo? –cuestionó, intentando haber entendido los nombres y no quedar borde por no escucharlos bien. Las dos asintieron con la cabeza–. ¿Son nombres ingleses?
Y las dos muchachas volvieron a asentir con la cabeza sin tener más habla.
–¿Ocurre algo? ¡Hace un momento erais más abiertas! –exclamó Azucena con una risita, intentando quitarles la timidez, pero todavía no se atrevía ninguna a hablar.
–Chica –dijo la abuela, acercándose a Azucena, que se agachó un poco y puso el oído–, creo que se acaban de percatar quién eres y por eso están así. Vamos, digo yo.
Azucena se incorporó.
Janet y Roxy no podían evitarlo. Tenían delante de ellas a alguien a quien admiraban; a quien veían en el cartón del vinilo y, de repente, había aparecido en carne y hueso. Y lo mejor: ¡acababan de conocerla!
–¡Pero chicas –continuó riendo– que aquí estamos entre colegas! No sois de aquí, ¿verdad? ¿No venís al Canci habitualmente?
Janet y Roxy negaron con la cabeza, todavía sin habla.
–Bueno, pues hoy estamos las dos solas, uníos si queréis –cedió, pero las dos amigas siguieron sin soltar ni una palabra–. ¡Chicas, pero por lo menos decidme que vale!
–Sí-sí... ¡Vale! –exclamó rápidamente Roxy, riendo forzadamente para intentar arreglar la situación, y Janet asintió.
–Os tendré que invitar a algo. ¿Qué queréis? –preguntó Azucena, y Janet y Roxy se miraron–. Va, no os cortéis, ¿qué queréis?
–Nos da igual, lo que prefieras –se atrevió a contestar Janet.
–Mirad –señaló Azucena a la otra mujer, que estaba pegándole el último trago a su cubata–, a la abuela se le ha acabado. ¿Otro vodka con naranja, Ángeles?
Ésta asintió con decisión.
–¿Y vosotras? –preguntó la cantante.
–Yo… un vodka con limón –susurró Janet, insegura.
–¡Yo otro! –exclamó corriendo Roxy, por decir algo. Ninguna de las dos solía beber alcohol y ni siquiera entendían de ello. Hasta aquel momento, lo único que habían probado eran las cervezas de la semana anterior.
Azucena pidió cuatro cubatas.
Antes de que Janet le diera el primer trago, ya empezaba a notarse afectada por la cerveza. Y es que en verdad tenía el estómago completamente vacío; ni habían comido ni habían cenado nada. Encima, no estaba acostumbrada a beber y le subiría antes, ¿pero qué más daba?
Le dio el primer trago y lo mismo hizo Roxy.
Le encantó. Aquél vodka con limón le sedujo desde el primer trago.
–Bueno, chicas –se atrevió a decir Azucena–, ¿y de dónde sois? Ya os digo que no parecéis habituales de los garitos de Madrid.
–Yo soy de Zaragoza y vengo algunos fines de semana –se atrevió a soltar Janet–. Ella sí que es de aquí, pero no solemos salir mucho.
Janet miró a su amiga y ésta sonrió dándole la razón.
–¿Sabéis –intervino la abuela, señalando a Azucena– que aquí la moza está a punto de sacar su primer disco en solitario?
Las dos se quedaron calladas. Lo cierto era que de los dos discos que sacó Azucena, el primero salió en 1987 y el segundo en 1989.
La conversación musical sobre la salida de Azucena de Santa y su reciente carrera en solitario duró y duró. Con el alcohol, el tiempo para Janet pasaba volando y no se daba cuenta.
Más tarde, decidieron moverse un poco.
–Bueno, la sala empieza a llenarse. ¿Vamos a la pista? –preguntó Azucena, y las dos amigas asintieron alegremente–. Id vosotras delante, ahora bajamos nosotras.
