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Love ain’t easy
El vinilo de Steelheart seguía dando vueltas y vueltas mientras sonaba y las dos amigas miraban por internet un par de imágenes que habían encontrado en un blog.
Mario entró en la habitación.
–Steelheart, ¿eh? Me encantaban cuando era como vosotras.
Pero ninguna de las dos dijo nada, maravilladas por las imágenes del quinteto, pasando una detrás de otra y deteniéndose ante el más mínimo detalle.
–¿Qué veis, imágenes de ellos? –preguntó. Y las dos asintieron débilmente con la cabeza–. Tengo por ahí algún concierto grabado en un DVD. Janet, una vez te puse uno hace ya unos añitos.
–Ah pues –intervino Roxy– yo nunca he visto ningún video en directo de ellos.
–Bueno, eso tiene fácil solución –y dibujó una moderada sonrisa en su rostro–. Ahí tengo unos cuantos, no sé si tu padre conservará alguno.
–No creo –prosiguió, embobada–, los conoce y tiene algún disco original en la estantería, pero nunca me ha enseñado nada en video de ellos.
Mario asintió y resopló.
–Mala época os ha tocado vivir… La mía ya era nefasta, pero la vuestra está siendo aún peor. Cuando yo era pequeño, YouTube no tenía nada que ver con lo que es ahora. ¿Habéis oído hablar de su era dorada?
–Yo sí, algún amigo de Madrid me ha contado algo –expuso Roxy.
–Si os lo cuento, alucinaríais. Antes era una web donde… Bueno, ¿cómo explicároslo? Para vosotras sería el paraíso –las dos amigas lo miraban y escuchaban atentamente–. Tenías, pues… Todos los videos que pudierais imaginar. Raro era el video que no estuviera en YouTube.
Janet y Roxy se estremecieron sutilmente.
–No, chicas, no estoy exagerando. Así era. Raro era el video que no se encontrara subido. Y si no estaba, alguien lo acabaría subiendo tarde o temprano. Se le sacaba mucho jugo; también podías escuchar discos completos, maquetas de grupos, con un solo clic. Acaparó bastante terreno en lo musical, la verdad… Sinceramente, a estas alturas lo único que os puedo aconsejar es que disfrutéis lo que tenéis ahora antes de que os lo arrebaten, como pasó con la era buena de YouTube.
–¿Y qué pasó? –preguntó su hija, impaciente.
–Pues que cambiaron normativas, también se modificaron muchos temas de privacidad, cerraron una barbaridad de canales de una sacudida… Entonces también acabaron con muchos otros servicios que ofrecía antes internet. Megaupload, Megavideo, Goear, Emule… Si os cuento para qué servían muchos de ellos, no os lo creeríais. Hoy en día internet lo utilizamos para mandar correos, recibir facturas –levantó las cejas un santiamén–, comunicarnos por un Skype muy controlado…, mirar páginas webs, escribir en blogs –y señaló la pantalla del ordenador–, consultar el tiempo, mirar las noticias… No sé, abarca mucho terreno, no lo voy a negar. Pero antes, en YouTube, podías ver el video que quisieras: videoclips, conciertos, conciertos inéditos y caseros que subiera la gente… Vamos, subir cualquier grabación en video que hicieras. Fuera en tu casa, en la calle o donde te apeteciera –las dos amigas abrieron mucho los ojos y se quedaron boquiabiertas–. Sí, en serio, no exagero. Eso se podía hacer con YouTube. También escuchar música; ¡discografías enteras si hacía falta! Bastaba con enviar el enlace a algún amigo tuyo y, automáticamente, al abrirlo empezaba a escuchar la canción
»Claro que tenía su parte mala. Aumentó la piratería y se le perdió valor, por norma general, a esto –y señaló la estantería de Janet llena de vinilos y discos–. La gente tenía a su disposición cualquier disco que se quisiera escuchar… Raro era el disco que no estuviera allí. Al final acabaron cerrando webs de descarga directa, seguida por Mediafire, Goear y, años después YouTube llegó a cerrar por una temporada. Lograron reabrirla, pero nunca fue lo mismo. ¡No te dejaban subir prácticamente nada! ¡Todo era ofensivo, todo era inapropiado!
Janet no daba crédito a lo que contaba su padre. Nunca se imaginó que internet tuviera una época en que abarcara tanto. Para ella sonaba totalmente inimaginable.
