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7

 

Vernes

Una enorme y brillante ciudad hecha de ladrillo y acero apareció ante Max. Estaba iluminada por todos sus rincones, como si fuera una fuente radiante de luz y no existía sombra alguna. Enfrente del chico, medio círculo de gente lo aplaudía y vitoreaba. Alrededor, cientos de individuos caminaban deprisa por unas anchas vías por las que no transitaba ningún vehículo: solamente personas de aquí para allá en todas direcciones. Los edificios eran altos y redondeados; similares a cilindros, con pasadizos exteriores que los rodeaban y transitaba gente. En el ambiente había una débil y simbólica niebla azul que llegaba del suelo a la cintura de Max y se alzaba hasta el infinito, donde se perdía la vista de la interminable ciudad. Detrás de él, las dos puertas se habían convertido en una brillante pared negra de mármol. 
Luego, varios individuos se acercaron al chico para darle la bienvenida.
–¡Bienvenido, Max, bienvenido! –recitó una mujer veterana–. ¡Yo soy Buscadora, espero que coincidamos pronto!
–¡Oh, Max! –lo saludó un hombre que superaba los cuarenta años–. ¡Aún recuerdo cuando en el Karma te evaluamos por primera vez! –Max sonrió sin saber qué decir, sintiéndose cada vez más tonto por no entender tales palabras.
–Yo soy Deren –explicó un muchacho que rondaba los veinticinco años–, Deren Naema. Soy Lanzador en la Milicia.
Max volvió a sonreírle con cara de bobo. Acto seguido otra mujer le estrechó la mano.
–No te preocupes, entiendo el agobio del primer día que entras en los vernes. El día que yo llegué aquí fue igual –explicaba la fémina, que parecía ser la única que supo ponerse en su situación–. Yo soy Stella Ross, soy Examinadora.
–¡Yo soy Xive, Luchador en la Milicia! –se adelantó rápidamente otro joven para saludarle.
–A mí ya me conoces –recitó una voz que ya había escuchado en una ocasión. Max se volvió y le saludó.
–Nolan, si no me equivoco.
–¡Bien, veo que te acuerdas de mí!
–¡A ver, por favor! –exclamó una voz femenina entre la multitud que quería alcanzar a Max–. ¡Ya habrá tiempo, ahora no es necesario! –y una mujer corpulenta que superaba la treintena se hizo hueco–. Hola, Max. Yo soy Dyscella Vanson –y estrechó la mano al muchacho–, soy la que debe darte explicaciones a la de ya y la que será tu coordinadora –explicó, y Max guardó silencio sin saber qué responder–. Acompáñame –concluyó entre la todavía alborotada multitud que saludaba al chaval recién llegado–. Vamos, Byron –llamó a otro individuo que Max no vio.
Se hicieron hueco, ahora, entre gente caminando con prisa; como si llegara tarde al trabajo o fuera urgente alcanzar algún determinado lugar.
–Siempre caminan con prisas por aquí –explicó Dyscella a Max, que estaba detrás de ella–, pero ahora más que nunca. En dos días tenemos… –pero se quedó callada sin saber cómo continuar. Max esperó a que terminara–. Tenemos algo importante. Prefiero no asustarte ya.
Detrás de ambos, avanzaba un hombre también corpulento de grandes dimensiones, con el pelo largo por los hombros y un pañuelo rojo en la cabeza, una débil barba y unos grandes ojos negros, añadidos a un severo e imponente rostro. Aquel debía de ser Byron.
Seguidamente, la mujer desconocida entró por una puerta de cristal a un edificio con forma de cilindro acostado. Max siguió a la mujer, seguido de Byron.
–Buenos días –saludó ésta a un hombre que estaba de pie al lado de la puerta.
–Buenos días, Capitana –respondió. Después, miró a Max sin decir nada. Acto seguido, saludó al tercero–. Buenos días, General.
–Buen día –respondió, sin mirarle, con voz grave y rostro firme.
En el vestíbulo del edificio, entre más gente que iba y venía, se toparon de frente con una fila de puertas de cristal, similares a ascensores, donde Max pudo ver cómo, de algunos, las personas entraban, pulsaban un botón y desaparecían. De igual manera, otros surgían en la cabina y salían por la puerta de cristal.
Dyscella entró a una, seguida de Max y Byron. En la pared de la derecha yacía una fila de botones con símbolos. La mujer pulsó uno, cambiando al instante de lugar.
–Vamos –indicó, saliendo por la puerta de cristal, que se abrió hacia un lado automáticamente.
Caminaron por un pasillo elegante y muy acogedor, similar al de un hotel de cinco estrellas. Tenía el suelo de moqueta y puertas de madera en los lados. En las paredes del pasillo colgaban cuadros con fotografías de individuos con una espada en su mano, también lanzando un grueso rayo de luz azul, leyendo un pergamino o intentando mirar en la lejanía, buscando algo muy importante. En todas las fotos, en la esquina inferior de la izquierda, se repetía el símbolo que el chico ya había visto en la Zona Neutra: el de los tres círculos superpuestos que compartían un campo verde en común.