Janet y Roxy avanzaron hasta bajar las escaleras que llevaban a la pista de baile al rimo de If you want blood de AC/DC con su videoclip en la pantalla del fondo. En la pista, cuatro melenudos iguales, con un chaleco vaquero cada uno, movía la cabeza al ritmo de la canción y por allí se podía ver a varias chicas más que ojeaban la pantalla y bailaban. Pero por más que Janet mirara a su alrededor, Jorge no aparecía y ya empezaba la noche a avanzar.
–Parece que hoy no hay tanta gente como la semana pasada –dijo Roxy a su amiga mientras se acercaban a la barra.
–No sé, no creo que se haya visto afectado por la tontería del sábado pasado, ¿no?
–También es que aún es pronto, supongo que la sala se llenará a partir de las cuatro.
–¿Como after? –preguntó Janet.
–Quiero decir, cuando la gente venga de los garitos. Antes no se usaba esa expresión. Hasta 1992 los bares no estaban obligados a cerrar, y sólo a partir de entonces las discotecas podían abrir hasta las siete.
Janet y Roxy permanecieron apoyadas en la barra, mirando hacia las escaleras que acababan de bajar para esperar a Azucena y a Ángeles.
Así se mantuvieron un par de minutos hasta que las vieron descender. Las buscaron con la mirada hasta encontrarlas y empezaron a caminar.
Sin embargo, un rostro familiar apareció detrás de ambas y a Janet se le aceleró el corazón. Era Juli, y detrás de él ni más ni menos que tenía que aparecer Jorge.
Fue avanzando entre la poca gente que había, mirando a Juli, pero éste parecía no haberla visto. Así, hasta toparse con él de frente y contemplarse los dos. Juli la reconoció, se alegró de verla y se dieron dos besos. Roxy le siguió y alcanzó a su amiga.
–¡Ey, me acuerdo de vosotras! –exclamó Juli–. Ahora viene Jorge, estaba en el parque con varios colegas más, pero venía enseguida.
Pero fue tal aquel enseguida que Jorge apareció por las escaleras.
Se encontraron de frente, se dieron dos besos y cuando Roxy pensaba que también se los iba a dar a ella, analizó la camiseta de Janet.
–¿¡De dónde has sacado esa camiseta?! –preguntó, señalándosela–. ¿Qué disco de TNT es ése?
Janet creyó por un momento que le estaba vacilando.
–Tío, el Intuition de TNT, ¿no lo conoces?
Jorge se sorprendió.
–¿Qué Intuition de TNT? Que tengo todos los discos, ¡ése no existe!
Roxy se llevó las manos a la cabeza por no haberse dado cuenta antes, pero aun así Janet no lo captaba.
Jorge continuó, riendo con la paradójica situación que no entendía.
–En la Discoplay está la discografía y te lo digo yo. ¡Que ese disco no existe! ¡Yo no lo conozco!
–¡Tío, pues el disco que tiene la de Forever shine on, Tonight I’m falling, la de… la de… de…!
Pero, de repente y mirando la cara de incredulidad de Jorge, Janet razonó.
Acababa de meter la pata hasta el fondo.
–Eh… ¡No…! ¡No me miréis así! –pidió a los tres con una sonrisita, pues Juli también estaba poniendo cara extraña. Intuition de TNT no salía hasta 1989 y estaban en 1987–. ¡Estaba de coña, este disco no existe! –y siguió riéndose–. ¿Ha colado, eh? –dijo a Jorge, y éste rio algo forzado.
–Sí, claro, mira que yo tengo todo lo que han sacado TNT y estaba flipando, te lo juro –y se echó a reír con la muchacha.
Roxy, con cara severa, negó con la cabeza mientras ojeaba a Janet.
–¡Bueno, vamos a pedir algo! –exclamó Jorge, olvidando el tema.
–Vale, vamos también –contestó Janet.
Los cuatro avanzaron hasta la barra. Por allí cerca estaban Azucena y la abuela, observándolos.
–Mira qué bien acompañadas están ahora –enunció Azucena–, ¿no crees, abuela?
–Desde luego –respondió la abuela rockera con el cubata en la mano.