–Y luego, por otra parte –prosiguió Mario–, había muchas redes sociales, pero eso pasó cuando yo nací y también cuando era bien pequeño. Comunicarse era mucho más fácil que ahora y YouTube ayudaba mucho a las redes sociales. Se combinaban muy bien y la gente lo disfrutaba a tope. Pero mirad lo que es ahora Facebook… con mil normas y prohibiciones, lleno de ciber espías y sin poder hacer prácticamente nada a diferencia del Facebook de antaño.
–¿Y qué pasó con las demás redes sociales? –preguntó Roxy–. ¿Por qué las cerraron y hoy en día ya nadie utiliza ninguna?
–Cuestión de privacidad. Oí decir que en las redes sociales no tenías ningún tipo de privacidad. Acabaron cerrando la mayoría y ya te digo que mirad Facebook que tiene un tope de tres fotos personales por día. ¿Antes? ¡Antes podías subir las que tú quisieras! ¡Todas las de una noche de fiesta, si hacía falta! Y bueno, los eventos desaparecieron. Dicen que por lo mismo: cuestión de privacidad, cuando antes hacías mil eventos para cualquier tontería y podías invitar incluso a miles de personas. Pero fueron limitando el número de invitaciones, hasta que se terminó.
Mario parecía que no iba a terminar nunca de hablar, pero dio dos pasos hacia el umbral de la puerta para salir.
–Yo sólo os digo –añadió para finalizar– que mi vida es mía y yo hago lo que quiero con ella, no me tiene que manejar nadie de ninguna forma. Siempre salimos perdiendo los de siempre: nosotros.
Y se fue. Janet y Roxy se quedaron sin palabras.
Durante el resto de aquella noche de viernes, aunque aquellas palabras de Mario les había dejado sin habla, en mente tenían el hecho de volver a viajar a la época dorada de su cultura y forma de vivir.
Pero no fue así. Al menos, en aquella ocasión.
El sábado por la mañana, ambas se levantaron y, sin haber desayunado todavía, ya habían puesto música en la habitación de Janet.
Apenas había empezado a sonar la primera canción, y aunque el volumen no estaba muy alto, Flor abrió la entornada puerta del cuarto, miró a las dos muchachas con mala gana durante unos instantes.
Sin decir nada, se marchó dejando la puerta otra vez entornada.
Se produjeron otros dos segundos de silencio donde solamente sonaba de fondo We rock de Dio.
–¿Qué le pasa? –preguntó finalmente Roxy.
–No lo sé, pero no me hace ninguna gracia –contestó Janet–. La noto rara últimamente, incluso más de lo normal. Sé que no le gusta esta música, pero tampoco está tan alta como para molestarla.
Bien era verdad que a Flor no le había gustado nunca la música que ellos escuchaban y Janet siempre había cuestionado la razón por la que se habría casado con Mario teniendo en cuenta que llevaba el pelo largo y escuchaba música que ella no había soportado nunca. Parecía que, a pesar de ser sus padres, eran dos polos opuestos que pocas cosas tenían en común y últimamente la relación parecía ir peor que nunca.
Llegada la noche, la situación no había cambiado apenas a como se habían despertado. Acababan de terminar de cenar y se encontraban, de nuevo, sentadas cada una en la cama escuchando, música, pasándose diferentes vinilos y comentándolos.
–Éste creo que nunca lo he escuchado –comentó Roxy sosteniendo en sus manos y mirando la portada del Love you to pieces de Lizzy Borden.
–¿No lo has escuchado? Es un clásico de ellos –respondió Janet quitándole el la carpeta de cartón de las manos–. Pues eso se soluciona pronto.
Quitó el disco que estaba sonando y puso el siguiente a dar vueltas.
Escucharon el primer tema del disco, Council for the cauldron, con algún pequeño salto en el sonido pero sin mucha importancia.
–Ya, no está perfecto –comentó Janet haciendo referencia a los pequeños saltos que daba de vez en cuando el sonido en el vinilo–. Es muy difícil encontrar uno de segunda mano y que se oiga perfecto.
–Da igual –contestó Roxy–, se aprovecha mientras se pueda oír.
–Ojala hubiera otra forma de escuchar esta música –continuó Janet–. Pero, o lo compras de segunda mano, sea en vinilo o CD, o no hay otra.
