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8

 

I won’t forget you

 

Era domingo por la tarde y las dos amigas volvieron a verse las caras y a hablar por micro a través de Skype. Ninguna sabía por dónde empezar, ni ninguna sabía qué decir primero… No se atrevían a preguntar cómo habían acabado la noche.

–Bueno, eh… –empezó a susurrar Roxy–. Bueno… ¿Mucha resaca?

–No me lo recuerdes…

–¿Cómo acabamos?

–¿Me lo preguntas a mí? –vaciló Janet.

–Yo de ti me acuerdo que te perdiste con éste, os fuisteis al piso de arriba. Hasta ahí llego. No recuerdo mucho más que estar un rato con Juli en la barra.

Janet mantuvo la boca cerrada sin saber qué responder.

–Pues yo tampoco me acuerdo. Nos fuimos arriba y… poco más recuerdo… No sé cómo terminamos.

–El problema es que esta vez no tenemos a Santi ni a terceras personas para que nos ayuden o nos lo cuenten.

–¡Ostras, es verdad! –exclamó Janet–. ¿Y la abuela y Azucena?

–No sé qué fue de ellas, pero tampoco estaban por allí cerca.

Janet se quedó pensativa.

–A ver qué decimos cuando volvamos… Si es que volvemos.

–Volveremos, ya verás –le animó su amiga–. En serio, la misma duda teníamos la semana pasada y hemos regresado al Canci.

Y así era: el deseo de Janet se había vuelto a cumplir. ¿Y por qué no iba a repetirse más veces?

Las dos amigas se despidieron sin descubrir cómo habían terminado la noche, pero prefirieron no profundizar ni filosofar mucho o podrían perder la cabeza.

Se empezaba a hacer de noche y Janet no sabía si irse a dormir sin cenar, salir a prepararse algo o aguantar un rato más despierta. Se levantó de la silla y cogió de su estantería Look what the cat dragged in, el primer álbum de Poison. Acto seguido, agarró un radiocasete de Mario que también había heredado y que funcionaba a la perfección y que leía tanto cintas como cedés.

Agarró un boli BIC, lo introdujo en uno de los agujeros del casete y empezó a girarlo una y otra vez, con suavidad y naturalidad.

Enchufó el radiocasete a la corriente e introdujo la cinta. Pulsó Play y comenzó el ritual…

Tras unos segundos de leve ruido ininterrumpido, se oyeron los primeros golpes de la batería de Cry tough sin cesar dicho zumbido molesto.

Jamás nadie la entendería si decía que tenía su encanto escuchar música de aquella manera, como en los años ochenta, donde todo era imperfecto pero satisfactorio.

Por un momento creyó encontrar la razón de los viajes en el tiempo: vivía tan intensamente los ochenta que una magia descomunal la enviaba a la época constantemente junto con Roxy.

Tenía que ser eso. No había otra razón.

Subió el volumen, deseando quedarse dormida y regresar a Canciller…

Cuando la canción acababa, Mario llamó a la puerta de su habitación y entró.

–Ah, esta cinta. No me acordaba que la teníamos –murmuró después de avisarle de que ya había terminado de preparar la cena.

Janet la paró y salió de su cuarto hasta llegar al comedor. Una cena habitual sin nada fuera de lo común. Pocas palabras y la radio de Mario sonando de fondo con noticias.

–Mario –dijo Janet de repente–, el casete de Poison, ¿de dónde lo sacaste?

–Me lo compré de segunda mano cuando ni habías nacido, aún se podía ver alguno en tiendas de compra y venta. Veo que sigue sonando, ¿no? Y el radiocasete funciona también.

–Sí, bueno, a la cinta a veces le dan pequeños bajones de sonido. Pero se puede oír. Me gusta escuchar la música en casete también.

–El vinilo sí que ha sobrevivido algo –continuó Mario– pero el casete por desgracia parece que no, a mí también me gustaba.

–Dejad de hablar de esos inventos y poned los pies en la tierra –intervino Flor a mala gana–, que estamos en 2052 y hemos avanzado.

Mario resopló, manteniendo la calma.