Pero el alcohol seguía afectando más y más al vacío estómago de Janet, y aunque intentaba mantener la normalidad, cada vez le costaba más.
–Ponme una birra –pidió Jorge a la camarera, entregándole dos entradas, el suyo y el de su amigo– y un whisky con limón. –Se volvió a Janet y continuó hablando–. ¿Qué os pasó el sábado pasado? No nos vimos al final.
–Ya, es que me encontraba mal –se excusó Janet–. Y además, bueno, ya sabes… Tuvimos que irnos todos por lo que pasó –se atrevió a añadir.
–Ah, bueno, es normal, aunque yo estaba preocupado porque no salíais. Pasaba el tiempo… seguí esperándoos y no aparecíais. Y al final me marché.
–Ya ves, y eso que yo me fui por ahí –añadió Juli y señaló el piso de arriba– y cuando volví por lo menos a la media hora, aún estaba éste esperándoos en la puerta del baño.
–¿Ah, sí? –intervino Roxy–. ¿Estuvisteis mucho esperándonos?
–Pues no lo sé… Pero yo bastante, hasta que pasó aquello.
Las dos amigas se sentían cada vez más en un aprieto porque no sabían qué responder. Tampoco era normal no salir del baño en tanto tiempo.
Fue en el momento en que les pusieron la cerveza y el cubata, cuando Janet decidió cambiar de tema para disimular.
–¿Qué es –preguntó señalándole el cubata a Jorge–, whisky con limón?
–Sí. ¿Y lo tuyo?
–Vodka con limón.
Roxy y Juli se pusieron a hablar entre ellos quedándose el pequeño grupo separado en dos.
–Mira a esos –los señaló Jorge–, ya tienen conversación.
–Sí, eso parece –los contempló Janet–. ¿Me dejas probarlo? –preguntó, esta vez, señalándole su whisky con limón.
–Sí, claro –y se lo ofreció. Janet le pegó un pequeño trago pero no le gustó tanto como el suyo. Intentó poner buena cara y se lo devolvió.
El alcohol cada vez le afectaba más y más.
–¿Lleváis mucho aquí?
–Bastante rato. Ya me he tomado una cerveza y ahora éste, que lo llevo por la mitad.
–Ah, yo vengo del parque de tomarme unos litros con unos amigos que vienen ahora después. He salido detrás de Juli, ya que venía a la sala pero parece que ni se ha dado cuenta.
Janet sonrió; quería decir algo. Había perdido la vergüenza pero no le salió expresar nada más, solamente dio un trago a su cubata al que cada vez quedaba menos.
–¿Has visto a esos dos? –preguntó de nuevo el chico, señalando a Roxy y Juli, que estaban detrás de Janet–. Me da la sensación de que cada vez están más cerca.
Janet se volvió y lo corroboró.
Sin embargo, en aquel momento empezó a sonar Smoking on the boys room de Mötley Crüe y a la pista empezó a bajar gente del piso superior. Encima, estaban poniendo el videoclip en la pantalla grande.
–¿Lo has visto? –señaló Jorge la gran pantalla–. ¡Porque yo no!
–No, yo tampoco –mintió Janet para quedar bien.
–Vamos más adelante –sugirió Jorge, avanzando entre la gente, y Janet le siguió.
Se quedaron embobados, como la mayoría de heavies en la pista de baile.
Cuando terminó, Janet y Jorge retrocedieron a la barra. Juli y Roxy no se habían movido del sitio; ni se habían inmutado con el video y seguían hablando como si nada.
Janet y Jorge se apoyaron de nuevo en la barra, contemplándose por segundos. Ya no tenían nada más que beber.
–¿Quieres algo? –preguntó a la joven rubia. Janet estuvo a punto de contestar que no porque cada vez le afectaba más. Se lo pensó un poco.
–Bueno, vale. Aunque yo ahora mismo no tengo dinero.
–No te he dicho si tienes dinero, te he preguntado si quieres algo –bromeó, y giró la cabeza para pedir–. Oye, perdona, ponme dos birras. –Le pidió el muchacho moreno a la camarera cuando pasó. Al momento se las puso y le pagó.