–¿Recuerdas lo que nos comentó ayer tu padre, tía?
–¿Referente a qué? –Preguntó Janet.
–A la web esa… Ah, sí. YouTube. Podías escuchar la música que quisieras y compartirla con un solo clic.
–¿Te imaginas? Qué fácil sería ahora mismo enchufar el ordenador, poner la página ésa de videos y que comenzara a sonar este disco tan fácilmente –y sonrió, asintiendo con la cabeza, como ironizando la situación que mencionaba–. Pero por lo menos nosotras podemos escucharlo en vinilo; en versión original. Es una pequeña ventaja, podría decirse…
–Pues sí, tía, pues sí. Nada que ver con escucharlo en vinilo –contestó su amiga.
Cuando el vinilo llegó a la canción American metal, Roxy reaccionó de golpe.
–¡Claro! Esta canción ya sí que la conozco, es muy conocida.
–Debería sonarte, menos mal –manifestó Janet.
–Me estaba quedando durmiendo sin que me diera cuenta y me he despertado de golpe al sonar el primer acorde –continuó Roxy.
–Yo también, de hecho me has despertado tú –y Janet levantó las cejas, intentando decirle algo a su amiga con la mirada.
Las dos se contemplaron. Y, sin haber terminado de sonar el mencionado tema, ambas se quedaron profundamente dormidas sin que lo buscaran.
***
Ya era habitual el despertarse en otra época que no era la suya. Esta vez sí: el dúo había amanecido en los años ochenta, a diferencia de la noche anterior que no ocurrió nada. Y, paradójicamente, se habían despertado en casa de Roxy, en Madrid, en vez de en casa de Janet, en Zaragoza. Parecía como si estuvieran predestinadas a ir otra noche más a Canciller; como si alguien controlara sus viajes según las ocurrencias que habían tenido en los años ochenta. Pero era magia pura.
Ambas se contemplaron al despertarse, abriendo los ojos y la boca, quedándose sin habla. Habían amanecido en otro lugar y época en la que estaban antes de quedarse dormidas. Todo aquello era ilógico e irreal pero empezaba a convertirse en habitual.
Cuando sacaron los DNIs para ver en qué época estaban, haciendo cálculos, habían viajado al primer trimestre del año 1988.
–Janet, fíjate –dijo Roxy mirando su documento de identidad mientras Janet hacía lo mismo con el suyo–. Ahora estamos unos seis meses después de la última vez.
Janet se quedó sorprendida. Cuando volviera a ver a Jorge, había pasado medio año, cuando para ella tan sólo una semana. Atisbó a su amiga con cara de incredulidad y preocupación.
–No puede ser… –pero Janet seguía sin guardar su DNI, sin poder creérselo.
Cuando por fin fue a guardarlo, abrió su cartera y se dio cuenta de un detalle que había dentro y del que no se había percatado antes.
–Janet –continuó Roxy mirando hacia otro lado–, deberíamos aprovechar el día e ir a ver lugares, discos… Y por la noche vamos a la Sala Canciller.
Se produjo un silencio que volvió a romper la morena.
–¿Janet? –preguntó, volviendo la cabeza.
Por fin, Janet, contestó:
–¿A ver cosas, o a comprar? –alucinaba ella.
–Pues si tuviéramos dinero, podríamos aprovechar. Pero como no tenemos no nos queda más remedio que…
Pero en aquel momento, Janet sacó varios billetes de mil pesetas de su cartera mientras las dos amigas alucinaban.
Varios rectángulos verdosos yacían en la cartera de Janet por arte de magia. Las dos chicas desconocían el valor de aquellos extraños papelitos pero, aun así, eran las personas más felices del mundo porque poseían dinero en sus manos.
Salieron a la calle. Caminaron por delante de la hamburguesería que se escaparon semanas atrás, observando al camarero en la puerta. Se les quedó mirando con una ceja levantada, reconociéndolas pero sin entender cómo en cuatro años que habían pasado (aquellas carreras ocurrieron en 1984) no habían cambiado absolutamente nada. Dudó de acercarse, pero no ocurrió nada. Desde luego, quedó claro que no las había olvidado.
Las dos amigas siguieron avanzando, visitando tiendas de ropa. Cualquier cosa que hubieran imaginado comprarse en 2052, ahora se encontraba a su alcance por la Gran Vía madrileña.