–Hemos llegado –recitó Dyscella al posarse delante de una puerta en la que ponía en un letrero grande: «Sala de Decisiones»
Acto seguido entraron a un despacho con estanterías y libros, una mesa de madera en el centro, sillas y, al final del todo, dos cabinas que Max intuyó que servirían para desplazarse, tal y como acababan de hacer un santiamén atrás. Allí había también dos jóvenes que le saludaron. Primero una muchacha delgada, con el pelo oscuro y liso por los hombros, y ojos claros.
–Soy Asla. Soy Guardiana.
El otro joven, muy parecido a ella pero con una larga capa negra hasta sus rodillas, también saludó a Max.
–Yo soy Jay. Soy Lanzador.
Max no dijo nada. Miró primero a uno y luego al otro, y creyó estar viendo a la misma persona pero de diferente sexo.
–Os parecéis mucho, ¿no? –preguntó con una pequeña sonrisa.
–Somos gemelos –explicó Asla.
–Bien, vamos al grano que no tenemos mucho tiempo –saltó rápidamente Dyscella.
Byron se quedó atrás, de brazos cruzados, observando severamente y en silencio.
–Toma asiento, Max –indicó Dyscella, Max se sentó y ésta avanzó hasta una estantería donde cogió un libro. Llegó al otro lado de la mesa y se sentó con el ejemplar, abriéndolo mientras hablaba:
–Supongo que te lo preguntarás. Nosotros somos los vernes, partidarios de Verne, y luchamos por la felicidad y el progreso de las personas. El lugar en el que te encuentras se llama Vermat, la sociedad paralela que cuida de todos los males a la sociedad en la que vives tú –explicó. Max asintió con la cabeza, irónicamente, como si conociera aquello de toda la vida–. Ahora estarás confundido y alucinado porque todo esto es nuevo para ti.
El chaval volvió a asentir con la cabeza, ahora sin ironía pero con firmeza.
Después, Dyscella dejó el libro abierto y volvió a sacar el mismo aparato rectangular que Max había visto en anteriores ocasiones. Lo tocó con el dedo índice y apareció una pantalla flotante.
–¿Esto? –aclaró, señalándolo–. Se llama madget. Todos los vernes tenemos uno. Y, si tú te quedas, también. Dame un segundo… –explicó como si tuviera que atender una llamada. Tocó algo en la pantalla flotante y se quedó dudando–. ¿Sí? –respondió, y se hizo el silencio. Tardó un poco más en seguir hablando–. Dame un segundo, estoy con una Decisión, la que te comenté del chico que iba a entrar hoy… ¿Cómo dices?... De acuerdo, estaremos al tanto. Dame cinco minutos y te vuelvo a llamar.
Miró a Max mientras seguía ojeando la pantalla que flotaba. Pasaba el dedo índice una y otra vez de arriba a abajo, como si observara un contenido que Max no alcanzaba a ver.
–Bien, Max, me han enviado tu historial y…, bueno, intentaré ponértelo más fácil: te preguntarás por qué estás aquí. Por qué has sido llamado por nosotros. Te preguntarás por qué has tenido esas extrañas visiones últimamente. Te diré que todas las personas que viven en tu mundo las tienen, pero no todas con capaces de recordarlas después –y matizó una débil sonrisa mientras el joven escuchaba atentamente–, es un don exclusivo e innato de muy pocos humanos. No todo el mundo lo tiene, y quien sí, comienza a recordarlos cuando se llega a una cierta edad: aproximadamente, a los diecisiete años. Tu edad, para ser exactos. –Continuó, toqueteando la flotante pantalla de su madget–. Naciste un tres de julio de mil novecientos ochenta y cinco…, vives con tus padres en una pequeña ciudad de Dastil y sientes que no encajas en el mundo. ¿Por qué no, si me permites preguntártelo?
Max tardó un poco en hablar. Para ser sincero, no había hablado desde que había llegado allí.
–Puede que… Bueno, porque en mi clase no termino de hacerme con el resto de chicos… Mis mejores amigas suelen ser chicas y, como digo, me llevo mejor con mi prima que con cualquier otro chico de mi clase, por lo general.
Dyscella asintió mientras lo escuchaba y luego prosiguió:
–Eso hemos notado al observarte en tu instituto –Max levantó las cejas al escuchar tal frase–. Tranquilo, lo hacemos con cada persona que vive en tu mundo, no es sólo contigo. –Max levantó aún más las cejas–. Pero eso es cosa de los Examinadores, mi labor no es observar lo que hacéis a todas horas –rio, como si aquello tranquilizara al chaval–. ¿Y nunca has tenido la sensación de querer ayudar a los demás? ¿De sentirte en deuda con toda la gente que sufre día tras día, sea por la razón que sea, o con el grado de sufrimiento que sea? –preguntó, y el chico asintió tímidamente–. Es un rasgo de los vernes. Lo sientes día a día, chico, desde que naciste. Y a eso nos ocupamos nosotros. 