–Otro día te invito yo a algo –sugirió la muchacha ya con su cerveza, sintiéndose culpable.
–No hace falta, si con que vengas por aquí, para mí ya es suficiente –sonrió. Janet se puso colorada, bajando la vista.
–Venga, ¿brindamos por algo? –preguntó Jorge, levantando un poco la cerveza.
–Por supuesto –contestó la joven cada vez más feliz–. ¿Por nosotros?
Jorge carcajeó.
–Pues por nosotros.
Brindaron y cada uno le pegó un trago. Tanto Janet como Roxy se habían olvidado la una de la otra e iban a lo suyo.
La sala se llenaba progresivamente, tal cual avanzaba más y más la noche. Jorge y Janet siguieron hablando de música y ésta intentaba no caer de nuevo como le había pasado con la camiseta de TNT. Las conversaciones tenían que ser anteriores a 1987. ¡Lo que le gustaría hablar de Vixen! Pero aún faltaba un año para que saliera el primer disco con el que debutarían. Con el gusto musical que tenía Jorge, seguro que Vixen le iban a encantar cuando se hicieran populares.
–De Bon Jovi los tengo todos –explicó–. El primero me costó una barbaridad, no lo encontraba por ningún lado.
A Janet se le pasó por la cabeza lo que le costaba adquirir discos de segunda mano bien conservados o reediciones que vinieran del extranjero; nada que ver con conseguir un disco que se había estrenado tan sólo unos años antes.
–Ah, pues yo sólo tengo ése de Bon Jovi…. En casete, me lo grabó mi prima –se inventó.
–¿Y Europe te gusta?
–¡Sí, por supuesto! –y estuvo a punto de nombrar Out of this World, su disco favorito, pero no salía hasta 1988.
–A mí también, la verdad es que los primeros me gustaban mucho. Pero el último no tanto, es muy comercial.
–¿Cuál, The final countdown?
–Sí, ése. Qué por culo con la canción en la radio.
Janet carcajeó.
Lo cierto es que a ella le encantaba el disco y opinaban de forma diferente, seguramente por no valorar las cosas de la misma forma. ¡Lo que daría por que una canción como The final countdown sonara en la radio comercial en 2052!
–A mí me gusta –contestó enseguida–. Es un buen elepé; ese tema está muy oído, pero no sé… El disco y, por qué no, el grupo en sí, tiene buenas canciones…
–La de Ninja está bien –contestó Jorge–, es de mi favoritas, no lo voy a negar.
–Mi favorita es Ready or not.
–¿Cuál? –se extrañó Jorge.
–Nada, nada…
Continuaron charlando de lo mismo, hasta que Jorge volvió a susurrar:
–Mira a esos dos –y Janet se volvió–. Cada vez están más cerca, ¿no?
–Sí, la verdad es que sí –rio Janet, y regresó a su posición inicial, de cara a Jorge...
Fue, entonces, cuando Janet se percató de que ellos también se encontraban cada vez más unidos…
Sabía que el aliento le olía alcohol y se mareaba si cerraba los ojos, pero la poca cordura que le quedaba le decía que no podía negarlo: también se acercaba a él inconscientemente, atraída por una magia invisible...
Janet y Jorge se miraron a los ojos. Pero después, la rubia desvió la vista rápidamente, avergonzada. Nunca se había encontrado en una situación similar, y aunque le resultaba incómoda, estaba deseando lanzarse y que le rodeara con sus brazos, la besara y le acariciara; sentirle más cerca, percibir su olor y su calor.
El muchacho también había desviado la mirada. Entre ellos no había palabras, sólo el silencio.
Nadie los observaba. Azucena y Ángeles ya no se encontraban en la barra.
Y se volvieron a mirar y a Janet se le aceleró el corazón una vez más. Necesitaba romper el silencio y no se le ocurrió otra cosa que preguntar:
–¿Qué hora es?