Paseando por tiendas, Janet se compró una falda de cuero con tachuelas en el borde y dos camisetas: una de cebra y otra de Twisted Sister. Roxy varias pulseras de plata, un chaleco vaquero, camisetas para chica sin mangas de diversos grupos (Led Zeppelin, Ozzy Osbourne, Megadeth…) e incluso un pañuelo para la frente de color rojo con el logo de Poison.
Prosiguió su habitual recorrido de anteriores ocasiones por la capital madrileña, gastándose dinero pero dejándose lo justo para acabar de nuevo aquella noche en la Sala Canciller.
Por la tarde, viendo vinilos en Madrid Rock, Janet se encontraba ojeando parte de la discografía de Rainbow cuando levantó la vista y descubrió, entre varios varones de su edad, a Jorge.
Su corazón se aceleró. Se puso colorada y bajó la mirada por vergüenza después de estar seis meses desparecida. Él no la había visto. Sin embargo, la muchacha, con su timidez, se acercó a Roxy, llamándola a poca voz.
Roxy se rio cuando vio que Jorge estaba por allí y a Janet le daba vergüenza acercarse.
–Anda, vente –rio su amiga, cogiéndola de la mano para que Janet se acercara a Jorge. Juli no estaba con él esta vez.
Jorge las vio poco antes de que llegaran a él. Para sorpresa de Janet, su cara se iluminó por completo y sonrió sin que lo pudiera obviar. Tampoco pudo impedir darle un fuerte abrazo a Janet, en lugar de los dos besos habituales que se habían dado las veces anteriores que se vieron.
–Pero, pero… ¡Cuánto tiempo! –exclamó Jorge sorprendido y contento, contemplando a las dos–. ¡Hacía mazo que no nos veíamos!
Janet, como era habitual, mantuvo los labios apretados. Fue Roxy la que tuvo que animarse a conversar.
–Ya, tío. Es que hemos estado fuera y eso. Pero esta noche saldremos.
–¿Venís al Canci? –preguntó él.
–¡Sí, claro! –saltó Janet. Roxy miró a la rubia, sorprendida por su reacción repentina.
–Perfecto –sonrió él–, pues luego nos veremos por allí, ¿no?
–Claro, tío –contestó Roxy, adelantándose a Janet–, por supuesto que nos veremos. ¿Irá Juli, el chico que hemos visto otras veces contigo?
Y la rubia carcajeó sin poderlo evitar.
–¿Qué pasa? –preguntó con una sonrisita a Janet.
–Sí, vendrá, suele venirse la mayoría de fines de semana con nosotros.
–Genial, tío –continuó Roxy–, pues nos veremos por allí los cuatro.
–Bien, muy bien –asintió Jorge, y después señaló las bolsas que tenían las dos amigas en sus manos–. ¡Veo que estáis de compras!
–Sí, ahí estamos. Aprovechando…
La conversación duró poco más. Después de ver y comprar varios vinilos y casetes en Madrid Rock, las dos amigas se despidieron de Jorge y volvieron a casa de Roxy. Cenaron de lo que había en la cocina y después entraron a la habitación donde habían despertado: la de Roxy.
–Hoy tenemos que darlo todo –manifestó Janet, decidida. Su amiga asintió.
–Entiendo por dónde vas. Tenemos que triunfar esta noche; tenemos la ciudad a nuestros pies.
Y las dos dibujaron una sonrisa malévola mientras se miraban a los ojos.
Modificaron su indumentaria, cambiándola por la que se acababan de comprar. Janet se puso su falda de cuero y su camiseta de cebra, se echó laca en el pelo, levantándoselo con un peine de púas, y se pintó la raya de los ojos. Roxy hizo lo mismo que su amiga: cambiarse de ropa por la que había comprado esa tarde, levantarse el pelo y maquillarse un poco.
Se habían acercado a las doce de la noche y partieron. Cogieron el metro, atravesando el recorrido habitual que ya habían hecho anteriormente.
Un rato después se plantaron en la parada de El Carmen, en medio de un montón de heavies que las rodeaban y empezaban a hablarles. Luego accedieron al vagón del metro hasta llegar a la Sala Canciller. Sacaron cada una su entrada en la taquilla y entraron sin problemas.