–¿Algún problema? –preguntó, desafiante. Mario guardó silencio.

–Mamá, por favor… –intervino Janet–. No empieces.

Se produjo un silencio incómodo entre ellos en el que Mario seguía cenando con normalidad. Solamente podía oírse la radio de fondo.

Janet regresó a su habitación, deseando pulsar el botón Play del radiocasete y evadirse de la irritable voz de Flor.

 

I want action tonight

Satisfaction all day

 

Pero un domingo, después de salir la noche anterior y beber, lo que menos le apetecía era salir de fiesta de nuevo.

El zumbido junto con la música no cesaba, ni tampoco el ruido del casete girando.

Se tumbó en la cama, poniéndose de lado. La puerta de su cuarto estaba cerrada. Una semana antes había estado dándole vueltas al joven que acababa de conocer sin poder quitárselo de la cabeza. Pero aquella noche de domingo parecía ser mortal.

La intensidad con la que podía llegar a obsesionarse por alguien había aumentado más que nunca. Era como cumplir un sueño hecho realidad; un sueño que siempre había deseado y que nunca se imaginó que ocurriría. Y no sólo él: también la situación de vivir los años ochenta en el auge de su forma de vida día y noche.

La cinta seguía sonando y había llegado a la tercera canción…

Pero ¿qué tenía aquel muchacho? Su físico le encantaba, no tenía ninguna duda; también sus gustos musicales, faltaría más. ¡Pero solamente lo conocía de dos noches!

–Solamente de dos noches –se dijo Janet a sí misma–, solamente dos noches. Pero intensas.

No lograba saber la razón por la que llegaba a encontrarse así, nunca había sentido nada parecido.

Parecía como que aquello del amor era la primera vez que lo vivía; la sensación de necesitar estar con alguien irremediablemente, dar cualquier cosa por estar junto a él e intentarlo por el medio que fuera posible.

 

I won’t forget you, baby

I won’t forget you…

 

Janet no se había dado cuenta de la canción que había empezado a sonar (la tercera del casete) hasta que llegó al estribillo. Conocía la canción desde hacía tiempo pero hasta entonces nunca se había sentido identificada de tal forma con ella. Parecía que estaba predeterminado que algún día, como le estaba ocurriendo en aquel momento, esa canción le sirviera para recordarle el duro momento por el que estaba pasando al echar de menos a alguien que, para colmo, se encontraba en otro tiempo diferente.

Contarle a alguien todo lo que le estaba ocurriendo a ella y a Roxy, ¿de qué serviría? ¿Habría llegado la hora de plantearse seriamente todos aquellos extraños viajes en el tiempo?

Terminada la canción, se levantó y paró la cinta. No quería escuchar más música.

Se tumbó en la cama y se puso a pensar y a meditar todo. ¿Quién le iba a creer al decir que la persona de la que se había enamorado estaba en 1987?...

Se quedó durmiendo al instante.

***

Janet se despertó por la mañana bien temprano al haberse acostado pronto la noche anterior. Pasó parte de la mañana estudiando, pues los exámenes llegaban en breve y al final su madre acabaría teniendo razón con lo de que no estaba haciendo nada. Pero, aunque fuera por cabezonería, quería cerrarle la boca.

Llegó la soleada y calurosa tarde de finales de agosto. Continuó en su habitación durante todo el día hasta que bajó un poco el sol y la joven salió a la calle con tal de no estar encerrada todo el día o en cualquier momento podía volverse loca. Aunque fuera a dar una vuelta: simplemente por andar, moverse y no pensar.

Pasó, como era habitual, por la tienda electrónica de José, pero no había nada interesante relacionado con la música.

Siguió caminando calle arriba, alejándose de su barrio para ir marchando hasta otra tienda que había en su ciudad donde aún vendían cedés originales, algunos de segunda mano y otros reeditados.

La tienda estaba más lejos y había un pequeño paseo hasta llegar. Pasó por varias vías que le recordaron, de nuevo, a aquel viaje que hicieron Roxy y ella y conocieron a Santi, aquel parque donde se sentaron en los bancos y él se puso a fumar con total naturalidad. El caso del bar de fachas prefirió no recordarlo esta vez.