–Las cuatro y cuarto –contestó mirando su reloj de pulsera.
–¿Ya? –se sorprendió–. ¿Las cuatro y cuarto ya?
–Sí...
–La verdad es que se me ha pasado volando la noche.
–¿Por qué, tienes que irte? –preguntó él.
Por un momento, Janet se había olvidado de que había pasado casi un día entero y aún seguían en 1987.
–No, por el momento, no… Y espero que siga siendo así.
–Pero ¿te esperas a que salga el metro?
–Lo más seguro es que sí –enunció, y Jorge parecía aliviado al escuchar sus palabras.
–Ah, menos mal. La verdad es que a mí la noche se me ha pasado volando también...
Pero ya parecía inevitable. No había nada que fingir.
Janet tenía sus labios pegados a la barbilla de Jorge, con el corazón a mil, y aun así no pudo evitar decir:
–Es normal, estamos aquí, entretenidos… hablando… y…
Pero sus palabras se interrumpieron al juntarse los dos labios. Janet hizo un pequeño esfuerzo en ponerse de puntillas y el resultado fue un húmedo beso con devoción, ternura y cariño.
Roxy sonrió al ver la escena. Sin embargo, Juli fruncía el entrecejo.
–¡Fíjate! –alucinó Roxy.
–Veo que Jorge hoy ha tenido suerte… Qué cabrón –enunció el otro, aparentando indignación.
Janet, a pesar de disfrutar al máximo, se sintió mareada con los ojos cerrados. Todo le daba vueltas.
No mucho después, el suave canto de sus bocas se separó. Se apoyaron en la frente y se miraron a los ojos, muy cerca, sonriéndose. Como si llevaran esperando aquel momento toda una eternidad.
Para Janet significaba mucho más que un beso; era infinitamente feliz y nada ni nadie le iba a arrebatar aquel momento de alegría suprema.
Y, por si parecía poco, comenzó a sonar en la discoteca Looking for love de Whitesnake.
Nada podía ir mejor.
Janet volvió a besarle con intensidad y con pasión, disfrutando del momento al máximo.
Jorge se separó con suavidad no mucho después.
–Espera, ¿no estamos en medio de todo el mundo? –preguntó éste. Janet volvió la cabeza a un lado y a otro y asintió–. Mira, vente.
Y comenzó a caminar con Janet cogida de su mano, pasando por al lado de Juli y Roxy.
–Ahora venimos –dijo a su amigo–, vamos al reservado a ver si está libre.
Siguieron avanzando por la pista hasta subir las escaleras. Caminaron hasta llegar a una zona apartada, lejos de la mirada de los demás.
–Oh, mierda. Está ocupado –se resintió él–. Da igual, vente.
Y se la llevó al lado opuesto del piso superior hasta alcanzar una mini sala donde hacía algo más frío del normal. Allí se encontraba el conducto del aire acondicionado y, apoyados en la pared, ya había otra pareja besándose.
Jorge y Janet se miraron y sus labios volvieron a unirse. Esta vez con más pasión, disfrutándolo más, dejando atrás posibles miradas de anónimos y conocidos…
Janet no tenía palabras ante lo que seguía viviendo. Solamente podía describirlo como que estaba cumpliendo todo un sueño hecho realidad y estaba siendo la persona más feliz del mundo… En aquel momento, daría cualquier cosa por que aquel instante de felicidad no se acabara jamás… y fuera eterno…
–Entonces, ¿os gustaron los pastelitos que os preparamos Mario y yo? ¡Ya era hora de que los probarais! ¡Estaba claro que a Roxy le iban a gustar los de nata, es a la única que le gustan! –reía por teléfono Flor a María, la madre de Roxy, que estaba hablando muy cerca de la puerta de la habitación de Janet a un alto volumen.
–¡MAMÁ, CÁLLATE, JODER! –gritó su hija por haberla despertado.
La voz de Flor había surgido de repente, la había despertado y Janet había aparecido en su cama una mañana más, en Zaragoza, en 2052.