–Menudo gusto –declaró Roxy mientras bajaban las escaleras y la música sonaba de fondo cada vez más cerca– poder entrar a una discoteca con dieciséis años.
–Si a ti las discotecas de nuestra época no te gustan –rio Janet.
–Ya, pero también hay que comprender al público que sigue yendo. En 2052 los días que se puede salir de fiesta, está prohibida la entrada en discotecas a los menores de 21 años. Igual que a las salas de conciertos.
Janet razonó. Una década después de 1988, el límite ascendería a los 18 y en 2052 ya se encontraba en los 21.
¿Por qué la sociedad había permitido que esto ocurriera? No entendía cuál era el problema. Ella era la persona más feliz del mundo con dieciséis años; plena libertad y el mundo a sus pies.
Fueron bajando escalones hasta llegar a la planta superior de la discoteca. Allí se respiraba un gran ambiente enérgico al ritmo de Panama de Van Halen, con su videoclip incluido. Janet y Roxy pidieron dos cervezas para comenzar a animarse.
Apenas había pasado un cuarto de hora cuando ya vieron las primeras caras conocidas en aquel piso superior de la sala: Azucena y la abuela Ángeles. Se acercaron a saludarlas y parlotearon sin tregua.
–La verdad es que –continuó Azucena, hablando, ahora, de su breve carrera en solitario– las ventas del disco que acabo de sacar van bastante bien, aunque no sea tan rockero como lo que hacía en Santa. Admito que es más comercial, pero estoy satisfecha con el resultado.
Azucena les comentaba aquello con un cubata en la mano a las dos amigas mientras éstas escuchaban atentamente. La abuela atendía, alegre, también con su vaso de cristal apoyado en la barra.
–He tenido que juntarme con músicos fuera de lo habitual en el mundo heavy. Pero como ya os digo, parece que de momento las ventas del disco van bien. Y me alegro, porque con ese dinero, el siguiente que saque más adelante espero que suene más duro. Os va a gustar.
»Y, bueno, cambiando de tema –prosiguió la cantante–, ¡hoy se os ve algo más sueltas que la otra vez!
Y las otras tres, incluida la abuela Ángeles, rieron.
–Bueno, es posible –declaró Roxy, carcajeando–, ya vamos soltándonos un poco. La otra vez era de las primeras veces que veníamos aquí y estábamos un poco perdidas…
Perdidas, y nunca mejor dicho.
–¿Y os gusta el sitio? –preguntó Azucena. Roxy miró a Janet, quien fue la encargada en contestar.
–Nos encanta. Desde que descubrí el heavy, llevaba toda mi vida esperando para pisar un sitio como éste.
Azucena la miró sorprendida. No se esperaba tampoco una respuesta tan profunda.
–¿Cómo que escuchabas heavy de pequeña? ¿Algún hermano tuyo importaba discos de Black Sabbath a principios de los setenta? ¡Porque aquí no llegaba nada!
Janet sintió que había metido la pata otra vez.
–Sí, eso es –afirmó rápidamente, y volvió la vista para evitar más preguntas. El movimiento tan sólo tenía 18 años en 1988, y nació de la mano del primer álbum de Black Sabbath en 1970.
Un rato después comenzó a sonar Still of the night de Whitesnake y la pista de baile se llenó. Desde el piso superior se podía contemplar el videoclip y las dos amigas bajaron. Mucha gente bailaba al ritmo de la música y otra se quedaba embobada con la gigantesca pantalla, ya que era una de las pocas oportunidades que tenían de ver el video.
El piso inferior estaba a tope. Comenzaron a caminar entre la apretada muchedumbre hasta alcanzar el lado contrario de la pantalla gigante, donde parecía que había algún hueco.
Para sorpresa de ellas, allí se encontraban Jorge y Juli, a quienes saludaron con dos besos.
Janet se olvidó de Roxy y Roxy se olvidó de Janet; Jorge se olvidó de Juli y Juli se olvidó de Jorge. Volvían a estar separados, como si no se conocieran, mientras hablaban en profundidad y admiración.
–¡Es que hacía un montón que no te veía! –exclamó Jorge, emocionado, superando el volumen de la música.
–Hemos estado fuera, ya te digo.
Janet intentaba evitar el tema por no parecer redundante, pero no sabía qué excusa ponerle. Comenzó a sentirse en un pequeño apuro, ya que para Jorge habían pasado seis meses; para Janet, solamente una semana.