Siguió moviéndose hasta llegar a una ancha avenida con coches eléctricos y silenciosos donde estaba la tienda de cedés. Dentro vendían mucha electrónica de segunda mano, como ordenadores y accesorios, y en un estante había discos.

–Perdone, ¿ha recibido discos de heavy? –preguntó la muchacha al dependiente, un hombre mayor y totalmente calvo a punto de jubilarse. Éste se le quedó mirando, dubitativo, como si le hubiera hecho gracia.

–¿Sabes que esa música volvió a los adolescentes locos? ¿Sabes que los heavies eran todos unos sucios? ¿Y sabes que los que no, fueron todos unos maricones y unos drogadictos?

Janet se quedó perpleja, pero no dudó en contestarle a mala gana:

–¿Sabes que el heavy se hizo con guitarras? ¿Sabes que un grupo para sacar un solo disco tuvo que trabajar muchas más horas que tú y mucho más duro? ¿Y te has parado a escuchar o a analizar mínimamente alguna letra?

–Venga, lo que digas –contestó vacilando–. El rock de ahora tiene mucho más estilo que el que había antes.

–¿¡Rock de ahora!? ¿A eso de llevar dos rayas en el pelo… a ese rock electrónico que las guitarras suenan súper limpias y raras, que no hay frases melódicas…? ¿A esa música facilona hecha sólo para vender, bailar y que solamente con escucharla se te queda grabada en la cabeza…? ¿En serio a eso llamas música? ¿A eso llamas ROCK?

–Niña, qué vacilonas estamos hoy, ¿no?

En aquel instante una mujer madura entró a la vacía tienda y vio la escena.

–¿Vacilona? Yo te he hablado bien cuando he llegado. ¡Vacilón tú que no sabes respetar! ¡Y si te he dicho lo último es porque tú me has provocado!

Y Janet, con las mismas, salió de la tienda después de perder el tiempo. Suficiente conversación le dio al dependiente.

–¿Qué ha pasado? –preguntó la mujer. Era la primera vez que entraba allí y no conocía al vendedor de nada–. Vaya con la niña, ¿no? Vaya pelos llevaba. ¿Le has visto la camiseta negra con ese dibujo? ¿Qué era, una hija de ésas de Satán?

–Seguramente.

–Bueno, a lo que venía: quiero el vol. 4 de Reggaeton 2010–2015, está descatalogado.

El hombre se dio la vuelta y cogió un pequeño pendrive de una caja de cartón. Tenía la portada del disco en diminuto, casi inalcanzable para la vista.

–Tenía aquí una copia en formato físico. De chaval me lo descargué de internet –comentó mientras lo metía en una bolsa de papel–, menos mal que los han reeditado o no lo podríamos escuchar ya, a ver quien es el valiente que consigue descargarse hoy algo de internet.

–Pues sí –prosiguió la mujer–. Antes todo era muy diferente: te podías bajar la música que quisieras sin pagar nada, algo inimaginable de hacer hoy en día. O las míticas sesiones de YouTube que me ponía en mi casa…

–El gran imperio YouTube…, nada que ver con el de entonces que era una mera página de videos de todo tipo. Mi hijo, de hecho, estudia Comunicación y Ciencias de YouTube en Madrid. Le da clases el Rubius y Zorman.

»Pero sí: yo también lo utilizaba como reproductor de música, no lo voy a negar. ¿Y quién no? Entonces era lo normal. Pero bueno, menos mal que la buena música ha sobrevivido –dijo el dependiente, y le entregó el dispositivo USB dentro de la pequeña bolsa–. Disfruta del disco.

–Muy bien –concluyó la fémina, y partió ágilmente.

El dependiente se apoyó con sus manos en el mostrador. Sonrió al acordarse de Janet y de su pelo enlacado y cardado.

–Ingenua… –susurró– ¿Heavy metal? –soltó una carcajada.

De repente, se le borró la sonrisa. Salió del mostrador a la velocidad de la luz y partió al exterior.