El joven se quedó sin habla. Parecía que le estuviera leyendo la mente. Después, Asla, que seguía de pie y Max se había olvidado de ella, intervino:
–Además, nos vendría genial tener a alguien más entre nosotros. Te hemos traído a la Milicia C3 porque, viéndote y analizándote, intuimos que la Cabina de Decisión te colocará en esta profesión y en este clan.
Dyscella asintió y dijo:
–Tu don de haber podido ver y recordar lo que otros seres humanos no pueden es algo que te ha traído hasta aquí, de la misma manera que llegamos nosotros –y se señaló, junto a los que estaban en la sala– a formar parte de los vernes. Los viajes que has hecho de repente y porque sí, se tratan de juicios que hacemos a todos los seres humanos para encontrar elegidos como tú. Individuos que no deberían ser humanos, sino vernes. Todas las personas las tenéis día a día, otra cosa es que al volver a vuestro mundo las podáis recordar, y si eres capaz, es porque deberías ser un verne. De hecho, siempre las has tenido, desde que naciste, aunque sea ahora cuando puedas recordarlas.
»Para que lo entiendas mejor: en la vida cotidiana, en tu día a día, ¿nunca has tenido la sensación de que se te ha olvidado de manera repentina lo que ibas a hacer, aunque fuera importante? ¿O estar pensando sobre alguna cosa y que, de repente, se te vaya la cabeza y no recuerdes qué era? Eso es porque te han juzgado. Digamos que has viajado a una dimensión paralela en el momento, como te ha ocurrido a ti al caer, por ejemplo, por el suelo de tu cocina. Un humano corriente, al regresar a su vida cotidiana, solamente siente que se le ha olvidado lo que estaba pensando o se descolocaría por un momento. Un verne, sin embargo, volvería a la realidad siendo consciente de dónde viene. Por eso los Jueces intentan sembrar la duda siempre en quien reciben, para ver si son vernes o no…, otra cosa es que los Jueces hayan tardado en darse cuenta y los Examinadores tampoco hayan notado nada raro al observarte en el Mundo Físico.
–¿Qué? –preguntó Max tras recitar Dyscella aquello de Mundo Físico.
–El Mundo Físico. O sea, tu mundo. La Tierra, la Galaxia, el Universo… A eso llamamos el Mundo Físico. Donde te encuentras ahora es el Mundo Espejo: el universo paralelo tras el espejo; un mundo paralelo pero vinculado al tuyo.
Max escuchaba, pero permanecía callado.
–Entiendo que sean muchos datos para ti de repente –sonrió Dyscella–. Yo también pasé por esto en su día y me costó semanas asimilarlo. ¡Y los juicios no te quiero ni contar! A ellos les pasó lo mismo –señaló a Asla y Jay, que asintieron–. Continúo brevemente: ¿has visto la neblina azulada que aparece en el ambiente?
–Ha sido lo primero en que me he fijado –asintió Max.
–Nos ayuda a estar en contacto en este mundo gracias a esto –y señaló el aparato rectangular–. Se llama madget y con él usamos la magia desde el Principio de los Tiempos. La niebla de nuestro mundo está vinculada al tuyo. La azul es positiva y representa a los vernes. Digamos que nos ocupamos de eliminar de una manera u otra cualquier energía negativa en el Mundo Espejo, de color amarilla, ya que afecta nefastamente al Mundo Físico.
»Dime, tú que también vives allí: ¿verdad que, a pesar del progreso, hay mucho sufrimiento, injusticia y desigualdad?
Max asintió mientras la mujer cogía el madget de encima de la mesa y asentía.
–Pues de eso se trata, Max. A eso nos dedicamos nosotros: a combatirlo.
Tocó la superficie del madget con el dedo índice, como si respondiera una llamada.
–¿Sí? –preguntó, escuchó atentamente y puso cara de susto–. ¿QUÉ?
Byron, Asla y Jay dieron un salto. Dyscella parecía muy alterada.
–¡Sí, el General está conmigo!... ¡De acuerdo, vamos ya! –exclamó, y miró a Byron al final del despacho–. ¡Se han adelantado!
Byron se sorprendió y, al instante, salió del despacho como una flecha. Dyscella, dudosa y nerviosa, se levantó rápidamente.
–Jay, quédate con él y veremos qué hacer. Ahora no podemos devolverle al Mundo Físico y aún no ha decidido.
Asustadas, Asla y Dyscella partieron rápidamente.
–¿Qué ocurre? –se atrevió a preguntar Max.
Jay se quedó dudando. Finalmente optó por una respuesta que Max escuchó por tercera vez desde que su vida había comenzado a cambiar y que sólo varió en una palabra:
–No hagas preguntas, por favor. No tienen respuesta. Al menos, ahora, tú no serías capaz de entenderlas.

 

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