–Ah, bueno, no te preocupes. Si yo también he estado por lo menos medio año fuera.
La cara de Janet cambió y levantó las cejas, sorprendida. Era lo último que se esperaba de él.
–He estado de viaje. Mi padre y mi hermano viven en Estados Unidos y suelo frecuentar bastante el país.
Janet asintió. Su sueño era visitar y vivir en Estados Unidos antes que en España, como le ocurría a cualquier amante del hard rock. Sabía que, algún día, viajaría a los ochenta para descubrir la cuna y esencia del rock ochentero.
–Imagino que te sorprenderá –explicó él–. No tienes ni idea de lo que es pasar un sábado noche en el Whisky a Go Go, en Sunset Strip de Los Ángeles. ¡A tope! Además, he visto grupos raros, muy raros. Algunos incluso hoy en día son grupos ya con nombre, de los que aparecen en la MTV, cuando hace unos años no los conocía nadie. Yo comencé viéndoles en pequeñas salas.
–¿Desde cuándo llevas yendo a Estados Unidos?
–Toda mi vida. Mi padre es estadounidense y mi madre española. Poco después de nacer yo, él se fue a su país, y cuando legalizaron el divorcio en España, hace siete años, se divorciaron y ya nos quedamos mi madre y yo viviendo aquí. Pero, aun así, suelo frecuentar el país. Me voy a ver a mi padre y puedo llegar a pasar meses allí. Pero es una maravilla. Si el Canci te gusta, vas a alucinar cuando vayas a Sunset Strip.
Si Janet valoraba los ochenta por encima de todo, vivirlos en Estados Unidos seguramente fuera la bomba, y ni punto de comparación con España. Aun así, era feliz conformándose con lo que ya tenía a su alrededor, ya que si le contara a Jorge la época de la que venía, iba a alucinar y comprendería por qué Janet valoraba todo aquello; aquel ambiente y aquellos años ochenta, únicos para ella, pero habituales y corrientes para Jorge.
–¿Y tu hermano? –preguntó la joven.
–Me saca bastantes años, es mayor que yo. Es productor de cine, no muy reconocido, eso sí. La película más grande que ha producido fue en el ochenta y cuatro, se llamaba… –se quedó en silencio–. No recuerdo el nombre original, venía a significar algo así como… cuerpos calientes –Janet soltó una carcajada–. ¡No, no es nada de cine erótico! –rio también–. Se estrenó en Estados Unidos pero no llegó a España. Además, yo estuve colaborando y ayudando en todo lo que podía: aproveché del primer al último día de rodaje sin perder ni un detalle.
–Suena muy bien –asintió Janet.
–¡No te lo voy a negar! Además, un grupo de hard rock colaboró en la película. Tenían un cameo e hicieron la banda sonora.
–¿Un grupo? ¿Conocido?
–No, qué va, por desgracia, porque son geniales y se merecen mucho más. Y así he conocido una barbaridad de bandas de allá. No te imaginas la de grupos que hay. Si te daría nombres no creo que los conozcas. Digamos que son grupos muy pequeños, pero muy buenos, como pasa en Madrid. Pero en Estados Unidos y, sobre todo en Los Ángeles, es exagerado.
–¡Uf! ¡Lo que me gustaría a mí ver mundo!... Yo es que no soy de aquí, soy de Zaragoza. La que sí que es de aquí es ella –y señaló a Roxy que estaba a un par de metros de ellos– y cada vez que vengo, dormimos en su casa y bajamos al Canci. Ya te digo, yo también llevaba varios meses sin bajar por la sala. Me sentía culpable, la verdad.
–Bueno, ¡me gusta tu sinceridad! –manifestó él.
–Que no, tío, en serio. Que me sentía culpable, la última vez…
Jorge negó con la cabeza.
–Que no te preocupes, de verdad. Yo también he estado unos meses desaparecido, y me hubiera gustado venir más por aquí, pero no ha podido ser.
Al cabo de un rato de conversación, ambos subieron al piso superior y pidieron un par de cervezas más mientras no paraban de hablar. Fue tal la confianza que estaban cogiendo, que incluso a Janet se le pasó por la cabeza contarle de dónde venía realmente y lo que le estaba ocurriendo: aquellos inexplicables viajes en el tiempo.