Vio a la mujer de espaldas, que andaba muy rápido y ya se encontraba muy lejos, y le chilló:

–¡Oiga, que no me ha pagado el disco!

La fémina volvió la cabeza, se despidió levantando la bolsa y salió corriendo hasta girar una esquina. El hombre no pudo dejar su tienda vacía para perseguirla.

–Mierda –concluyó, derrotado.

***

Llegó el siguiente amanecer y lo primero que hizo fue hablar con Roxy. Estuvieron toda la mañana conversando hasta que llegó el medio día.

Por la tarde, Janet no sabía si dar una vuelta, quedarse en casa viendo alguna película, algún concierto o escuchando música. No tenía ninguna gana ni motivación para estudiar, aun teniendo los exámenes cerca.

Salió de nuevo a dar una vuelta, por andar y airearse o descubrir alguna tienda que le interesara, pero esta vez en dirección opuesta a la de la tienda de la tarde anterior a la que estaba claro que no pensaba volver.

Regresó a su casa casi de noche, habiéndose despejado un poco, pero su motivación para estudiar era nula. Había perdido todo el día haciendo otras cosas y al final no había hecho nada de nada.

Solamente había una diferencia que hizo el día especial: Roxy le confirmó que el próximo viernes iría a Zaragoza. Lo malo era que la semana pasaría lentísima estudiando… y esperando a que llegara su amiga.

***

El jueves, un compañero de la empresa de Mario fue a cenar a su piso. Escuchaba algo de heavy, como ellos, pero no tenía ni la más mínima imagen física del movimiento. Aun así, en su casa poseía algún antiguo CD de Kiss o de Black Sabbath. Mario si tenía que hablar en casa de algún compañero de trabajo, hablaba de él al ser el único que sabía lo que era aquella música horrenda y desconocida para la sociedad de mitad del siglo XXI.

–¡Janet! –llamó Mario a su hija en el vestíbulo de su casa.

La rubia salió de su habitación.

–A Richard ya lo conoces, ¿no? –preguntó.

–Sí, claro –contestó, acercándose, y le dio dos besos.

–¿Qué tal, Janet? Veo que a tope como siempre, ¿no? –interrogó con una sonrisa, apreciando su pelo cardado y su camiseta de Warrant.

–Eso siempre –manifestó.

Cenaron los cuatro entre risas y largas conversaciones, la mayoría de ellas fuera de lo musical.

Cuanto terminaron, Richard, por fin, habló de música:

–Pues sabéis, me han pasado el concierto de Metallica en Seattle en 1989.

Mario abrió la boca.

–Una vez lo vi, tenía 16 años. Desde entonces, ¡me vuelvo loco por buscarlo! ¡Menudo directo! Pero es imposible de encontrar.

–Pues has tenido suerte –dijo Richard. Se metió la mano en el bolsillo y le dio un pendrive–. Aquí tienes el concierto.

–¡Ohhh…! –gimió Mario, observando la vulgar memoria USB–. ¡Gracias, tío!

Richard sonrió. Janet no reconocía a su padre valorando un pendrive, que era el objeto lo más anti ochentero que podía existir en su presente.

Un rato después se encontraban los tres en la habitación de Janet, ojeando y comentando discos y vinilos. Flor se quedó fuera viendo la tele, rechistando entre dientes.

–Éste lo tengo –señaló Richard el New Jersey de Bon Jovi en vinilo. Lo cogió y miró su portada–. Claro que lo tengo en CD, en una reedición algo más moderna. De los últimos cedés que se fabricaron.

Mario hacía años que no veía el New Jersey y sintió una emoción muy fuerte por dentro que supo disimular. Los recuerdos le inundaron por completo en un santiamén.

Continuaron dialogando sin parar sobre rock. Era obvio que Richard entendía también de música y, por tanto, era evidente que se llevara tan bien con Mario dentro y fuera del trabajo, pensó Janet.

Y, por si las cosas no pudieran ir mejor, al día siguiente, viernes, Roxy llegaba a Zaragoza y se quedaba allí..., para salir por la noche por Canciller.

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