Desde arriba, vislumbraron el video de Wasted years de Iron Maiden y se movían al ritmo de los acordes.
–¡Mira, Janet! –señaló Jorge, con la cerveza, a un punto fijo entre la muchedumbre del piso inferior.
–¿Qué pasa?
–¿Ves a Roxy y a Juli? ¿Los distingues?
Janet intentó fijarse y parecía que algo llegaba a diferenciar.
–Sí, creo que sí. ¿No son esos? –preguntó, señalando también con su cerveza.
–¡Sí! ¿No están demasiado juntos? ¡Casi que te diría que están a punto de liarse, si no lo han hecho ya!
Janet sonrió y se alegró por su amiga.
–Bueno, mejor que sea entre ellos y no con algún desconocido o desconocida...
A los pocos segundos, Janet ojeó a su allegado. Éste le devolvió la mirada y fue automático: sus labios volvieron a juntarse, besándose durante varios minutos de manera ininterrumpida.
Azucena y la abuela cotillearon la escena desde la barra.
–Qué bonito –exclamó la cantante–. Quién fuera joven aún…
–¡Pero si tú eres joven! –exclamó Ángeles.
–¿Y tú no, abuela? –rio.
–Yo no, tengo casi noventa años. Voy con el siglo –explicó, y volvió la vista al camarero–. Anda, hijo, ponme otro zumito cuando puedas.
–¡¿Otro whisky con naranja, Ángeles?! –alucinó Azucena.
–Pero ¿qué más te da? Si luego me toca a mí ayudarte a subir las escaleras, como la semana pasada –explicó Ángeles con una leve indignación.
El camarero sirvió su copa con una ligera sonrisa que no pudo evitar.
La noche seguía avanzando y Janet y Jorge apenas se movieron de su sitio.
De repente, Janet se separó de él, dándose cuenta de que era posible que en cualquier momento volviera a despertar en su cama y no quería quedar mal con su chico.
–¿Qué hora es? –preguntó, improvisando.
–Son las cinco y diez. ¿Tienes que irte, o algo? –se interesó él.
–Pues quizá tenga que irme en breve…
Janet buscó a Roxy con la vista en el piso inferior.
–¿No duermes en su casa?
–Pues… Eh… Sí, en teoría sí…
Jorge la contempló con incredulidad.
–¿Ocurre algo? –preguntó el muchacho.
–No, nada, sólo que… Digamos que no sé el momento en que tendré que marcharme –contestó la joven, pero no terminó de convencerle por la cara que seguía poniéndole–. Créeme, no lo entenderías.
–Bueno, de acuerdo. Entonces, a ver –pensó rápidamente por lo que pudiera pasar–, ¿te veré a la semana que viene por aquí? ¿Mañana, domingo por la tarde? La sala también estará a tope.
–No lo sé… La verdad es que no lo sé. No sé nada. Digamos que no depende de mí –contestó Janet sin querer contarle que dependía de una magia invisible e inexplicable con la que viajaba en el tiempo.
–Imagino que por el hecho de ser de Zaragoza, ¿no?
–Sí, exacto. Algo así.
Jorge guardó silencio mientras Breaking the law de Judas Priest sonaba de fondo y la gente caminaba de aquí para allá alrededor de ellos
–Lo intentaré, te lo prometo. Haré lo que pueda –explicó Janet.
La muchacha le sonrió, éste le devolvió la sonrisa y se besaron, cuando Janet notó cómo la vista se le nublaba y comenzaba a desvanecerse poco a poco.
Notándose agobiada, se separó de su chico, intentando hacerlo delicadamente para que no pareciera muy forzoso. En aquel momento, Roxy subió las escaleras, dejando atrás a Juli y buscando a Janet, desesperada.
–Jorge, tengo que irme. Tengo que irme ya, no puedo esperar.
Al melenudo le sorprendió su reacción. Janet negó con la cabeza rápidamente sin sonreír, le dio un fugaz beso en los labios y salió corriendo escaleras arriba con Roxy siguiéndole detrás.
Tanto Juli como Jorge no entendían nada y se limitaban a verlas marcharse repentinamente y sin sentido.
Poco antes de salir por la puerta, ambas se desvanecieron, despertándose Janet y Roxy en Zaragoza, en la habitación de la rubia, de donde habían partido.